El amanecer desvela un horizonte vibrante, cargado de expectativas y de un calor húmedo que promete acompañarnos toda la jornada
No es solo un día de ruta, es un día para celebrar. Cada pedalada es una despedida de lo cotidiano y una bienvenida a lo desconocido.
En el encuentro, en Navalafuente, las
caras de siempre y las de quienes hoy no han querido faltar: Andrés,
Ángel, Enrique, Ernesto, Eva, Fer, Jesús, Juan, Patrick, Rafa, Santi y Alfonso.
Más
tarde se nos unirá Nacho.
Sin apenas sombras sobre los
senderos cuando iniciamos la marcha. El cielo cubierto, brumoso. Se
percibe en el aire esa mezcla de emoción y camaradería, el murmullo de
conversaciones entrecortadas por el ritmo de las ruedas sobre la tierra.
La montaña nos observa y nosotros nos entregamos a ella, sin prisas ni relojes que marquen la cadencia. El calor nos recuerda que debemos dosificar el esfuerzo, pero también que hay momentos para dejarse llevar por la compañía y el paisaje.
Hoy, además del disfrute del recorrido, hay un motivo mayor para el encuentro. Un compañero cierra una etapa laboral para abrir otra llena de posibilidades, y nosotros estamos aquí para acompañarlo y festejar con él que el camino no termina, solo se transforma.
La jubilación nos ha dado una nueva libertad:
explorar sin horarios, dejar que la curiosidad nos guíe por senderos inéditos,
pedalear entre semana cuando la montaña aún conserva su silencio intacto.
Durante años, las Rutas de la Abuela nos ofrecieron un ritmo más pausado los sábados, y en verano, las Rutas Nocturnas nos desafiaron con la magia de la montaña bajo la luna. Parecen sonar solo a historias pasadas.
Ahora llega una nueva etapa, la oportunidad de
seguir explorando con la curiosidad e ilusión de siempre, sin horarios. De sumar kilómetros
confiando en que, con el tiempo, más compañeros se nos unan en este nuevo
desafío… y que el cuerpo me aguante para ser partícipe de ello.
Me alegra ver que los compañeros se sorprenden
por el paisaje, a pesar de que los últimos calores van agostando los campos. La
humedad, resultado de alguna tormenta reciente, no ayuda cuando el esfuerzo se
va haciendo más intenso.
Enrique aprieta la marcha, no lo puede
remediar, es su inercia y más de cara a las pruebas que se le vienen encima. Y
Ángel, que hoy parece encontrarse incluso más fuerte que de costumbre, le sigue
el ritmo.
Son los tramos más duros del recorrido. Repechos
que obligan a apurar los piñones disponibles y zanjas profundas erosionadas en
el camino, cicatrices de lluvias torrenciales pasadas, que no te libran de
tener que hacer equilibrios aquí o allá.
Tras los primeros kilómetros, no es un humano,
es una máquina la que parece revelarse, ha decidido rezongar. Tal
vez por no haber recibido buen trato, acaso porque los años pasan para hombres
y máquinas, o porque todos necesitamos algún momento de rebeldía.
"Me han olvidado… ¡Así no se trata a una compañera de batallas!", parece lamentarse la bici
El último esfuerzo y estamos en Bustarviejo,
localidad que todos recordamos, aunque no de igual forma, como punto de inicio
del ascenso al Cerro de El Pendón en rutas pasadas.
"Hace
falta una llave fija o llave inglesa", demanda algún
compañero y, a modo de broma, nos palpamos por el cuerpo, pero nadie tiene esa
llave. La
fortuna nos hace descubrir un taller mecánico abierto. Ángel
corre a pedir ayuda.
Llave en las manos de quienes intentan el
arreglo por todos los medios y el resto en espera, sin acabar de decidir si
buscar una sombra o darse bronceador.
Pasa el tiempo y la bicicleta erre que erre, la puñetera cabezona
La ruta original ya fue recortada para este
día especial y sería una lástima meter de nuevo la cizalla, así que, con el
ánimo de los presentes, seguimos adelante. La
intención es llegar hasta el Puerto del Medio Celemín (1312 m).
El ascenso avanza sin tregua. No
hay sombras que alivien el calor, solo el aire que generamos al pedalear,
insuficiente en las cuestas más duras. La
montaña nos exige paciencia y determinación.
La bajada a Bustarviejo es rápida. Reagrupados, tomamos el
Camino de las Viñas hacia la zona de Los Barracones, confiando en que el
resto de la ruta fluya sin contratiempos.
Cuando el ritmo de la marcha parecía estable y
la ruta fluía sin contratiempos, un nuevo imprevisto nos detiene. La bicicleta
de Andrés decide lo contrario: el núcleo ha cedido, dejándola inmóvil, como si
se negara a seguir avanzando
Las miradas se cruzan, la experiencia nos dice
que no es un fallo menor. Probamos, verificamos, pero
el diagnóstico es claro: sin núcleo, no hay impulso. La
bici ha pasado de compañera fiel a espectadora inmóvil de la ruta.
Solo queda aceptar que hoy, las máquinas han decidido reclamar su propio espacio en la crónica de la ruta
Andrés, no duda, está dispuesto a regresar corriendo junto a su compañera lastimada, pero hay otra solución. Rafa y yo, con nuestras e-bikes, le empujaremos en los tramos en ascenso. En las bajadas, la gravedad hará el resto.
El regreso a Navalafuente marca el final de
una jornada intensa. La ruta nos exigió esfuerzo,
paciencia y camaradería, pero aquí estamos, juntos, recuperando energías. La
ropa seca, las sonrisas compartidas y los abrazos sinceros sellan el día.
Hoy celebramos la ruta y el nuevo comienzo de
Juan. Nos
reunimos en torno a la mesa, entre risas, anécdotas y el eco de una jornada
intensa. Por el bullicio, pareciera que volvemos a la
niñez, disfrutando sin reservas ni prisas, solo viviendo el momento.
Brindamos por Juan, por todo lo que ha
recorrido y por lo que aún le queda por explorar. Porque
la aventura no termina, solo cambia de ritmo.