Crónica escrita sobre crónicas
He escrito sobre estas piedras, estas fuentes
que murmuran, la brisa que se enreda entre los pinos. He
narrado lo que vimos juntos y lo que sólo yo sentí: lo visible y lo invisible. He
dado voz a montañas, a bicicletas, a fuentes con sed de palabras. Y
vuelvo a escribir.
Porque, aunque el trazado se repita, algo
distinto ocurre: una mirada ya no está, una risa suena diferente, un silencio
pesa más. No es la ruta la que cambia. Somos
nosotros.
A esta nueva cita acudimos: Andrés,
Fer, Juan, Nacho, Rafa, Raúl y Alfonso. Dispuestos
a rodar por caminos que no necesitan mapas, solo recuerdos.
Esta vez fue Fer quien propuso la ruta y
consiguió los permisos ineludibles para poder acceder a la Garganta del Río Moros.
Su propuesta incluía una variante que nos
llevó a pelear con hierbas altas y secas, empeñadas en esconder el sendero y
donde los cardos, como viejos guardianes, quisieron dejarnos su recuerdo en una
piel, cada vez más fina con los años.
Andrés parecía especialmente motivado. El
Cordel de Matazarzal y la Cañada Real Soriana Occidental le dieron alas, y fue
él quien marcó el ritmo, firme y constante, que nos llevó hasta las puertas del
Rancho de la Becea, donde nos reagrupamos antes de afrontar el largo
ascenso al Puerto de Pasapán, a 1846 metros.
Cada cual eligió cómo encarar la subida: en
solitario, acompañado o en grupo; parar en dos fuentes generosas o avanzar sin
detenerse hasta el alto. Allí, el aire se vuelve más
fino, y los pensamientos más densos.
Pedaleo sobre relatos que creí cerrados, pero
que se abren como páginas al viento. Lo ya
dicho se convierte en eco, y ese eco me empuja a escribir. No
para repetir, sino para comprender.
El regreso por el GR fue rápido, casi vertiginoso. Los discos de freno ardían, como si quisieran dejar constancia de que también ellos sienten.
Fue entonces cuando Fer tuvo que parar varias
veces y nosotros con él: su bicicleta había sufrido un pinchazo que no lograba
localizar, a pesar de acercar el oído a cualquier posible escape. No quedó más remedio que detenerse, hinchar,
avanzar… y volver a parar.
Y en esa pausa, también hubo relato. Porque
cada interrupción tiene su historia, y cada contratiempo, su memoria.
Pasamos por el área recreativa de La Panera,
y finalmente regresamos a La Estación: punto de partida, de retorno, de muchos
comienzos y muchos regresos.
Hoy no vengo a contar una historia nueva. Vengo
a reconocerme en las ya vividas, a rodar sobre las letras que dejé en estos
mismos senderos. Porque cuando uno piensa que
ya lo ha contado todo… basta con detenerse, mirar, sorprenderse y escribir de
nuevo.
Me detengo. No
para admirar el paisaje, que sigue siendo hermoso, sino para escuchar el
silencio entre párrafos. ¿Qué queda tras haber narrado
tanto? Queda
el pulso que aún late. Queda la escritura como
reencuentro.
Tal vez no es que todo haya sido contado, sino que aún no he terminado de comprender lo narrado. La memoria no es un archivo, sino una brisa que cambia de dirección. Escribir no es repetir, sino volver a sentir.
Ahora escribo desde quien creyó haberlo
contado todo. Y, sin embargo, sigue escribiendo.
Gracias Rafa y Nacho por vuestras invitaciones, que se convirtieron en brindis compartidos a la salud de todos.
Precioso texto Alfonso. Eres un " poeta" y un crack.
ResponderEliminarSanta.
Un abrazo.