Relato: Emilio Méndez de Vigo Jimenez
Quienes conocen la sierra del Guadarrama, entienden lo fácil que resulta enamorarse de ella.
Quienes conocen la sierra del Guadarrama, entienden lo fácil que resulta enamorarse de ella.
Yo en particular, tengo un
apego especial por San Rafael, municipio
de El Espinar y alrededores, pues he
pasado más veranos allí que años cumplo ya que en el primero solo tenía meses, por
lo cual, con un año era mi segundo veraneo, con dos el tercero,...y así hasta
el día actual en el que con 66 años he cumplido 67 veranos en mi querido
pueblo.
A este periodo de tiempo
compuesto por veraneos de tres meses o cuatro, según se enfriara Septiembre, se
suman semanas santas y muchos fines de semana a partir de cierta edad que debió
coincidir con el cambio a la semana inglesa, que nos daba libertad las tardes
del sábado en lugar de las del jueves.
Tal vez de los diferentes
periodos a los que la edad les da un regusto diferenciado sea la adolescencia
con el que estoy más encariñado por la sensación de plenitud en unos tiempos
que no eran precisamente de abundancia.
Pocos teníamos bici. En mi
pandilla solo tres de una docena. Nos encantaba ir a pasar el día a "La Garganta del Río Moros" para
bañarnos en las pozas de "El Contador" o la de "La Panera" que eran lo
suficientemente grandes para dar unas brazadas gracias a que algunos
"mayores", entre ellos mi padre y sus fornidos primos, agrandaban
sacando piedras del fondo con las que construían una presa usando cepellones de
hierba como unión.
La distancia a recorrer
desde San Rafael a las pozas no la
sé con exactitud, pero son los kilómetros bastantes para robarnos mucho tiempo
si la hacíamos andando. ¿Cómo lo solucionábamos?
Salíamos todos a la vez. Cada
uno de los que teníamos bici, llevábamos a otro en la barra hasta La Estación del Espinar, pequeña
colonia a medio camino más o menos, desde donde nuestros pasajeros, más bien
pasajeras por ser las más ligeras, continuaban andando.
Girábamos grupas y a por
otros de los que venían adelantando camino. La última tanda, si bien estaba más
cercana, era la más dura, no solo por el cansancio acumulado, aunque cada
vuelta de vacío y cuesta abajo nos daba un respiro.
La segunda tanda tampoco
era moco de pavo por ser más pesada al haberse "aprovisionado" de
patatas de la huerta del minero, que tenía alquilada la cuadra de mi familia, el
cual me daría un día una buena regañina por los destrozos que le ocasionábamos
dado el bajo aprovechamiento de patatas que hacíamos de cada planta.
No es de extrañar que
cuando el último viaje culminaba en la poza, nos tiráramos vestidos al agua después
de dejar caer sin miramientos nuestras terribles bicicletas de frenos de
varilla y fabricadas en pesado hierro.
El autor en 1967 con ciclomotor Osa 50 |
Mientras tanto se iban haciendo las patatas debajo de las brasas de una hoguera en la que, por encima, cocinábamos unas truchas pescadas a mano e inconscientes de cometer ningún delito de... Fuego, patatas o pesca.
Emilio, muy bonito lo que has escrito. Enhorabuena.
ResponderEliminarMatía Jesús Maricalva
El merito es la edicion y fotos de Alfonso.
EliminarMe ha ilusionado mucho.
Tu,amiga,tienes mas esperiencia con tus bellos relatos.Un abrazo.
Emilio
Sentido relato Emilio, gracias por obsequiarnos con él. Qué bonito recordar esos momentos que quedan en nuestra retina para siempre, porque se vivieron de forma sencilla y de verdad. Enhorabuena!
ResponderEliminarHas conseguido que viajemos en el tiempo y recordemos también esas excursiones en bici y a pie por ese entorno de La Panera en compañía de amigos y hermanos en tiempos en los que se era feliz con poco.
Muchas gracias Emilio por tu estupenda narración.
ResponderEliminarAngel Efren Sanz Moreno
Gracias a tod@s y en especial a Alfonso por editarlo e ilustrarlo con tan bonitas fotos.
ResponderEliminarIlusionado.Emilio.