domingo, 30 de noviembre de 2025

La sierra nos esperaba fría, pero acogedora


Una mañana de otoño que exigió respeto y regaló calma

Dicen que el frío no entiende de madrugones, pero este domingo nos aguardaba en la puerta.

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En Soto del Real, el termómetro rondaba un cero pelado: ese cero que no asusta, pero obliga a revisar guantes, ajustar cuellos y dar un par de palmadas para que el cuerpo despierte antes que la bici.

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Y, sin embargo, bastó mirar alrededor para que el ánimo subiera unos grados. En un goteo casi tímido, pero constante, fuimos llegando: Andrés, Enrique, Fer, Javier, Jesús, Juan, Luis Ángel, Nacho, Pedro, Raúl, Santi y yo mismo, Alfonso.

Caras conocidas, saludos que, más que romper el hielo, lo derriten. Esa mezcla de ilusión y respeto que trae cada nueva ruta. Es hora de ponerse en marcha.

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La Ermita de San Blas aparecería pronto en nuestro track. Pero hoy la consigna fue clara: “no nos detenemos”. Algunos lo agradecieron; otros intuyeron que lo que estaba por llegar exigiría reservar fuerzas.

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Avanzamos por el Camino de la Peña del Madroño, cruzando el pequeño puente de piedra sobre el arroyo del Barranco de Hoyuela. Ante nosotros se abrían vistas que siempre emocionan: montes nevados y picos cubiertos por nubes que parecían anunciar un invierno adelantado.

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Entramos en zona forestal, la misma de otras ocasiones, para seguir una pista bien conocida que, poco a poco, irá ganando desnivel. Por delante aguardaban más de diez kilómetros de ascenso continuo hasta la Morcuera. Un reto sin estridencias, pero firme, como solo la montaña sabe plantearlo.

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Rodábamos por el histórico Camino del Monte Aguirre al Puerto de la Morcuera, senda de leñadores, gabarreros y pastores… y también, dicen, de contrabandistas y bandoleros. El Mierlo, entre ellos, que conocía cada recodo y cada refugio, moviéndose por estos parajes con la misma soltura con la que hoy tratamos de mantener nuestro propio latido y respiración.

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Superamos la fuente de la Parada del Rey. No la vemos, pero sabemos que está ahí, al pie de sus escalones de piedra. Continuamos: hoy no toca desviarse. El recorrido, tan frío como hermoso, deja escapar los primeros resoplidos y hace que las charlas se desvanezcan. Apenas alcanzamos a saborear las vistas hacia el embalse de Miraflores, que asoma al fondo, tímido entre los árboles.

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En algún punto perdí la referencia de quienes no rodaban junto a mí. Unos irían por delante, otros quizá guardando fuerzas atrás.

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El bosque se abría, el cielo se limpiaba y el aire golpeaba más directo, sin que el sol lograra suavizarlo. Una parada para reagrupar, para beber o tomar algo sólido, al cruzarnos con la M-611. Nos aguardan dos kilómetros por la carretera de Rascafría.

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El Puerto de la Morcuera (1773 m) nos espera paciente. La Puerta de Cuerda Larga posaba gustosa para quien se fijara en ella, pero otros buscaban que su GPS dejara constancia del ascenso hasta el mismo puerto.

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Al lanzar la propuesta, no sabíamos si la montaña se vestiría de blanco o si la lluvia dejaría su huella en los senderos. Ambas fueron invitadas ausentes: la lluvia no hizo acto de presencia y la nieve apenas se insinuó a lo lejos.

El Camino de la Nieve nos lanzó un desafío y dudamos un instante, pero un cartel recordando la prohibición de recorrerlo en bici resolvió por nosotros.

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Regresamos primero por carretera y luego de nuevo a la pista forestal, esta vez en descenso, hasta enlazar con el sendero del Cordel del Puerto de la Morcuera, cuyo estado actual nos resultaba incierto

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Intuíamos que el descenso nos pondría a prueba. Y así fue: tramos que invitaban a dejarse llevar con cierta fluidez, y otros que exigían atención, equilibrio y firmeza. Tampoco faltaría ocasión para poner pie en tierra y cargar con la bici, a fin de atravesar la zona y el propio arroyo del Corral de los Puercos.

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En esos momentos, la bici se convierte en compañera de confianza, recordándonos que cada pedalada es un pacto con el terreno. El aire frío golpea el rostro, las manos buscan firmeza en el manillar y los ojos se abren para anticipar cada obstáculo.

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El embalse de Miraflores observa nuestro avance. El silencio del grupo se mezclaba con el crujido de las ruedas sobre la tierra húmeda y las piedras resbaladizas. Sin conversación, solo la certeza de que compartimos la misma aventura, cada cual enfrentando sus propios fantasmas.

El sendero estrecho se abrió en hermosa ladera, donde nos sorprendió el Roble de los 17 Hermanos (grupo de robles que forman un conjunto único)

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Desde ahí, regresamos a la pista principal, tras casi tres kilómetros de disfrute y adrenalina, para tomar, esta vez sí, agua de la fuente de la Parada del Rey, en el Pinar de los Cuarteles, y retomar trazados conocidos, esos que guardan memoria de tantas pedaladas pasadas.

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El Camino del Mostajo, en suave descenso, nos regaló ese tramo en el que la mente se relaja y las piernas pedalean solas, antes de volver a apretar sentidos para el descenso hasta el cruce del Camino Forestal a San Blas y la foto junto a la casilla forestal. La Puerta del Hueco de San Blas casi nos guiñó un ojo, pero quedará para otra ocasión. Toca volver.

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La pequeña puerta metálica nos abrió paso a un descenso amable, de esos que nos encantan: sin complicaciones, amplias praderas, senderos con curvas fáciles de trazar y el Arroyo del Mediano Chico marcando el camino hasta que el sediento Embalse de los Palancares se dejó ver.

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Con el sol peleándose todavía contra nubes oscuras y la temperatura empeñada en descender, los senderos finales fueron un regalo. Algunos se dejaron llevar por la velocidad, otros por la conversación. Y así, casi sin darnos cuenta, el círculo se cerró donde había empezado: en Soto del Real, con la sencilla satisfacción de otro domingo cumplido.

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Brindamos por la ruta, por nuestra victoria —pequeña o grande, pero siempre nuestra— y por el Santo de Andrés, que no necesita de excusas para invitarnos a unas cervezas.

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Habrá rutas más duras, más largas o más técnicas… pero pocas tan completas en sensaciones. La bici nos detiene en el instante preciso, para recordarnos el privilegio de compartir este latido.

Pedalear es compartir camino y latido

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