miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los que cruzaban el puerto

Bandidos, buscavidas, gente variopinta que ha desfilado por el Alto del León con distintos propósitos pero relacionada entre sí por un nexo común, atravesar el Guadarrama


Mediado el siglo XVIII, la Sierra no era lugar seguro para recorrer, y mucho menos si se hacía sin reserva y con candidez. Decíase que estaba habitada por fieras temibles y quien osara aventurarse en su espesura, por muerto debía darse. El paso de los años acabó con esta quimera, demostrando que aquellas fábulas no eran sino invenciones propias del desconocimiento y que el peligro redundaba en otro tipo asuntos muy alejados de ogros y espíritus.



Así las cosas, el incremento del tránsito por las laderas guadarrameñas, produjo un efecto llamada que dio origen a tímidos movimientos económicos. En algunos casos éstos traspasaban flagrantemente los límites de la legalidad, promoviendo un mercado paralelo que proporcionaba pingües beneficios a sus propietarios, lo que convirtió estos parajes en una delegación del patio de Monipodio, donde la picaresca y la rapiña campaban a sus anchas.

Alto del León
Carrera de Motocicletas entre 1919 y 1920
Fotografía de José Regueira
También acontecieron episodios anecdóticos no necesariamente protagonizados por el ser humano, merecedores de ocupar un espacio en la historia  de tan singular territorio, al cual los pueblos serranos deben en buena medida  su próspera trayectoria.

Una de bandoleros


Juan Plaza, antiguo buhonero, vino a caer por estos pagos tras la dominación francesa. Contábase que en el pasado había combatido al invasor atacando correos que marchaban hacia la Vieja Castilla, hasta que llegada  la expulsión en 1813, hubo de reconducir su vida, transformándose de guerrillero a salteador.

La vida de bandido era difícil y la competencia mucha, Juan Plaza había de lidiar con su exigua partida junto a grandes figuras del latrocinio castellano, llamaranse Tuerto Pirón, “Cabeza Gorda” o Isidro “el de Torrelodones”,  que hacían de las suyas apoderándose de lo ajeno, convirtiendo el Alto del León en su particular campo de operaciones.

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Cueva Valiente
Durante décadas los alrededores del puerto fueron coto privado de estas cuadrillas que deambulaban impunemente por las vertientes serranas, imponiendo su ley a golpe de trabuco. Ante esta situación marginal, Juan Plaza quedó relegado a delincuente menor viéndose obligado a modificar su estrategia, pasando de dar golpes rápidos en las inmediaciones de Tablada a aislarse en Cueva Valiente, de donde al parecer huyó posteriormente tras la rebelión de sus acólitos sin que jamás volviera a saberse de él.

El avaro ventero


Sofocada parcialmente la delincuencia, las montañas dejaron de ser territorio proceloso por el que exponerse. Nuevos aires corrían por las alturas y se atisbaba un futuro prometedor para emprender negocios, esta vez con mayores garantías que en el pasado. Daba así inicio la conquista de la Sierra, aquella tierra maldita que tantos temores infundara, convertíase ahora en lugar anhelado por el que perderse para disfrutar de lo ignoto.

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Fuente de Aldara
En las cercanías de el Alto del León
Llegado el  transporte, comenzaron a aflorar posadas y figones que se levantaron en ambas vertientes, con el fin ofrecer parada y fonda al viajero antes de abordar el paso del León. Pero entre los propietarios de estas hospederías no todo era trigo limpio. Oyóse que en las cercanías de Gudillos, existió una venta regentada por un hombre muy tacaño, tanto que se decía secaba las mesas con el mandil y luego lo escurría  en una jarra de barro. Por sistema racaneaba en la pitanza y en vino, y por supuesto cobraba antes de servir, no fuera que el cliente tomara las de Villadiego al final del banquete.

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Puente junto al Apeadero de Gudillos
Aconteció cierta noche de invierno, que un hombre muy elegante compareció pidiendo auxilio. El desdichado, próximo a la congelación, cayó al suelo junto a la puerta de la estancia y levantando la mano solicitó que su caballo fuera socorrido, ya que acarreaba en la montura valiosas joyas que debía entregar a una rica señora de El Escorial. En tanto el tabernero le atendía, escuchaba con atención la historia del jinete, y viendo que éste podría fallecer, salió en busca del caballo dejando al hombre dentro de la fonda abandonado a su suerte. El roñoso caminó en la oscuridad alumbrado por un candil, anduvo toda la noche pues a cada paso creía ver al corcel portador de la fortuna, pero finalmente, después de horas de búsqueda hubo de regresar resignado y sin  botín.

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Monasterio de El Escorial

Al entrar en la venta quedó perplejo, los odres habían desaparecido, migas de pan se extendían por la tarima y los ricos chorizos que colgaban del gancho brillaban por su ausencia, ¡no quedaba nada!, desesperado miró por todos los rincones, después buscó detrás del mostrador y allí encontró la pizarrilla donde anotaba las cuentas. Con las manos temblorosas y el rostro contraído por la ira, tomó la tabla, y a duras penas pudo leer entre lágrimas  “gracias por buscar mi cabalgadura, en caso de  hallarla,  quédesela”

La mula desertora


Corría el invierno de 1937 durante la Contienda Civil. Por entonces cientos de soldados del ejército sublevado se encontraban acantonados en la cima del Alto del León, padeciendo los rigores climatológicos. Entre la tropa había una compañía de zapadores cuya  labor consistía en levantar defensas y otras tareas penosas, utilizando acémilas para transportar los suministros. De todas las bestias de carga había una en particular que destacaba por su mal carácter, una mula resabiada con la grupa hundida, señal de los muchos años y el trabajo hecho, a la que todos los militares temían. Nadie quería cuentas con el animal y al que le tocaba guiarla más vale que se encomendara a todos los benditos del Santoral.

Soldados en el Alto del León
Cuando los combates decayeron, fue empleada para recoger leña allá donde fuese posible si las circunstancias lo permitían. En todas y cada una de estas excursiones, produjo más problemas que el enemigo, que en ocasiones debido a la proximidad de líneas era testigo de los infortunios padecidos por el incauto guía en su intento de dominar al terco equino. Las risas pasaban de frente a frente calmando los ánimos y alejando momentáneamente a los soldados de la cruda realidad.

Fotograma de la película "La Mula"

Te digo que esta mula tiene malas querencias” aseguraba un salmantino que parecía entender bastante de esto. Por lo que respecta a los mandos, no querían saber nada del asunto y hacían oídos sordos a las quejas recibidas. “Algún día habrá un disgusto con ese bicho” Transcurrió el tiempo y llegado el mes de mayo, la mula escapó, o eso se dijo. Todos estaban contentos de haber perdido de vista por fin a aquel cúmulo de problemas que caminaba a cuatro patas, pero el amigo de Salamanca insistía desde su refugio de La Gamonosa en que aquello no traería nada bueno.

Días después, se desató una ofensiva de grandes dimensiones sobre la Sierra, y en concreto sobre los que defendían las posiciones del Guadarrama. Durante tres jornadas las cumbres fueron machacadas por la artillería republicana sin descanso, hasta que definitivamente cesó el martilleo. Los soldados de Franco recuperaron sus posiciones e hicieron algunos prisioneros que fueron conducidos al estado mayor. 

Fotograma de la película "La Mula"
Entre los detenidos desfilaban individuos de tropa, algún suboficial… y una añosa mula con el lomo arqueado cuyas riendas iban cogidas de la mano de un cabo. Cuando la fila llegó a su destino, la columna nacional no salía de su asombro al ver como el cuadrúpedo seguía mansamente a sus nuevos camaradas. El charro de Salamanca, con gesto de deleite,  comentó en voz baja a su compañero “¿Ves? te lo advertí, esta bicha  lo que quería era cambiar de bando”

Jesús Vázquez Ortega © 2015

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11 comentarios:

  1. Bonitos relatos.
    David Prrpec

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  2. Me ha gustado mucho leer estos relatos. Curiosos, muy curioso. Las cosas que se aprenden a través de este blog. De nuestras sierras que seguro mucha gente ignora.
    Gracias por la información y todo un gusto poderlo leer.
    Un saludo. CHARO.

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  3. Buenas historias nos traes y divertidas, pero la fotos del puerto, en blanco y negro, me han fascinado y me da por pensar, en las vida de los retratados....
    qué antes que nosotros, incluso con bicicletas , pasaron por debajo del león. Si el león hablase...

    Gracias, Alfonso por hacer que vuele la imaginación.

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  4. Que interesantes historias!!! Cada día os superáis. Muchas gracias!!
    Cristina Fernández Gómez

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  5. Fantasticas las historias que llenan de contenido la imaginación que uno siempre puede echarle a las cosas que podrian y de hecho sucedieron en otros tiempos por estas tierras.

    Muy buen trabajo.

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  6. Os recuerdo a todos que el trabajo de investigación y redacción de estos relatos ha sido realizado por el buen amigo Jesús Vázquez Ortega.

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  7. Muy buenos relatos...pensaremos en ellos mientras cabalgamos por la Sierra encima de nuestras monturas de 2 ruedas.
    Un abrazo.

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  8. Muchas gracias por ilustrarnos con estas bellas historias.

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  9. Curiosas e interersantes relatos que nos harán pensar cada vez que pasemos por El Alto del León. Siempre se agradece leer hstorias como estas, testigo del paso del tiempo.

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  10. Bonitas historias que no paran de sorprender.
    Buen trabajo

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