El otoño avanza despacio, ajeno a nuestras urgencias. En la sierra, cada día añade un matiz nuevo al pinar, un silencio distinto, una luz que se recoge antes de tiempo.
Mientras la ciudad acelera,
la montaña nos recuerda que hay momentos que solo pueden vivirse despacio.
La Cadencia que nos salva
Dicen que vivimos rápido, que la velocidad se
ha convertido en una forma silenciosa de medir la modernidad. Tal
vez caminamos acelerados porque nos da miedo detenernos: en la quietud aparecen
preguntas que no siempre sabemos responder.
Pero nosotros —los que cada domingo huimos
hacia las montañas— sabemos que otra vida es posible. La
prisa se queda en la ciudad como un abrigo colgado antes de entrar. En
cuanto los árboles nos rodean, el ritmo cambia de forma natural. No
porque seamos más lentos, sino porque dejamos de medirnos en segundos.
Allí arriba no importa cuántos metros se
recorren ni en cuánto tiempo. Solo cuenta cómo respiramos,
cómo la brisa nos despierta, cómo la tierra húmeda amansa la mente. La
cadencia conjunta del grupo es ese rumor de ruedas que nos recuerda que la vida
también puede avanzar sin atropellarlo todo.
Cada vez que nos internamos en el pinar, cada
vez que el sendero se estrecha y el sol se filtra entre las ramas, sentimos que
algo dentro se acomoda, como si encontrara su sitio.
Y entonces lo entendemos:
La
calma no es una renuncia, sino la forma más noble de resistencia.
La montaña no nos pide prisa. La bicicleta tampoco. Somos nosotros quienes nos concedemos, al menos unas horas cada semana, el derecho a vivir a otro ritmo. Y en ese gesto sencillo —pedalear juntos, sin urgencias— encontramos algo que ninguna ciudad puede medir: espacio para ser.
La Lección de la Resistencia
Sin embargo, toda filosofía debe ser puesta a prueba por la realidad. Y la realidad, esta semana, vino empapada, recordándonos que el pulso de la montaña no es negociable.
Durante días, la borrasca Claudia decretó su propia ley: una lluvia persistente que humedeció los senderos de toda la península. Aunque el deseo de salir a
rodar siempre late, la responsabilidad me hizo dudar: no me atreví a ofrecer
una propuesta oficial que garantizara seguridad y disfrute para todos.
En medio de esa duda, surgieron compromisos
sociales ajenos a la bicicleta a los que tampoco quise negarme.
Pero fueron mis compañeros quienes me recordaron
la sencillez de lo que en el fondo buscamos: juntarnos sin más pretensiones,
dejar que la mañana empiece con un café caliente y termine, seguramente, con
las bicicletas cubiertas de barro, pero con la sonrisa limpia.
Valientes y testarudos, esos compañeros
decidieron aceptar el desafío y dejar su propio rastro en los senderos
empapados. A ellos mi reconocimiento, una sonrisa
cómplice por recordarnos que la esencia de la ruta está en la compañía, no en
los logros.
Domingo, 23 de Noviembre de 2025
Este domingo volveremos a buscarnos en los
caminos, a reconocernos unos a otros y también a nosotros mismos.
No importará el barro que encontremos ni el frío que ya se anuncia: importará estar, importará la presencia.
Iremos para dejar atrás la prisa —esa compañera exigente que nunca pregunta cómo estamos— y para recuperar la cadencia vital que solo aparece cuando la montaña nos envuelve y el aire vuelve a oler a pino húmedo.
Hora de encuentro: 🕣 8,45
Lugar de encuentro: 📍Parking de La Herrería (junto al campo de golf) El Escorial
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