Le dije a nuestro amigo Fer: “Propón una ruta por San Rafael y El Espinar. No hace falta que sea fácil, sólo que sea posible”
Y apenas tardó una décima de segundo en contestar: “Nos vamos a la Mujer Muerta, al Collado de Pasapán”
No sé
cómo le ha ido al resto del mundo, pero hoy, en la Estación de El Espinar, nos
hemos encontrado con un día espléndido aquellos que hemos decidido acudir a la
cita: Andrés,
Ángel, Enrique, Fer, Juan, Luis Ángel, Miguel Ángel, Nacho, Pawel, Rafa y
Alfonso.
Hubo quienes solicitaron el track para poder tomar referencias en ruta, pero ¿Quién de los asistentes no se conocía de nuestro trazado cada tramo complicado, cada piedra, cada desnivel, incluso las zonas que podíamos encontrar encharcadas? Prácticamente había que dejar que las bicicletas rodaran solas, se sabían el camino. Y, sobre todo, lo que seguro estaba grabado en la mente de todos, era el largo ascenso que nos aguardaba hasta el Collado de Pasapán.
Andarines y ciclistas
Al aparcamiento de la Estación, a la misma hora que nosotros, acuden numerosos vehículos o gente a pie, incluso un vehículo de Protección Civil… Al parecer, esperan desquitarse del aplazamiento que en su día y por mal tiempo sufrió la Marcha de Los Gabarreros. Algunos saludos y comenzamos a dar pedales.
El acceso al Área Recreativa de La Panera todavía es libre y nos sorprende ver a quienes parece que han madrugado más que nosotros. Seguro que querían coger un buen sitio para acampar en las riberas del río Moros, que casi escuchamos antes de que lo podamos ver. Sus aguas corren alegres y saltarinas valle abajo, como si también estuvieran emocionadas por nuestra aventura.
En pocos minutos nos plantamos en el Cordel de la Campanilla, que se va a extender más de 18 kms ante nosotros. Para aquel que lo descubra por primera vez, un sendero de fácil rodar… Pero que esconde algunas zonas con cortos pero duros desniveles, otras con mucha piedra suelta que exigen prestar atención, el vadeo de algún pequeño riachuelo con ínfulas y praderas muy húmedas que podrían engullir a algún despistado.
A nosotros no nos coge desprevenidos, no es la primera vez, ni será la última, que avanzamos por la Cañada Real Soriana Occidental, antiguo camino de pastores con ecos de historia, dejando atrás la estación de Los Ángeles de San Rafael y la de Otero de Herreros.
El grupo
se dispersa mientras rodamos por el tramo del Cordel de Matazarzal, estirándose
como goma elástica, cada uno encontrando su propio ritmo en un entorno que
invita a la reflexión o al desafío. Los
más fuertes aprovechan la oportunidad para acelerar, mientras otros optan por
reservar energías para lo que está por llegar.
El arroyo de la Peña del Cuervo y el de Riajales, confluyen por túnel bajo las vías del tren, justo por donde tendremos que pasar sin lograr evitar que nos mojemos los pies.
Más adelante, junto al río Milanillos y fuente (supongo que del mismo nombre) la parada es tradicional y casi obligada. Reagrupar, tomar alguna barrita y coger un agua fresca que seguramente proviene del mismo manantial que el Agua de Bezoya.
Dos
kilómetros más y estamos ya listos para el desafío del día: El ascenso
hasta el Collado de Pasapán.
Con
la edad, te vas dando cuenta de que lo importante no es alcanzar cimas, sino
poder seguir subiendo. Pero los que hemos sido
deportistas toda la vida, no podemos evitar que, de vez en cuando y de manera espontánea,
nos surja el espíritu competitivo. No
con los demás, que probablemente sea lucha perdida en la mayoría de los casos,
sino con uno mismo.
Así
que, ahí me veo yo, arrancando de los primeros en el inicio de la subida. Tras
unas pedaladas, dejo atrás a quien partió antes que yo y en ese instante,
muchos pensamientos que me hacen daño me vienen a la cabeza. Para
disiparlos, intento centrarme en un solo: Alcanzar
el Collado “casi” de un tirón.
Me
veo decidido y las piernas parecen responder a un ritmo sostenido. Dejo
atrás a andarines con los que cruzo saludo y el corazón empieza a latir con fuerza
cuando estoy rodeando el Cerro de la Cachiporra. Apenas
una foto en la fuente del arroyo Milanillo y sigo adelante.
La cabeza
me pide aflojar la marcha, pero cada pedalada me acerca un poco más a la cima y
refuerzo el ánimo. Sigo adelante, con la montaña
como testigo silencioso, aunque intento empaparme de su belleza.
Una puerta, dos puertas, que me vendrían bien para tomarme un breve respiro, pero unos amables ciclistas aquí y un andarín allí, me las abren con una sonrisa. Graciassss. Hace un buen rato que las pulsaciones están rozando mi límite recomendable.
He llegado en solitario y aún tardarán bastante en unirse mis compañeros, que se detuvieron en la fuente. Pero en días como estos, cada pedalada se ha convertido en un pequeño triunfo ante la vida… también en una dedicatoria. Y el paisaje, borroso por alguna lágrima escurridiza, me regala un pedacito de felicidad.
¡Hasta la vista, baby! - (Terminator 2 1991)
¡Hasta
la vista, al Puerto de Pasapán (1846 m) y a la impresionante Mujer
Muerta! -- nos despedimos cuando emprendemos el descenso.
Cansados,
pero satisfechos, con un orgullo personal que nadie nos puede quitar. Unos
con ganas de continuar con la diversión y otros pensando en celebrar lo
conseguido. ¿Para cuando la próxima?
De nuevo en La Panera, con olor a humo de parilla y el río Moros felicitándonos por nuestra aventura.
Magnífica ruta ...Pasapán nunca falla y siempre exige... a por la próxima 💪 AyA 💪
ResponderEliminarPasapán pone a cada uno en su sitio. Esa subida de 8,5 km y casi 650 mts de desnivel hace preguntarte pero esto va a durar toda la vidaaaaaa???
ResponderEliminarLo mejor de todo es poder contemplar y recorrer esa majestuosidad de la Mujer Muerta. Un entorno impresionante.
Otra ruta para recordar por el esfuerzo y la recompensa de coronar el Alto con todos los amigos de los domingos. Impagable.
Semana Santa............cada vez mas cerca.
Un abrazo para todos.