No necesito que sea fácil, sólo que sea
apasionante
Alguno reconoce
que, tras leer la convocatoria, llegó a pensar que la ruta de hoy sería de puro
tránsito, vamos, un soltar piernas, un paseo dominical que vendría muy bien
para quienes tuvieron reto por tierras galas o para los que se tomaron algún
descanso.
¿Bromeas o qué? Pero, ¿no viste que el Jefe de Ruta sería Fer?
Fer se desayuna
cada día las raíces, las piedras y pedrolos, los senderos, árboles y arroyos de
su entorno. Las ruedas de su bicicleta se funden con
la naturaleza y cuesta distinguir dónde acaba el caucho y donde empieza el
camino.
Muchas veces en
solitario, recorre las sendas de los montes de San Rafael y El Espinar,
subiendo, bajando, investigando aquí y allá, poniendo cruces rojas mentales a
recorridos que nunca se volverán a recorrer y verdes a los que un día
compartirá con sus amigos, con AlfonsoyAmigos.
Ruta
para soltar piernas
Hemos cambiado
temporalmente el punto de encuentro en San Rafael y en el aparcamiento
aparecemos: Ángel, Fer, Jesús, Juan, Luis Ángel,
Miguel Ángel, Pawel, Rafa, Sergio y Alfonso.
Echamos de menos
muchas caras y sus ausencias no siempre
se justifican con las vacaciones estivales. ¡Sabéis donde
encontrarnos!
La mañana agradece
que hayamos madrugado e invita a adelantar la hora aún más en próximas
ocasiones, pero algunos necesitan realizar un severo y metódico ritual antes de
dar la primera pedalada.
Tenemos que pasar
por Peña El Águila y yo hubiera
tomado camino que tras cruzar Arroyo Mayor nos obliga a empujar la bicicleta un
tramo, pero el que guía es Fer y a él se le antoja, de siempre, que su trazado
se puede realizar sin poner pie en tierra… Cada maestrillo
tiene su librillo.
La Cañada Leonesa
conserva el frescor de la mañana pero, en Collado
Hornillo, los que llegamos en avanzadilla ya vamos buscando la sombra. Aquí tenemos
encuentro con Anatoli y Eti, que compartieron ruta con nosotros hace un año más
o menos y que ahora aparecen electrificados. Tendrán duda
acerca de acompañarnos o no, pero hoy la ruta será muy complicada en algunos
tramos, les decimos, y deciden seguir por su cuenta.
Cogemos el
senderillo trialero a tramos y divertido siempre, tantas veces recorrido
durante años y antes de cruzar el arroyo por segunda vez ya nos dejamos guiar
por Fer. No tenemos el track y más vale rodar sin
perder de vista al compañero que va delante si no quieres acabar extraviado.
Viendo el track a
posteriori se hubiera dicho que no había posibilidad de extravío, pero
avanzamos en una consecución de senderos revirados sin referencias que permitan
tener una clara idea de dónde nos encontramos y desvíos que salen a derecha e
izquierda.
Una breve parada
en un alto, con vistas al pueblo de Peguerinos y seguimos marcha, ahora por
senderos que esta vez sí se recuerdan hasta llegar al Monumento a la Mariposa,
que no hemos fotografiado nunca o decenas de veces. Adivina la solución correcta.
Fer entra en
trance, le falta levitar, parece repasar mentalmente el trazado estudiando cual
será la opción… ¿Para soltar piernas? Sí, eso, “para soltar piernas”.
Retrocedemos un
tramo, giro a la izquierda, sendero, zona de lanchas de piedra y avanzamos… bueno, avanzam…, avanzam…, avanzam… es que alguno se
atasca y decide intentarlo una y otra vez hasta lograr superar el obstáculo.
La Casa de la Cueva sigue donde siempre,
nadie la ha movido de sitio y es la referencia para desviarnos y coger descenso
en pendiente severa y muy resbaladiza con piedra muy suelta y seca. Me he lanzado el primero, raro, pero noto el aliento de Juan tras de
mí.
Intentamos
descender sin bloquear los frenos, sin resbalar y nos lanzamos más rápido de lo
aconsejable. Piedras sueltas en
el recorrido, piornos que cierran la vista de lo que llega después, zarzas que
te cruzan la cara o te dejan marcas en brazos y piernas… ¡no pares!,
sigue, sigue. Ramas bajas que amenazan con engancharse
en las mochilas y el sendero que parece no terminar.
Hay quien dijo: “Si todo parece bajo control, entonces es
que no estás yendo suficientemente deprisa”
Debe ser por eso
que, en apenas un breve momento de duda, permito que Fer me adelante y se
pierda en la masa de piornos como si se lo hubieran tragado.
Al final del
complicado recorrido vadeamos el arroyo
de Navalacuerda y poco más adelante el arroyo
del Espino, antes de remontar hasta pista forestal. Arañazos en la cara, en los brazos, en las piernas, el golpe de alguna
rama traviesa, pero todos sanos y salvos. El exceso de
adrenalina se confunde con algún goteo de la camel o la pérdida de líquido de frenos.
Ya más relajados
nos acercamos a la pantalla del embalse
de la Aceña buscando, ahora sí, la sombra escasa. El embalse a muy buen
nivel, pero con agua teñida de verde que impide ver el fondo.
Arrancamos a
distintos ritmos para bordear el embalse y acercarnos a Peguerinos y entre los
primeros y los últimos pasarán algunos minutos, como si estuvieran intentando
buscar alternativa a lo irremediable: El duro ascenso
por la pista de hormigón.
Aquello parece la
senda de los elefantes, con algunos ciclistas cabeceando mientras dan pedales y
dejan que su mente se pregunte: ¿Cómo he llegado
hasta aquí? Mientras, otros parecen encontrarse en su hábitat habitual y
ascienden como si el desnivel no fuera con ellos. Una suave brisa se deja notar
y parece querer dar ánimo a todos.
Reencuentro en “los
corrales” y partida por zona de piedras y raíces (¿cuándo no?), hacia las
proximidades del embalse de Cañada
Mojada, primero en suave ascenso y después para recuperarse en divertido
zigzagueo en bajada.
Como ya hiciéramos
la semana pasada, cogemos desvío por camino en sombra siguiendo el curso del arroyo Chuvieco que, sin aparentar ser
duro, ya va haciendo mella en las piernas de más de uno. El último tramo el más duro, con más desnivel, el más habilidoso y
complicado hasta llegar al Collado de
Gargantilla.
Fer se lanza el
primero sin dudarlo, después de que hayamos cogido agua fresca en la fuente de Juan Bellver. Se conoce el recorrido mejor que el pasillo de su casa. Y no parará hasta detenerse para abrirnos la puerta metálica que
encontramos cuando ya hemos superado la peor parte. Un poco más adelante se
despide de nosotros Sergio, “que coge las de… El Espinar”.
El resto cogemos
desvío por el descenso de la “juanina”, a la que no falta complejidad y más
ahora que el terreno está muy seco, pero que superamos todos con un
sobresaliente. Cruce con el Camino del Ingeniero y
descenso rápido que nos lleva al fin de nuestra ruta.
Caras de
satisfacción por una especia de “deber cumplido”, “meta lograda”, ”objetivo
conseguido”, aunque el cansancio parece flotar en el ambiente y relaja los
cuerpos cuando nos sentamos en “La Casona” a la sombra, sobre el fresco césped.
Mientras, en nuestras manos, unas frías cervezas tintinean en brindis por la
ruta y por el cumpleaños reciente de Jesús, que ha tenido el gusto de
invitarnos.
El fuerte abrazo
de todos para Andrés, que se acercó a brindar con nosotros.
¡Hasta la próxima!