La Naranjera nos sigue llamando
Los miércoles se han convertido en un pequeño
lujo desde que me jubilé. Son días de pedaleo sin
prisas, de explorar y redescubrir rincones de nuestra Sierra. Ayer
fue uno de esos días especiales, de reencuentro con un amigo y, sobre todo, con
un recuerdo.
Mi amigo Juan no pudo en esta ocasión, pero
por suerte para mí, Asanta —que tiene libres algunos miércoles—se apuntó sin
dudar a la aventura. La idea era simple y a la vez
emocionante: volver a recorrer una de esas rutas "clásicas" que, con
el paso del tiempo y el deterioro del camino, habíamos dejado en el olvido.
La mañana nos recibió con un frío que se metía en los huesos, a pesar de estar el día muy claro. Desde el parking de El Tomillar, el sol pugnaba por hacerse notar. Pero ya sabemos cómo es la montaña: el ascenso te devuelve el calor. Antes de llegar al Mirador de la Penosilla, la ropa ya nos estorbaba y el cuerpo pedía una respiración más libre.
Alcanzamos el Puerto de Malagón (1536 m) a muy buen ritmo. Aunque yo intenté recortar, Asanta insistió en poner rumbo a la Cruz de Abantos (1753 m). La pista, en su mayor parte, estaba en buen estado, invitando a rodar con fuerza.
Sin
embargo, los últimos tramos antes de coronar nos recordaron el reto que siempre
ha sido, con esos pedregales que ponen a prueba la técnica y la paciencia.
Una vez arriba, las vistas eran la recompensa
perfecta al esfuerzo realizado. Desde
allí, el pedregoso GR-10, muy roto en grandes tramos y desniveles importantes,
nos recuerda que el MTB no es comodidad, es aventura.
En el recorrido, pasamos junto a un conocido portillo
metálico, siempre con candado, que da acceso a las antiguas instalaciones de un
“pozo de nieve”. Al encontrar la puerta sin
candado, no nos pudimos resistir: nos acercamos a curiosear ese rincón de
historia.
Nuestro principal objetivo era el viejo refugio de La Naranjera (1610 m), o lo que queda de él. Siempre le he tenido un cariño especial a este lugar, un rincón con un encanto único, testigo de tantas historias de AlfonsoyAmigos.
Verlo de nuevo era como abrir un álbum de
fotos. Aunque
el tiempo haya hecho mella en él, la sensación de volver a estar allí es lo que
realmente importaba. Lo recordaba de anteriores
ocasiones, con el sol siempre presente y así fue también esta vez: un sol que terminó
ganando la partida.
Algún tramo de pateo, menos que años atrás,
prueba de que he ganado habilidad y confianza para dejar que las ruedas de mi bicicleta
encuentren el trazado correcto. Parajes
que te acogen e invitan a permanecer allí por más tiempo.
La fuente de La Naranjera, hoy sin agua, nos
dice que estamos en la Cañada Real Leonesa y que emprendemos la vuelta. Ahora
sí, por pista, a buena velocidad a pesar de los repechos que nos llevan hasta
el Alto de Abantos (1621 m), para abandonar Ávila y regresar de nuevo a
Madrid, sin olvidar las fotos de recuerdo.
Nos despedimos de Malagón y tomamos el descenso por un sendero de piedra suelta, que superamos dejando que la adrenalina nos empujara. Más abajo nos aguardaban “las zetas”. Yo conté 16 —lo olvido en cada ocasión—. Asanta marcaba el ritmo y el trazado, y me dejé llevar. Fue la vez que mejor he descendido: sin apoyar un solo pie en tierra.
La euforia nos empujó a los últimos kilómetros
de nuestra escapada, con el sol regalándonos un día magnífico. Un
recuerdo inolvidable de una ruta “sin edad”, de un miércoles con encanto que nos
recuerda que, a veces, volver al pasado ayuda a valorar el presente.
Para este domingo no hay propuesta de ruta por mi parte
Tengo un compromiso familiar que me mantendrá alejado de los senderos, aunque no del espíritu de la montaña. Algunos compañeros tienen previsto marchar a Asturias el siguiente fin de semana, y este domingo aprovecharán para realizar alguna ruta de preparación.
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