Un recorrido exigente, pero inolvidable. Aquí está la crónica
Cada ruta es más que un recorrido: es el encuentro con el esfuerzo, la camaradería y la satisfacción de pedalear sin prisas… ¿he dicho “sin prisas”?... La adrenalina de todos y cada uno de nosotros también ha acudido a la cita.
Hemos cambiado el punto habitual de encuentro
para darle un aire renovado a unos trazados que nos son familiares. No sé
si lo hemos conseguido.
Con curiosidad, ganas de desafiar el terreno y
un entusiasmo difícil de disimular, acudimos a la cita en Los Peñascales:
Andrés,
Ángel, Enrique, Fer, Jesús, Juan, Luis Ángel, Patrick, Pawel, Pedro, Rafa, Raúl,
Santi y Alfonso
Los abrazos del reencuentro dan paso a las
palabras de ánimo, a los avisos y advertencias al comenzar a rodar: Ojo,
que ante nosotros se entrecruzarán sendas en las que es fácil extraviarse, y perder
de vista el camino para consultar el GPS podría acabar en una caída.
La Presa de Los Peñascales ha retenido gran parte del caudal del arroyo de Trofas, que nos acompaña en nuestras primeras pedaladas. Al seguir su curso, el arroyo decide continuar su camino hacia el río Manzanares, mientras nosotros nos desviamos.
Terreno roto que ya hay que sortear con
esfuerzo y un desnivel que pronto se hará sentir, pero por ahora seguimos agrupados
y frescos de piernas. Sin pausas, iremos
ascendiendo entre los límites del Parque Regional de la Cuenca Alta del
Manzanares y de la zona urbana de Los Peñascales.
Podríamos optar por una pista más limpia,
seguro, pero nuestro trazado nos guía por senderos que, por momentos, parecen
estrecharse y poner a prueba nuestro avance. El grupo
se estira, casi desapareciendo entre la vegetación, mientras el cordel de Cerrastrillero,
que iremos cogiendo a tramos, nos eleva hasta los Altos de la Solana.
Desde aquí, en el horizonte, las Cuatro
Torres de Madrid se alzan como centinelas de la ciudad, imponiendo su
presencia sobre el paisaje y haciendo que todo a su alrededor parezca llano.
Es momento de tomarnos un descanso y hacernos
unas fotos de recuerdo. El sol, fiel compañero desde
el primer minuto, no nos abandonará, pero ahí, en lo alto, el aire fresco sigue
imponiendo su criterio: no es momento de quitarse ropa y mejor ponernos de
nuevo en marcha.
El camino del Prado nos abre paso por tierras
de Hoyo de Manzanares hacia El Mirador del Monte Egido, pedaleando por
la ladera del Cerro Almorchón y pasando muy cerca de una cantera de granito
rosa, que yo no alcancé a ver.
Solo de pasada, saludaremos a unas antiguas
minas de wolframio que, al igual que las que conocemos en las cercanías de San
Rafael, proveían de este codiciado mineral para su uso en blindajes y
armamento. Hemos tomado el punto más alto de nuestra
ruta.
El descenso por el camino de Villalba,
salpicado de zonas muy complicadas, lo cogemos con ganas, pero nos obliga a
todos a poner pie en tierra en los primeros tramos. Después,
sin dejar avanzar por caminos pedregosos y escalonados el ritmo se acelera,
pero los kilómetros transcurren muy lentos.
A la vez, debemos estar atentos a los grupos
de caminantes, algunos con perros sueltos, y a los ciclistas que han preferido
rodar en sentido contrario. Dejamos atrás, acaso para
otra ocasión, el desvío hacia la Cascada del Covacho, sobre la que una
pareja de caminantes me pregunta.
Junto al arroyo de los Peregrinos y
cerca de la senda de los Elefantes (al parecer por algunas rocas con la
forma de este animal) nos detenemos para reagrupar y descansar. Un rincón
precioso, lleno de encanto, protegido del viento, donde el murmullo del agua y
el canto de algún pájaro lejano invitan a una pausa prolongada y tranquila...
Enrique tiene compromisos y necesita volver
pronto. Con
el track en mano, y en contra del gusto de todos, se despide de nosotros. Ha
decidido aumentar el ritmo y avanzar en solitario. Es
posible que ya haya calculado la forma de recortar algún kilómetro.
Los nuevos tramos añaden dificultad, pero
también diversión, y me hacen notar cuánto ha mejorado la destreza de todos. La
técnica, la confianza y la fluidez en el pedaleo son evidentes en cada
maniobra.
Dejamos atrás el arroyo de las Lanchas de
Castilla y bordeamos La Berzosa por el Camino de Galapagar, pasando junto
al parking donde hemos aparcado en otras ocasiones. Tenemos
un tramo de 800 metros por carretera antes de coger desvío nuevo hacia Las
Machorras.
Ya lo dijimos, volvemos a discurrir por tramos del Cordel de Cerrastrilleros, pero con un par de cruces de la M-618 que, como siempre, imponen respeto por la alta densidad de tráfico.
“A petición del distinguido
público”, toca recorte… Con precisión de cirujanos,
Patrick y Raúl, conocedores de cada rincón de la zona, se encargarán de
extirpar un par de verrugas del trazado. Menos
kilómetros, sí, pero que al final todos agradeceremos.
El Berzalejo, Los Robles, Torrelodones,
sorteando caminos y comiendo kilómetros de pura diversión sobre las bicis. Sigo
al compañero que va delante, pero jugando con él a una especie de “Cucú tras” …
Ahora
te veo, ahora no, serpenteando por sendas que se pierden entre jaras en flor,
que por momentos nos envuelven y nos superan en altura.
Desde Torrelodones retomamos el track
inicial, navegando por senderos single que despiertan la emoción de unos y
ponen a prueba las reservas de fuerzas de otros. Cada
curva, cada tramo técnico, cada pequeño repecho, es una mezcla de disfrute y
exigencia.
Fin de ruta y de una jornada exigente, sin
tregua, donde cada kilómetro ha sido un reto y cada repecho una prueba
superada. No hubo más descanso que las paradas pues,
incluso en los descensos, la tensión fue máxima.
Según mi GPS: 33,06 kilómetros, con 731 metros de desnivel acumulado en 4 horas 44 minutos, con paradas. Alguna caída, algunos rasguños, algún extravío, pero al final, el orgullo y la satisfacción pesan más que el cansancio.
¡Enhorabuena a mis compañeros, qué lujo compartir rutas así!
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