El domingo es para descansar, sí, pero después de la ruta con AlfonsoyAmigos
Por culpa del
coronavirus y su alto índice de contagio, ya nos resulta sobradamente
complicado encontrar destino para una nueva convocatoria y encima tenemos que
bregar con fuertes temporales que empujan la lluvia de acá para allá impidiendo
que se realice una predicción coherente.
Pues nada, ¡qué se
le va a hacer!, se fija un destino y los afortunados que podemos allá que vamos
a afrontar lo que haya que afrontar, salvo que te quieras quedar en casa y acabar
lamentándolo el resto del día. Además, más vale aprovechar, que
nadie sabe qué panorama habrá la semana próxima.
En la localidad de
El Berrueco, a orillas del embalse
del Atazar y a la hora prevista aparecemos: Ángel, Enrique,
Miguel Ángel, Rafa y Alfonso.
Lo cierto es que
la mañana está muy desapacible, con un fuerte viento que provoca sensación
térmica muy baja y además parece que comienza a caer un ligero chirimiri. Rafa, que ha llegado el primero, hace dos amagos de sacar su bici del
coche, pero va a ser que no… tiene dolores en la espalda y cierto
malestar. Duda y re que te duda, pero finalmente
decide desistir, despedirse de nosotros y regresar a casa. ¡Mejórate Rafa!
Ya sobre las bicis
nos alejamos y perdemos de vista el Embalse
del Atazar para rodar hacia las
localidades de Sieteiglesias (¿por qué le
pondrían este nombre?) Navas de Buitrago y Mangirón y avanzar hacia el
curso medio del río Lozoya al encuentro del embalse de Puentes Viejas.
El viento se ha
calmado, no hay lluvia y recorremos vías pecuarias a buen ritmo a pesar de la
gran cantidad de agua que encontramos por el camino. Encantador el paisaje, la hierba alta, las vacas curiosas e incluso una
llega a decirme: “Espera, que yo también quiero salir en la
foto”. No lo puedo remediar, un recuerdo en ese
instante para Luis Ángel.
A la salida de
Mangirón, restos de una antigua cantera, estamos en la zona más oriental del
Macizo Granítico de La Cabrera, pero algún guarro, que los hay en todas partes,
ha utilizado el lugar como vertedero para abandonar varias máquinas de
escribir, una hasta con carrito, del estilo a las Hispano Olivetti. ¡Señor, señor!
Se escuchan muy
claros varios tiros de escopeta, audibles por su cercanía y por el eco que
provocan, la verdad es que intimida y cuando nos disponemos a atravesar varias
fincas de libre paso, se nos advierte amablemente que no es recomendable seguir
adelante, pues en toda la zona está decretada montería. Por si teníamos poco con lo que lidiar.
Enrique, que ya
sabemos cómo maneja el GPS y que además no necesita ponerse gafas, estudia y
localiza variante que nos obligará a dar gran rodeo sobre el trazado previsto,
pero no hay otra solución.
Senderillo por
aquí, senderillo por allá tralará lalá y algún pequeño extravío que otro por
terreno que se va complicando a marchar forzadas. En el track se ven claramente varios “voy pa na y vuelvo” que en próxima
ocasión se procurarán evitar.
Se diría que por
esta zona ha llovido más que por otras, el terreno se va volviendo más pesado,
mientras en el valle ya se escucha con claridad el eco de estruendo de agua
escapando de la presa del embalse de
Puentes Viejas (1939), que se
construyó porque el embalse de El Villar (que
vamos a visitar más tarde) ya no resultaba suficiente para abastecer a la
Capital.
Curioso, un
semáforo en rojo detiene nuestra marcha por un buen rato antes de acceder a la
pantalla y quedar sorprendidos con lo que vemos y oímos: Sonido atronador y el agua escapando libre de la presa provocando una
gran nube. Todos queremos una foto, todos queremos un
recuerdo.
Nuestro próximo
mini-extravío al llegar al bonito pueblo de Paredes de Buitrago, donde no
alcanzaremos a ver un alma por las calles. Y a partir de aquí unos siete
kilómetros por sendas más que senderos, que se pierden en medio de dehesas por
las que el avance resulta bastante duro, pero siempre en un entorno de belleza
y con las vacas animando nuestra marcha.
Ya estamos en
recorrido de retorno y nuestra marcha nos lleva hasta las localidades de Serrada
de la Fuente y su iglesia de San Andrés Apóstol (un recuerdo amigo Andrés),
Berzosa del Lozoya y Robledillo de la Jara que, contado así, parece un paseo
dominguero pero que se aleja bastante de la realidad.
Más o menos
paralelos a las carreteras principales discurren sendas pecuarias con trazados
caprichosos que obligan, una y otra vez, a perder bastante desnivel, vadear
algún arroyo cabreado y volver a tomar altura mientras resbalas por… no se sabe muy
bien si es barro, excremento de vacas o una mezcla batida de ambas para
conseguir la masa más pegajosa posible. Afortunadamente
esta mezcla no queda adherida a las ruedas, pero te agarra con más cariño del
deseado.
Desde Robledillo tenemos
un tramo por carretera que parece que no se puede evitar, como tampoco podemos
evitar que el aire se tome la revancha de haber estado tranquilo toda la
mañana. Y así llegamos a El Villar, cogemos desvío
y nos vamos directamente hacia la presa.
Desde un alto de
vistas privilegiadas ya podemos ver el embalse de El Villar (1873), en el curso
bajo del río Lozoya, en la Sierra de Guadarrama, el más antiguo en
funcionamiento de toda la región. Sus aguas proveen
de agua potable a Madrid.
Cuentan, que en el
fondo de cada embalse hay un pueblo fantasma (más de 500 en España), también en éste llamado El Villar y puede que
desde el fondo observe el mismo espectáculo que nos deja a nosotros sorprendidos.
Como si estuviéramos
en medio de una tormenta de truenos, remolinos y nubes de agua que intenta
escapar feroz de su cautiverio, como si el rey Neptuno, dios de las aguas del
mar, de los ríos y de las fuentes, hubiera cogido algún cabreo monumental con
los humanos y quisiera demostrar su poderío… y a fe que lo consigue.
Las fotos no serán suficientes para
reflejar lo que hemos tenido el privilegio de ver en directo, que se ha
merecido sobradamente todo el esfuerzo que hemos realizado hoy.
Absortos en el
espectáculo, Enrique tiene que avisar por los walkies que debemos arrancar, que
no hemos traído bocadillos. Y todavía asombrados retomamos la marcha,
cogiendo un tramo de la Senda del Genaro y muchos tramos del Carril del Villar,
zigzagueantes, divertidos, sobre las canalizaciones del Canal de Isabel II, a
tramos maltrechos por los efectos de una Filomena que en todas partes ha dejado
huella.
Últimos kilómetros
más complicados, pedregosos y resbaladizos al acercarnos a El Berrueco,
haciendo caso omiso del cansancio acumulado en las piernas, Miguel Ángel con
una rodilla maltrecha, pero la adrenalina ya puede con todo.
Enorme
satisfacción al llegar a los coches. Miguel Ángel
comenta: “Pensaba que iba a ser una ruta más, pero
se ha convertido en una ruta épica”.
Sí amigos, ruta muy dura, pero espectacular por todas las circunstancias que han coincidido. Un orgullo haberla podido compartir con vosotros.