Llamémoslo fortuna
A última hora del martes, mi agenda se despeja
nuevamente de las obligaciones de abuelo y el termómetro me sonríe amablemente.
La
montaña, entonces, me grita con fuerza: ¡Eh,
que estoy aquí!
Un par de segundos bastaron para localizar el teléfono y llamar a mi amigo Juan: “¿Tienes compromiso para mañana?”. Fue suficiente. No hubo más convocatoria ni track preestablecido; a él no pareció importarle. Solo la idea clara en mi mente del objetivo que quería lograr y la compañía de un buen amigo. A veces, los mejores planes son los que, precisamente, no se planean.
Nuestras e-bikes nos esperaban, y con ellas,
la promesa de explorar sin límites. San
Rafael y El Espinar nos vieron partir, para saltar, sin complejos, a la
vertiente madrileña. Sabíamos que no nos
perderíamos, porque la montaña es un viejo conocido, y sus senderos, un mapa
grabado en el alma.
Apenas iniciábamos la marcha, Germán y José se
unieron a nuestra aventura. Llegaron listos para pedalear
a nuestro ritmo, y así fue hasta el Embalse de Cañada Mojada. Allí,
sus baterías bajas les hicieron dudar. Con
un saludo y la promesa de futuras rutas, nuestros compañeros se desviaron, y
Juan y yo continuamos, saboreando el resto del camino.
Y aunque íbamos con el "extra" de
las bicis eléctricas, la exigencia no faltó, al contrario. Nos
apretamos, buscamos los límites y encontramos esa fatiga dulce que solo
el esfuerzo sincero puede dar. Volvimos cansados, sí, pero,
sobre todo, satisfechos. O, quizás, satisfechos
pero cansados, porque la dicha de la ruta superaba cualquier agotamiento.
Hemos devorado los mejores senderos y trialeras de la zona, dejando que cada curva y cada piedra nos contaran su historia. Mi gozo resultaba aún mayor viendo disfrutar a Juan como un niño en cada tramo, por muy complicado que fuera y yo… pegado a su rueda, que no paraba de ser exigida.
Y como broche de oro, esas cervezas al final, frías y reparadoras, que han sabido a gloria misma. Días como hoy nos recuerdan que la bici es más que pedales y caminos; es libertad, conexión y la confirmación de que la vida, incluso en sus pausas, sigue siendo una aventura que merece ser contada.
Alfonso comparto al 100 % tu opinión. Son esos días inesperados, esos días que los empiezas como una bendita rutina y los terminas con una espléndida satisfacción. Días que no buscas y te encuentras: esos son los mejores. Como bien dices los buenos planes que salen sin haberlos planeado nada. Por muchos días como estos!
ResponderEliminarJuan
ResponderEliminarCuatro compañeros o un montón. Siempre contagiando buen rollo. Gema
ResponderEliminar