domingo, 31 de marzo de 2024

AlfonsoyAmigos, Viernes de Pasión y Sábado de Gloria

 

Los pronósticos para la semana incluían vientos fuertes, lluvia y nieve…

 

Viernes de Pasión 

A pesar de las múltiples opciones disponibles, nuestro amigo Fer optó por abrigarse y emprender en solitario una de las rutas más desafiantes de la zona:


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Su recorrido incluyó el ascenso por la Cañada Leonesa desde San Rafael, el Collado del Hornillo, el embalse de Cañada Mojada, el collado de la Gargantilla y, por supuesto, la ardua subida hasta el refugio de Cueva Valiente (1903 m)

El valor, no sólo se le supone.

 

Sábado de Gloria


Luis Ángel comparte su experiencia:

A pesar de unos 45 minutos iniciales infernales de aguanieve, la mañana nos brindó una oportunidad para montar en bicicleta. Los caminos estaban más anegados que nunca, pero logramos llegar a La Risca de Valdeprados, donde el agua del Río Moros fluía como nunca antes lo habíamos visto. Fue una experiencia brutal.

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El barro y el agua se volvieron indescriptibles durante todo el trayecto, y finalmente, exhaustos por las dificultades del terreno, logramos completar nuestro recorrido. Las bicicletas, al igual que nosotros, concluyeron la aventura de manera impresionante.

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Hoy, como colofón de nuestra travesía, Andrés, Enrique, Pawel y Luis Ángel solo podemos exclamar: 

¡Viva la bici y viva el agua! 


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Hace 10 años: Pincha para recordar


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domingo, 24 de marzo de 2024

Si crees que puedes, ya estás a medio camino – Al Puerto de Pasapán

 

Le dije a nuestro amigo Fer: “Propón una ruta por San Rafael y El Espinar. No hace falta que sea fácil, sólo que sea posible”


Y apenas tardó una décima de segundo en contestar: “Nos vamos a la Mujer Muerta, al Collado de Pasapán”


 

No sé cómo le ha ido al resto del mundo, pero hoy, en la Estación de El Espinar, nos hemos encontrado con un día espléndido aquellos que hemos decidido acudir a la cita: Andrés, Ángel, Enrique, Fer, Juan, Luis Ángel, Miguel Ángel, Nacho, Pawel, Rafa y Alfonso.


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Hubo quienes solicitaron el track para poder tomar referencias en ruta, pero ¿Quién de los asistentes no se conocía de nuestro trazado cada tramo complicado, cada piedra, cada desnivel, incluso las zonas que podíamos encontrar encharcadas? Prácticamente había que dejar que las bicicletas rodaran solas, se sabían el camino. Y, sobre todo, lo que seguro estaba grabado en la mente de todos, era el largo ascenso que nos aguardaba hasta el Collado de Pasapán.

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Andarines y ciclistas

Al aparcamiento de la Estación, a la misma hora que nosotros, acuden numerosos vehículos o gente a pie, incluso un vehículo de Protección Civil… Al parecer, esperan desquitarse del aplazamiento que en su día y por mal tiempo sufrió la Marcha de Los Gabarreros. Algunos saludos y comenzamos a dar pedales.

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El acceso al Área Recreativa de La Panera todavía es libre y nos sorprende ver a quienes parece que han madrugado más que nosotros. Seguro que querían coger un buen sitio para acampar en las riberas del río Moros, que casi escuchamos antes de que lo podamos ver. Sus aguas corren alegres y saltarinas valle abajo, como si también estuvieran emocionadas por nuestra aventura.

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En pocos minutos nos plantamos en el Cordel de la Campanilla, que se va a extender más de 18 kms ante nosotros. Para aquel que lo descubra por primera vez, un sendero de fácil rodar… Pero que esconde algunas zonas con cortos pero duros desniveles, otras con mucha piedra suelta que exigen prestar atención, el vadeo de algún pequeño riachuelo con ínfulas y praderas muy húmedas que podrían engullir a algún despistado.

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A nosotros no nos coge desprevenidos, no es la primera vez, ni será la última, que avanzamos por la Cañada Real Soriana Occidental, antiguo camino de pastores con ecos de historia, dejando atrás la estación de Los Ángeles de San Rafael y la de Otero de Herreros.

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El grupo se dispersa mientras rodamos por el tramo del Cordel de Matazarzal, estirándose como goma elástica, cada uno encontrando su propio ritmo en un entorno que invita a la reflexión o al desafío. Los más fuertes aprovechan la oportunidad para acelerar, mientras otros optan por reservar energías para lo que está por llegar.

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El arroyo de la Peña del Cuervo y el de Riajales, confluyen por túnel bajo las vías del tren, justo por donde tendremos que pasar sin lograr evitar que nos mojemos los pies. 

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Más adelante, junto al río Milanillos y fuente (supongo que del mismo nombre) la parada es tradicional y casi obligada. Reagrupar, tomar alguna barrita y coger un agua fresca que seguramente proviene del mismo manantial que el Agua de Bezoya.

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Dos kilómetros más y estamos ya listos para el desafío del día: El ascenso hasta el Collado de Pasapán.

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Con la edad, te vas dando cuenta de que lo importante no es alcanzar cimas, sino poder seguir subiendo. Pero los que hemos sido deportistas toda la vida, no podemos evitar que, de vez en cuando y de manera espontánea, nos surja el espíritu competitivo. No con los demás, que probablemente sea lucha perdida en la mayoría de los casos, sino con uno mismo.

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Así que, ahí me veo yo, arrancando de los primeros en el inicio de la subida. Tras unas pedaladas, dejo atrás a quien partió antes que yo y en ese instante, muchos pensamientos que me hacen daño me vienen a la cabeza. Para disiparlos, intento centrarme en un solo: Alcanzar el Collado “casi” de un tirón.

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Lo sé, lo sé, llevo una bicicleta eléctrica, no quiero risas, pero mi reto personal es no pasar de una ayuda “eco” que, además, llevo muy limitada de asistencia y apretarme cuanto pueda. Nunca lo intenté, pues cada vez que hicimos esta ruta (muchas veces en 15 o 16 años) siempre me quedé con otros compañeros, dando o recibiendo ánimos, con muscular o e-bike.

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Me veo decidido y las piernas parecen responder a un ritmo sostenido. Dejo atrás a andarines con los que cruzo saludo y el corazón empieza a latir con fuerza cuando estoy rodeando el Cerro de la Cachiporra. Apenas una foto en la fuente del arroyo Milanillo y sigo adelante.

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La cabeza me pide aflojar la marcha, pero cada pedalada me acerca un poco más a la cima y refuerzo el ánimo. Sigo adelante, con la montaña como testigo silencioso, aunque intento empaparme de su belleza.

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Una puerta, dos puertas, que me vendrían bien para tomarme un breve respiro, pero unos amables ciclistas aquí y un andarín allí, me las abren con una sonrisa. Graciassss. Hace un buen rato que las pulsaciones están rozando mi límite recomendable.

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He llegado en solitario y aún tardarán bastante en unirse mis compañeros, que se detuvieron en la fuente. Pero en días como estos, cada pedalada se ha convertido en un pequeño triunfo ante la vida… también en una dedicatoria. Y el paisaje, borroso por alguna lágrima escurridiza, me regala un pedacito de felicidad.

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¡Hasta la vista, baby!  - (Terminator 2  1991)

¡Hasta la vista, al Puerto de Pasapán (1846 m) y a la impresionante Mujer Muerta! -- nos despedimos cuando emprendemos el descenso.

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Cansados, pero satisfechos, con un orgullo personal que nadie nos puede quitar. Unos con ganas de continuar con la diversión y otros pensando en celebrar lo conseguido. ¿Para cuando la próxima?

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Rápido descenso, muy rápido tal vez, pero es que la adrenalina corre imparable por todas nuestras venas. Primero hasta el Alto del Casetón (1728 m) y después por un GR-88 que casi nos hace olvidar cómo dar pedales.

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De nuevo en La Panera, con olor a humo de parilla y el río Moros felicitándonos por nuestra aventura.



domingo, 17 de marzo de 2024

Tampoco ha defraudado en esta ocasión, la Chorrera de San Mamés

 

Existen destinos en el mundo que, por su belleza e historia, invitan a ser explorados una y otra vez

Son esos lugares que, sin importar cuántas veces los visites, siempre te ofrecen una nueva perspectiva, una aventura fresca


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Y luego están las rutas, los caminos trazados por la naturaleza o la mano del hombre, que merecen ser recorridos en múltiples ocasiones. Especialmente cuando tienes el privilegio de ser el guía para aquellos que ven todo como un descubrimiento, para quienes cada metro avanzado a base de pedaladas es una experiencia completamente nueva.

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En esta ocasión, tres compañeros se enfrentan a la ruta por primera vez, mientras que otros cinco estamos dispuestos a disfrutarla nuevamente: Ángel, Asanta, Fer, Luis Ángel, Miguel Ángel, Nacho, Rafa y Alfonso. Dos, de puesta de largo, uno de pirata y el resto mostrando unas piernas que, quizás, agradecerían unos rayitos de sol que hoy apenas se dejarán ver.

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Ah, permitidme comentar de pasada. Hoy estreno nueva bici, aunque ni siquiera me había sentado en ella para probarla. Sin embargo, Fer ha ejercido una especie de “derecho de pernada”, o de pedalada, y en un abrir y cerrar de ojos, se ha dado una vuelta con my new bike, pero devolviéndomela ya salpicada de barro. ¡Qué barbaridad!

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Y al hablar de salpicaduras de barro, más de un compañero, leyendo estas líneas, ha debido soltar una risa tonta, quizás con un toque de nerviosismo e ironía. Ahora contaremos.

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Con el cielo ligeramente cubierto, con temperatura agradable y con muchas ganas de disfrutar, nos ponemos en marcha y entramos rápidamente en senderos donde la humedad de los campos es palpable. ¡Ay! Mi bici.


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Tras cinco kilómetros de rodar fácilmente llegamos al Puente de Matafrailes (me da miedo preguntar por el origen del nombre). Este puente, con su arco ojival, se alza sobre el arroyo de Canencia, muy cerca de su desembocadura en el río Lozoya.

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Como en el juego de la Oca, avanzamos de puente a puente hasta situarnos sobre el puente del Congosto. Ni los eruditos tienen claro si es de origen romano o ya medieval y, mientras lo deciden, nosotros nos detenemos en parada larga para llevarnos unas formidables fotos de recuerdo. (Difícil elegir entre las que se han obtenido)

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¡Qué suerte tenemos en Madrid con el agua! Le comento a Luis Ángel, mientras escuchamos el fuerte ruido de las aguas que fluyen alegres, embravecidas y sin control.

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Y más adelante, otra maravilla: El Embalse de la Pinilla, que podemos admirar en toda su plenitud desde el Mirador del Valle. Aunque nos queda mucha ruta, a ninguno parece importarnos ahora mismo.

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Abandonamos la “pista de paseo” alrededor del embalse, atravesamos un túnel bajo la M-604 y comenzamos a seguir el cauce del arroyo del Villar por un sendero forestal. Algunos recordábamos que este camino fue complicado la vez anterior, pero esta vez lo encontramos aún más desafiante.

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La dificultad radica en avanzar a pesar del barro que encontramos constantemente, especialmente resbaladizo cuando intentamos superar desniveles ya de por sí difíciles. Me enorgullece ver el esfuerzo de mis compañeros y escuchar risas en el bosque en lugar de los lamentos y quejas que se podrían esperar.

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No hay fotos en zonas embarradas porque no me detengo. Es mejor intentar mantener la inercia, ya que cuesta mucho volver arrancar.

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Hemos recorrido más de cuatro kilómetros por la ladera baja del Cerro de la Cruz, lo que está pasando factura a nuestras piernas. Sin embargo, nuestro ánimo sigue en alto mientras seguimos bromeando: ¿Estamos en zona de sotobosque? ¿Sí? ¿No? “Vegetación formada por matas y arbustos que crece bajo árboles jóvenes en un bosque”. La tontería dará para un buen rato.

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Finalmente, alcanzamos el Collado de los Espinosos y ahora nos espera un descenso fácil hacia Navarredonda, donde una fuente de agua fresca nos da la bienvenida.

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El entorno es realmente hermoso, rodando ahora por la Ruta del Robledal, que nos trae muchos recuerdos de las rutas por San Rafael y El Espinar. Superando después el puente de madera sobre el arroyo del Chorro.

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Los últimos kilómetros de fácil rodar se van a acabar. Nos encontramos en cruce de caminos, en el Mirador de San Mamés, con letreros informativos en los que el incívico de turno se ha empeñado en dejar su firma.

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Frente a nosotros se extiende una pista ancha perfectamente compactada, y al fondo, engañándonos sobre su tamaño, ya vemos la Chorrera de San Mamés. Nos lanzamos a por ella, superando dos kilómetros de duro ascenso. Como en el bosque, no miro atrás ni me detengo a hacer fotos… bastante con mantener el resuello.

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Alcanzamos el refugio, la Casa del Leñador, en la Puerta de los Carpetanos (una de las Puertas en la Sierra de Guadarrama)

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Durante el ascenso había comentado la posibilidad de marcar meta en el refugio y regresar… ya que conocíamos la fatiga de llegar al último mirador. Pero cuando me quiero dar cuenta, Ángel, Asanta y Fer han desaparecido. No querían perderse las vistas privilegiadas, así que al resto nos toca esperar su regreso.

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Una vez reunidos de nuevo en el cruce de caminos, los tres mosqueteros lucen satisfechos. Llevamos ya retraso, pero ¡Tranquilos! Que ya es todo bajada. Fer, eufórico y con la adrenalina fluyendo, se lanza por el camino de los Almajanes y la Cañada de la Cárcaba.

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Pero cuidado, porque incluso en la bajada hay trampas. Una zona de arena la superamos sin problemas, otra de piedras es esquivada, pero esa zona húmeda que parece un inocente charco sucio puede ser una auténtica trampa. Fer entra confiado y, afortunadamente, no sale de cabeza. Su rueda delantera se hunde en el barro cada vez más, como si no encontrara fondo y al intentar incorporarse le ocurre lo mismo con las piernas.

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¡Ayudadle, que lo perdemos! Está claro que no se ha hecho daño, las carcajadas son incontrolables, muy a pesar del protagonista. Fer ha quedado más rebozado que una croqueta. Gracias por el aviso, amigo. Si no es por ti caemos todos en el agujero.

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Más adelante, junto a puente madera sobre el arroyo de los Robles, nos detenemos para que Fer se sumerja casi al completo en un baño de agua helada. Yo aprovecho también para deshacerme del barro acumulado… Si lo llegamos a saber...

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Por delante, un largo recorrido por el Cordel de la Solana… pero allí parece que el sol no ha entrado, y sí toda el agua de la zona. Sin posibilidad de escapar por los muretes de piedra, tenemos que seguir adelante por la calleja, haciendo malabarismos para no resbalar o hundirte en el barro maloliente, pisoteado y aliñado al gusto por el ganado vacuno.

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Un respiro hasta llegar a Villavieja del Lozoya, en las cercanías del Embalse de Riosequillo (1958) y a Pinilla de Buitrago. Pero ¡quietos, parados! ¡hay avería! Asanta se ha quedado sin un pedal. No habrá forma de lograr que aquella rosca agarre por más que intentamos todos los trucos McGyver. Tendrá que seguir adelante haciendo equilibrios y tirando más de una pierna (qué agujetas va a tener).

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Y de nuevo más de lo mismo. Otra calleja que habrá que atravesar sí o sí. Esta con más agua que barro, pero ya todo nos da igual. La ermita de Santiago nos indica que ya estamos muy cerca y apuramos la marcha.

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Con las paradas para fotos, con el barro, con el agua, con los baños casi integrales y las averías (2) pues Rafa rompió la maneta del cambio y así se hizo más de media ruta a piñón fijo, en esta ruta, bonita y entretenida, nos hemos ido a más de seis horas y cuarto, pero tranquilos, en movimiento bastante menos.

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Dicen que, de media, nos quejamos, conscientes o no de ello, unas 15 o 20 veces al día. Pero hoy solamente se han quejado los frenos por el barro y el agua. Estupendo ambiente.

¡¡Enhorabuena a todos!!