AlfonsoyAmigos
sigue de vacaciones… esa es la intención. Pero
hay rutas que no entienden de calendarios, y amistades que merecen su propio
espacio en el camino.
Hoy tocaba madrugar. A las
ocho de la mañana, mi amigo Ángel y yo ya estábamos pedaleando, huyendo de un
calor que se anunciaba sin piedad. La
estrategia era clara: buscar las zonas altas, los senderos con sombra y la
promesa de algunas fuentes…, por si acaso. Y así
lo hicimos.
Encontramos una ruta que nos pareció perfecta.
Las
fuentes, que prometían ser oasis, no fueron una necesidad, pues íbamos bien
preparados, pero las disfrutamos en el simple gesto de refrescarnos las manos. En
los tramos protegidos por los árboles, el aire pareció conservar con
generosidad el frescor de la mañana, un alivio que contrastaba con los pocos
kilómetros que tuvimos que recorrer bajo el sol, donde el calor no pasaba
desapercibido.
Aunque teníamos prisa por regresar pronto, el
ritmo que llevamos fue mucho más tranquilo que en otras ocasiones, y nos regaló
algo inesperado: una ruta de confidencias. Los
kilómetros pasaban y, con ellos, las charlas profundas, las reflexiones
sinceras. Fue un día para conocernos mejor, en el que el
esfuerzo físico quedó en segundo plano frente a la conversación.
La ruta, por ideal que fuera, terminó. Pero la alegría de la gran cerveza bien merecida nos dio el tiempo para celebrar no solo el logro de haber vencido al sol, sino la complicidad de las confidencias; porque las mejores rutas, al final del día, son aquellas que, más allá de las sombras del camino, te obsequian las palabras sinceras de la amistad.
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