martes, 28 de abril de 2015

Mi querida bicicleta


Aprendiendo a montar en bicicleta



Miguel Delibes (1920-2010) escribió el libro “La vida sobre ruedas” basado en apuntes autobiográficos. Esta obra fue editada por Miñón en 1988 e incluída en 1989 por Destino en el libro de memorias “Mi vida al aire libre”.

Hoy quiero acercaros un fragmento del capítulo “Mi querida bicicleta”, que también podemos encontrar en edición independiente.


Puede que os traiga recuerdos de vuestra propia niñez:


ooOoo




Bueno, vamos allá.

Temblando, enderecé la bicicleta. Mi padre me ayudó a encaramarme en el sillín, pero no corrió tras de mí. Sencillamente me dio un empujón y voceó cuando me alejaba:

—Mira siempre hacia delante; nunca mires a la rueda.

Yo salí pedaleando como si hubiera nacido con una bicicleta entre las piernas. En el extremo del jardín, doblé con cierta inseguridad y, al llegar al fondo, volví a girar para tomar el camino del centro, el del cenador, desde donde mi padre controlaba mis movimientos. Así se entabló entre nosotros un diálogo intermitente, interrumpido por el tiempo que tardaba en dar cada vuelta.


Mi querida bicicleta - AlfonsoyAmigos
Marcha Familiar en  San Rafael en 2014

—¿Qué tal marchas?

—Bien.

—¡No mires a la rueda! Los ojos siempre adelante.

Pero la llanta delantera me atraía como un imán y había de esforzarme para no mirarla. A la tercera vuelta reconocí que aquello no encerraba mayor misterio y en las rectas, junto a las tapias, empecé a pedalear con cierto brío. Mi padre, a la vuelta siguiente, frenó mis entusiasmos.

—No corras. Montar en bicicleta no consiste en correr.

Le cogí el tranquillo y perdí el miedo en menos de un cuarto de hora. Pero, de pronto, se levantó ante mí el fantasma del futuro. Al pasar ante mi padre se lo hice saber en uno de nuestros entrecortados diálogos.


Miguel Delibes

—¿Qué hago luego para bajarme?

—Ahora no te preocupes por eso. Tú, despacito. No mires a la rueda.

Daba otra vuelta pero en mi corazón ya había anidado el desasosiego. Las ruedas dejaban su huella en la tierra recién regada pero la incertidumbre del futuro ensombrecía el horizonte. Daba otra vuelta. Mi padre me sonreía. Yo me mantenía en mis trece.

—Y cuando me tenga que bajar, ¿qué hago?

—Muy sencillo; frenas, dejas que caiga la bicicleta de un lado y pones el pie en el suelo.

Rebasaba el cenador, llegaba a la casa, giraba a la derecha, encarrilaba el paseo junto a la tapia, aceleraba, alcanzaba el fondo del jardín y retornaba por el paseo central. Allí estaba mi padre atento. Yo insistía tercamente:

—Pero es que no me sé bajar.

—Es bien fácil, hijo. Dejas de pedalear y pones el pie del lado que caiga la bicicleta.

Me alejaba de nuevo, sorteaba el cenador, topaba con la casa, giraba a la izquierda, recorría el largo trayecto junto a la tapia hasta alcanzar el fondo del jardín para regresar al paseo central. Mi padre iba ya caminando lentamente hacia el porche.

—Es que no me atrevo. ¡Párame tú! —supliqué al fin.

Mi querida bicicleta - AlfonsoyAmigos
Marcha Familiar en  San Rafael en 2014
Las nubes sombrías nublaron mi vista cuando oí la voz llena de mi padre a mis espaldas:

—Has de hacerlo tú solo. Si no, no aprenderás nunca. Cuando sientas hambre sube a comer.

Y allí me dejó solo, entre el cielo y la tierra, con la conciencia clara de que no podía estar dándole vueltas al jardín eternamente, de que en uno u otro momento tendría que apearme; es más, con el convencimiento de que en el momento en que lo intentara me iría al suelo. Entre las ramas se oían los gorjeos de los gorriones y los silbidos de los mirlos como una burla, mas yo seguía pedaleando como un autómata, bordeando la línea de la tapia, sorteando las enredaderas colgantes del cenador.

Luis Ángel Jr. en sus primeras pedaladas

¿Cuántas vueltas daría? ¿Cien? ¿Doscientas? Es imposible calcularlas pero yo sabía que ya era por la tarde. Oía jugar a mis hermanos en el patio delantero, la voz de mi madre preguntando por mí, la de mi padre tranquilizándola, y convencido de que únicamente la preocupación de mi madre hubiera podido salvarme, fui adquiriendo conciencia de que no quedaba otro remedio que apearme sin ayuda, de que nadie iba a mover un dedo para facilitarme las cosas.

Luis Ángel y Luis Ángel Jr.
El hijo contento y el padre orgulloso


Movido por este convencimiento, pensé que el lugar más adecuado para el aterrizaje era el cenador. Debería llegar hasta él muy despacio, frenar junto a la mesa de piedra, afianzar la mano en su superficie y, una vez seguro, levantar la pierna y apearme.

Pero el miedo suele imponerse a la previsión y, a la vuelta siguiente, cuando frené e intenté sostenerme en la mesa, la bicicleta se inclinó del lado opuesto, y yo me vi obligado a dar una pedalada rápida para reanudar la marcha. Luego, cada vez que decidía detenerme, me asaltaba el temor de caerme y así seguí dando vueltas incansablemente hasta que el sol se puso y ya, sin pensármelo dos veces, arremetí contra un seto de boj, la rueda delantera se trabó con las ramas y yo me apeé tranquilamente. Mi padre ya venía a buscarme.


—¿Qué?

—Bien.

—¿Te has bajado tú solo?

—Claro.

Me dio en el pescuezo una palmada cariñosa.

—Anda, di a tu madre que te de algo de comer. Te lo has ganado.


Miguel Delibes, La vida sobre ruedas, Planeta, 2010


Cuéntanos cómo aprendiste tú.

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5 comentarios:

  1. Qué bonito¡¡, y seguro que al leerlo hace recordar a cada uno la menera en que aprendió a montar en bicicleta.
    Un saludo. CHARO.

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    1. Ojala que alguno se anime a contar cómo aprendió.

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    2. Yo aprendí muy parecido al relato. Fue en Villacastin, con una BH en el paseo que llaman Los morales. La bici era de mis primos y por fin conseguí para...esta vez contra el moral más gordo del paseo. Tenía 10 años. Tarde más de un mes en volver a montar. Pero es otra historia. Si que puedo decir que desde entonces no paro de disfrutar con la bicicleta y con A. Y A. más y más.

      Un abrazo

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  2. Hay un refrán que dice que de raza le viene al galgo, mi padre fue el que gano la primera carrera que se celebro en El Espinar, era un artista, cuando yo tenia mas o menos 4 años, el fue quien invento las pequeñas bicicletas que vemos sin pedales que llevan los niños pequeños, mi padre arreglaba bicicletas y desmonto los pedales, plato y eje de pedalier a una pequeña bicicleta, en ella empece a sentarme en un sillín y empujarme con los pies, claro que aun sin pedales era os..tia para acá os..tia para aya, al cabo de lo poco tiempo y con el equilibrio cogido tuve una bici roja que no recuerdo la marca pero la tengo gravada en la cabeza, fea como ella sola la jodía, con mas o menos siete años, me compro mi padre una bici con cuernos de carreras amarilla, de las primeras BH de este tipo, ya con 12 años me compro una Titan con cambios, de aluminio,dorada, preciosa, una joya para mi, con ella empece a correr carreras en el pueblo y al rededores, al final de mi trayectoria en carretera termine corriendo con una Orbea, de las primeras que tenían los cambios en la punta de los cuernos del manillar, de hay un montón de años sin dar una pedalada hasta hace mas menos ocho o nueve años que me inicie en mi gran pasión de hoy la bicicleta de montaña, todo un lujo, y bueno ya, que con este tema me enrollo y os cuento hasta las rutas que hago, perdonar el rollo.

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  3. Recuerdo perfectamente mi primera bici. Era por Navidad y la recuerdo muy especialmente y con profusion de detalles, sonidos, olores y sensaciones. Era la tarde del 24 de diciembre y en mi casa era tradicion como en otras regiones de Francia dar los regalos esta tarde antes de ir a la misa del Gallo. Recuerdo esta tarde como inabitualmente luminosa y muy soleada, algo poco habitual en Bretaña por estas fechas. Despues de un paseo por los muelles del puerto junto con mi padre y mi hermana (momento que aprobechaba siempre Papa Noel para pasar a dejar los juguetes) volviamos a casa con una exitacion a duras penas contenida...Alli estaban debajo del arbol, dos flamantes bicis, la mia roja la de mi hernana verde. Piñon fijo y ruedines y me acuerdo haber pasado la tarde dando vueltas al salon y por el pasillo vestido de Indios, el otro regalo de estas inolvidables navidades...Dias mas tarde nos llevaron mis padres a un camino tranquilo y sin coches en la campiña Bretona detras de unas dunas, camino en suave pendiente y con taludes de hierba en los lados para las caidas...Alli aprendi junto a mi hermana a montar en bici empujado por mis padres con una mano en el sillin y que nos alentaban con sus gritos...algunas caidas y rasguños si , pero por fin pedalear libre, yo solo y sentir el viento del atlantico con olor a mar en mi cara este dia y el enorme orgullo de saber montar en bici como un "mayor" lo recordare toda mi vida.

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