MONLEÓN
Había preparado una ruta sencillita, 33km y solo 700m de desnivel, para llegar pronto, comer y de viaje para casa
El objetivo era visitar Monleón, con su bonito Castillo y barrio judío. El primer pueblo al que llegaríamos es El Tornadizo, a sólo 4 km. El camino lo conocía de chaval, había ido varias veces por él.
Pero ya no hay quien recorre los
caminos, no quedan pastores y el monte se está apropiando de lo que un día le
quitaron. El
último km costó pasarlo y nos llevamos bastantes raspones de las ramas de los
robles y zarzas. Preferí
ignorar la mirada de reproche de Nano y seguir adelante. Esto no sería nada comparado con lo que
esperaba.
Por bonitos caminos entre bosques de robles llegamos al río Alagón, que cruzamos por encima de algunas piedras entre risas. Al rato llegamos a Monleón, donde disfrutamos de un café con magdalenas antes de visitar el castillo por fuera, pues es de propiedad privada. Aquí Miguel Ángel pudo hacer una vez más gala de sus estupendas dotes para hacer las mejores fotos.
Este
pueblo es famoso por el viejo romancero ‘Los
mozos de Monleón’ del siglo XV que se transmitió de forma oral. He leído las versiones de Menéndez
Pidal, Dámaso Ledesma y García Lorca pero sólo se parecen un poco al que me
cantaba mi abuelo. Eso
sí, en todos el hijo de la viuda, Manuel Sánchez, moría pillado por el toro de
8 años. ¡¡Qué tragedia!!
Muy contentos y relajados emprendimos la vuelta pero aún tendríamos un par de sorpresas: una buena y otra mala.
Primero la mala: unos 2, 3 ó 4 kms, quién sabe cuántos y ¡¡qué largos se hicieron!! transcurrían por caminos que separan los prados y que están delimitados por paredes de piedra. Estos caminos ya no se usan y las zarzas y ramas caídas se han apoderado de ellos y son casi intransitables.
La ropa de alguno terminó con bastantes
agujeros y yo mismo llevo marcas en la cara de algún raspón. Por fortuna, en algún momento Enrique
nos confirma por el walkie que los raspones no van a durar para siempre. Esta vez no pude escapar a los
reproches, especialmente de Nano, que me dijo que no era buen momento para
dirigirle la palabra.
La ruta continuó por bonitos senderos
entre bosques de robles hasta Linares. Aquí advierto que hay que tomar altura pero
que hay escapatoria por la carretera hasta el destino. Andrés dice: "ya que estamos aquí vamos
a subir". Y
menos mal que lo hicimos pues aquí llegó la sorpresa agradable de la ruta: tras
tomar altura encontramos preciosos senderos estrechos, pero ciclables que
transcurrían entre preciosos helechos cobrizos y robles. No sabía si estaba en otro planeta o en
el paraíso.
Ya sólo quedaba llegar a San Miguel,
donde dimos buena cuenta en la terraza de manjares entre los que destacaban el jamón
y el lomo de la tierra además de patatas fritas y aceitunas, bañado todo ello
por frescas cervezas y refrescos. Un buen colofón para un fin de semana
inolvidable.
Gracias amigos, a los que vinisteis y a los que nos acompañasteis de espíritu. Ya no me puedo lamentar de no haber montado en bici por mi pueblo.
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