Animado por la familia y extra motivado por los amigos, guardo mi dolor en el fondo de la mochila y acudo a la convocatoria de este domingo
Por
primera vez, no cargo track en mi GPS y tampoco
he preguntado. Conozco, eso sí, la hora y el
punto de encuentro, qué menos, y estoy dispuesto a dejarme guiar como un niño
chico.
Me
pesa el cansancio, la tensión, los nervios y extremas
emociones de estos días, pero confío en que el cuerpo recuerde lo que
es pedalear al aire libre.
Nos vamos a encontrar en La
Estación de El Espinar: Andrés,
Ángel, Enrique, Fer, Juan, Luis Ángel, Miguel Ángel, Patrick, Pawel, Rafa,
Rafael, Santi y Alfonso.
De
nuevo, al encontrarnos, cruce de abrazos, pero hoy más prolongados de lo
habitual y cargados de una emoción que no pasa desapercibida. Todos quieren aliviar una parte de mi dolor.
Bueno, parece que estamos listos para la partida, pero una cadena se resiste a
trabajar en silencio y pretende hacerse notar. Malo,
por la demora y porque se ha dado tiempo a que abrieran la cafetería y varios
compañeros, haciendo bastante menos ruido que la cadena averiada, se han
escapado, casi de puntillas para no llamar la atención, en busca de un
cafetito.
“Pues
deben haber pedido que les pongan un croissant a la plancha” – comenta alguno
de los que estamos esperando al límite de la paciencia.
No
tengo muy claro si la ruta de hoy se prevé corta, si hay consigna de no
forzar el ritmo, o si tenemos la intención, tantas veces infructuosa, de rodar en
grupo, pero lo cierto es que el inicio no es de los que baten récords.
Superamos
La Panera, más allá Puente Negro, el refugio y la fuente del Guijo, nada que no
hayamos recorrido, me atrevería a decir, más de cien veces. Y
tras tomar el desvío por la izquierda hacia la pista alta algo cambia, el grupo
se va fragmentando: La cadena que vuelve a
reclamar protagonismo por aquí, un desviador que rechina por allá, un pique
sano más adelante, otros que prefieren seguir hablando animadamente y tranquilos...
Para reagrupar, hacemos una parada ineludible en las peñas de la ladera de Cerro Pajoso,
con el Montón de Trigo a la espalda. La cámara echa chispas plasmando
recuerdos y muestras de cariño que me recargan las pilas.
Parece que hay algún acuerdo de recorrer hoy solo pistas, buenas para los que
hemos perdido fondo o para los que no están en su mejor forma, pero después de recorrer toda la Garganta y pasar la puerta de Campanillas me parece
percibir una especie de chispazo en la cabeza de Fernando, nuestro guía de hoy.
Adiós
a la pista. Ya no sorprende ver a Fernando lanzarse con
fluidez y soltura por la entrada de la “alfonsina”, nada, facilísimo. Uno,
dos, tres, cuatro…, saltan detrás de él siguiendo su trazado, pero con más
precaución.
Yo
mismo, pierdo la cordura y me lanzo tras ellos, supero los tramos más difíciles y a punto
de culminar el logro… pillo zona muy embarrada, se hunde la rueda delantera, se
gira y aterrizo de pleno en todo el barro. Tranquilos,
ya me levanto solo, ni me toquéis que mancho.
Nos han robado el invierno
Ascendemos, de nuevo por pista, hacia Cabeza Reina. Miguel
Ángel se detiene para quitarse ropa, no aguanta el calor que hace hoy a estas
horas, es increíble en las fechas que estamos y no es el único que se queja. Yo
voy muy fresquito, calado y dejando reguero del barro que se me va desprendiendo de la
ropa.
Cruce
de Los Navazos y descenso hacia La Estación de El Espinar. Fin de ruta atípica, muy emotiva, en la que me ha resultado imposible rodar en solitario.
Me da
mucho apuro por lo sucio que voy, pero a los amigos parece no importarles y se
lanzan a abrazarme.
¡Qué grandes sois!
A TOD@S
Desde aquí quiero agradecer todas y cada una de las numerosas muestras de apoyo y cariño que he recibido y sigo recibiendo. Muchísimas gracias. Un fuerte abrazo.