600 Metros de Fe y poca Cordura
La aventura no estaba solo en el ánimo; estaba en la capacidad de reírnos de la propia dificultad
El sendero tiene memoria. Al
volver a pisar un recorrido que ya nos conmovió, no repetimos solo un trayecto;
releemos un capítulo con ojos nuevos.
Lo que parecía un reencuentro íntimo se
convirtió en un coro de once ciclistas—Javier, José María, Juan, Marino,
Patrick, Pawel, Pedro, Rafa, Raúl, Samuel y Alfonso—resonando entre las peñas
hacia el Puerto de Malagón. La bicicleta no solo nos
lleva: nos ancla a los recuerdos y los multiplica. Y el
camino nos recordó que nunca se es el mismo al cruzar la misma línea de salida.
Aunque el punto de partida era el mismo, me
propuse guiar al grupo hacia una aventura inédita. Sabía
que, pese a la dureza prevista, este grupo disfrutaría el día. La
aventura ya vivía en el ánimo de todos.
El ascenso y la lección del esfuerzo
La ruta arrancó suave, con la lección
aprendida: no convenía abrigarse más de lo necesario. Había
que ganar altura, y el grupo se fue estirando como goma elástica que siempre
vuelve a encogerse.
Observé la cadencia de Rafa y Raúl; a Juan
conteniéndose; a Javier alegre por compartir ruta; a Samuel y José María
intensos, y a Patrick luchando por encontrar su ritmo. En
sus esfuerzos, la montaña parecía hablar a través de ellos, y mi pedaleo se
sentía, extrañamente, más ligero.
Entre paradas para reagrupar, tomar fotos y beber en la fuente de la Concha, alcanzamos el Puerto de Malagón. Parecía que ya lo habíamos logrado todo, pero aún quedaba mucho por recorrer.
El ascenso al Pico de Abantos (1753 m)
no sorprendió por su dureza, pero sí por la novedad. Aunque
la pista había sido arreglada en parte, la montaña nunca regala nada: nos
enfrentamos a tramos rotos y una marea de piedras antes de coronar.
Lo hicimos con satisfacción, sabiendo que lo
más duro quedaba atrás. Sonrisas, muchas fotos y esas
miradas perdidas que quieren retener el paisaje en la retina y en la memoria.
El umbral del desafío
Tras el respiro, iniciamos el descenso hacia
las puertas de acceso a los pozos de nieve. Las
ruedas flotaban sobre las piedras, buscando el sendero más amable. Las
puertas seguían sin candado, pero esta vez no aceptamos la invitación. El
plato fuerte del día aún estaba por llegar.
Recorrimos zonas de arbolado y prados que, en estas fechas, habían perdido su esplendor. En esa calma suave, nos acercamos al límite entre Ávila y Madrid, donde el cartel de madera de Abantos nos recibió como un umbral que precede al desafío.
De nuevo en Malagón, las sonrisas no se borraban. Desde allí, el embalse del Tobar, sediento bajo el sol, hablaba del largo verano. Propuse acercarnos hasta la pantalla, y aunque Juan recordó que el camino estaba antes muy cerrado, le aseguré que lo habían arreglado.
Nos lanzamos a toda velocidad, cruzando antiguos
puentes de piedra sobre el arroyo del Tobar y el Regajo de San Juan, dejando
tras nosotros una nube de polvo como bisontes en estampida. Apenas
alguna foto robada: el embalse parecía decirnos “no me saques con estos pelos”.
La marmotada
El regreso, en ascenso, hasta Malagón, fue un
reto para algunos y una peregrinación para otros. Tomamos
el camino del Pinar, pensando que lo más duro había pasado, pero la montaña
tenía un último giro de guion.
Pero pronto el sendero se convirtió en una
trampa de rocas sueltas y pendiente imposible. Incluso
las bicicletas eléctricas parecían declararse en rebeldía. Aquí
apareció la “marmotada”: el bautismo de fuego, cuando las bicis dejan de rodar
y se convierten en carga. Once ciclistas empujando con
hombro y riñón, celebrando cada metro con más fe que cordura.
Mi cámara descansó. No
estábamos locos; estábamos unidos por el absurdo del esfuerzo. Reunidos
en el punto más alto, algunos sentados en el suelo, la risa tomó el relevo. El
mapa nos falló, pero nos regaló la mejor anécdota.
Pedro, que siempre escucha más que habla,
comentó que el camino marcado no aparecía ni en los mapas. Pensando
en el cansancio, propuse regresar por donde vinimos, pero mis compañeros
alzaron la voz: querían seguir. “Por
aquí parece que está el sendero”, gritó Javier desde adelante. Supe
entonces que el verdadero destino no era el track, sino la voluntad del grupo.
Descenso final y gratitud
El sendero de bajada se intuía más que se
veía, sin vegetación agresiva, pero con un desnivel del 24%. Marino
y Samuel descendían con destreza; Juan delante de mí, Pawel detrás. A los
más atrevidos los perdí de vista. El
resto hacíamos lo que podíamos.
La senda estaba cubierta de ramas secas, centímetros
de polvo fino y acículas de pino. Una
mezcla infernal que impedía frenar sin deslizarse. Un
kilómetro de tortura, con tensión en brazos y piernas, antes de regresar al
camino conocido.
La bicicleta es mi refugio, mi forma de narrar la vida. Este domingo me recordó la lección más importante: no importa cuánto se tuerza el mapa ni cuántas veces debamos echar pie a tierra; si el camino es duro, siempre es mejor reírse del esfuerzo en compañía.
Y en cada giro de rueda, en el paisaje que se desdibuja y se repite, siento que la memoria no se pierde. Solo se multiplica en las voces de los amigos que se niegan a rendirse.
Gracias al monte por la lección. Gracias,
amigos, por el empuje. Y gracias a Pawel, Javier y Samuel por las rondas de invitaciones.
Hasta el próximo domingo!!
Es como leer un cuento hecho realidad, bonito texto y otra ruta más donde la compañía incita a querer seguir rodando juntos. Solo añadir que se decidió en el último tramo que parte del grupo bajara por las zetas y el resto, dado el esfuerzo del apeamiento anterior, por la pista más directa al punto de inicio, "id con cuidado y manteneros juntos" se escuchó la voz de Alfonso, como con el poder de un Padre, ese poder que hasta te puede cambiar el apellido. 😉
ResponderEliminarGracias Javier
EliminarSalir con A&A y es como si no pasara el tiempo, el buen royo y el la camaradería ahí están, y las buenas dosis de aventura que no falten. Como bien dices, no es el camino, es el espíritu con el que se afronta el mismo, porque eso todos llegamos, y no se escuchó ni un lamento, sino todo lo contrario, risas y diversión a raudales! Y si la zona no defrauda nunca, con el espíritu de A&A es imposible que falle!
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