domingo, 14 de septiembre de 2025

Donde el camino se abre con paciencia

 

La sierra exige permiso… y regala momentos

 

Hay rutas que se trazan con mapas… y otras que se dibujan con intuición. Esta nació de un encuentro casual, de una frase sencilla, y hoy se ha convertido en un ritual compartido.


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Como cada domingo, la ruta se hizo más llevadera gracias a quienes la recorrimos con ganas de pedalear y compartir: Andrés, Enrique, Fer, Jesús, Juan, Luis Ángel, Raúl, Santi y quien escribe estas líneas, Alfonso.


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Partimos desde el aparcamiento del Pontón Alto, junto al Puente Nuevo de Segovia, con ese aire de domingo que mezcla afán de aventura y necesidad de desconexión. El embalse, castigado por el calor y la sequía, nos recibe en silencio.


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Andrés, que ya había sido cómplice de esta ruta unos días antes y conocía sus tramos de dureza, repetía su mantra con serenidad: “No hay problema”. Una frase que, lejos de ser simple, se convirtió en escudo invisible contra la lluvia, el frío y los imprevistos que la montaña guarda bajo la manga.


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Proponer una nueva ruta exige más que memoria. La vegetación, antes aliada, ahora se cierra como si la sierra pidiera permiso. Por eso, antes de algunas convocatorias, hay exploraciones discretas, tanteos entre zarzas y piedras. No basta con recordar el trazado: hay que comprobar que sigue ahí.


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Pasamos por lugares que no necesitan presentación, pero que hoy se mostraron distintos. Al llegar a la Cueva del Monje, nos cruzamos con un grupo de ciclistas, entre ellos nuestra amiga Toñi Jordán, amante —como nosotros— de la bicicleta, la naturaleza y su tierra segoviana.


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El lugar, parecía susurrar historias de penitencia y redención, pero también se hacía eco de las risas entre amigos. La foto de recuerdo fue casi un ritual, como si ese instante sellara el respeto que exige el lugar… y la amistad que lo envuelve.


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La pista forestal se estira ante nosotros.  Los repechos, que la memoria ha suavizado, nos reciben de nuevo y nos recuerdan su verdadera exigencia.

Son momentos de esfuerzo sostenido, donde las conversaciones cesan y solo se escucha la respiración agitada, el crujido de la cadena, un pedal que reclama atención… y el eco silencioso de unas piernas que arden.


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Una parada entre sol y sombra para reagrupar y reponer fuerzas con una barrita es un alivio que siempre se recibe con gusto.


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Y entonces comienza el descenso por La Canaleja —o la “tubería”—, un camino forestal de pendiente moderada, no demasiado limpio, que serpentea entre densos pinares. Una recompensa, como si la montaña nos concediera un respiro tras el esfuerzo.


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Nos detenemos junto a la fuente de La Canaleja, que nos indica que estamos cerca del Puente de la Cantina, inmortalizado por Ernest Hemingway en Por quién doblan las campanas.

Cruzamos con extrema precaución la carretera que baja del Puerto de Navacerrada, atentos al tráfico… y al silencio que a veces engaña.


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Apenas ayer, esta misma vía fue escenario del paso de los profesionales en La Vuelta a España. Hoy la cruzamos sin vallas, sin helicópteros, sin cronómetros ni alboroto. Sin aplausos, pero con el respeto intacto por un trazado que, por unas horas, fue protagonista del ciclismo de élite.


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Al otro lado, el monte nos recibe con un sendero que mezcla sombra, piedra y promesa. Tomamos la pista forestal, aunque hoy no nos izamos hasta la Fuente de la Reina. Tendrá que esperarnos hasta la próxima ocasión.


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Superamos el Puente del Telégrafo, solitario pero firme, y nos desviamos por la derecha, vadeando el arroyo Minguete, el Nava de Orcas y el de las Pamplinas. Senderos que alegran el paso y la vista, divertidos, fáciles en su mayor parte, aunque hoy con más polvo del deseado.


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Llegamos al Puente de los Vadillos, de madera restaurada, sobre el río Eresma, que recoge el agua de los arroyos del Telégrafo y de La Fuenfría, descendiendo desde la ladera de Siete Picos. Algunos compañeros prefieren cruzar sin pasar por el puente… ¿o acaso se han despistado?


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Nos sale al encuentro el Puente de Navalacarreta, cargado de historia, que nos observa con sus tres ojos de distinto tamaño. Saludamos a muchos andarines y hasta nos hacen una foto, en este lugar cargado de recuerdos de aventuras pasadas.

 

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La Boca del Asno, con su aparcamiento a rebosar. Senderos que se recorren, se disfrutan y, sobre todo, se viven… con precaución. Nuestro avance se convierte en paseo entre andarines, niños pequeños y perros que nos recuerdan que aquí la montaña se comparte.

 

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El Puente de los Canales, sigue donde siempre, conservando su estructura tras quinientos años de historia. Nos da la bienvenida a Valsaín y, tras superar ascenso por carretera que no parece del agrado de todos, nos desviamos —los que no nos hemos extraviado— para recorrer la Vereda de Navalparaíso.


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Por el puente de las Pasaderas cruzamos por última vez el río Eresma y nos despedimos de él. El camino forestal de Puente del Niño nos guía hacia el final de una ruta, que comenzó como una vaga idea y se convirtió en testimonio.


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Y el grupo, como cada domingo, volvió a demostrar que lo importante no es el destino, sino el camino… y quienes lo recorren contigo.


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Al final, Andrés volvió a decir: “No hay problema”. Y en ese instante, la frase dejó de ser un consuelo para convertirse en una certeza. Como si la propia montaña la hubiera susurrado. 

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jueves, 11 de septiembre de 2025

No hay problema

 

La ruta que no estaba prevista

El martes, como si el destino jugara con sus piezas, me crucé en la calle con el amigo Andrés.

Y como en acto reflejo, le lancé una propuesta: la ruta que tenía en mente para explorar hoy en solitario.



No dudó. “No hay problema”, me dijo. Y así, sin más, se puso en marcha un nuevo borrador de ruta que rondaba mi cabeza, con alguna variante que quería probar.


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Iniciamos con buen ánimo, pero a la altura de la Cueva del Monje, la niebla que nos acompañaba se convirtió en lluvia intensa que nos obligó a ponernos los chubasqueros. ¡Caray! La temperatura bajó en picado, pero seguimos adelante.

No hay problema”, volvió a repetirme Andrés, con esa serenidad que convierte cualquier contratiempo en parte del viaje. Él marcaba el ritmo.


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Los desafíos continuaron. En cruce de caminos, la senda que escogí nos llevó a conocer el final de las "Pesquerías Reales", cerca del Puente del Telégrafo, donde el camino se volvió intransitable. Tuvimos que retroceder y recuperar la altura perdida. Andrés, con su habitual paciencia, simplemente repetía: "No hay problema".


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La lluvia fue cesando y los senderos, antes esquivos, se fueron abriendo ante nosotros dejando que disfrutáramos de ellos y de un entorno que, con humedad, resultaba más bello.


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Y la ruta, nacida de la improvisación, se convirtió en una de las mejores por su capacidad de sorprendernos. El abrazo final rubricó un recorrido que dejó de ser nuestro para volverse de todos.


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Este domingo os proponemos compartir esta experiencia. No importa si hace sol o si llueve, lo que importa es el camino. Y en este caso, la aventura está garantizada!

¿Te vienes a disfrutar de lo inesperado?


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Domingo 14 de septiembre de 2025


Afortunado aquel que abandona la inercia y la rutina y se mueve por su propia voluntad



Hora de encuentro: 8,45

Lugar de encuentro: Aparcamiento Pontón Alto

 


domingo, 7 de septiembre de 2025

Un regreso con sabor a reencuentro

 

Donde la amistad vuelve a latir


Después de los silencios del verano, los pedales han vuelto a girar con la familiaridad de un abrazo largamente esperado.



Hoy no ha sido solo una ruta, sino el reencuentro con lo de siempre, con esa magia que solo la montaña y los amigos saben crear.


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Los rostros del regreso


La mañana nos recibió con la serenidad de la fuente de la Virgen de las Nieves. El cielo encapotado y un aire fresco que despejaba el ánimo. Ese rincón sereno —que seguro ya conoce nuestros nombres— parecía más tranquilo que nosotros, inmersos en el bullicio de los saludos.

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Allí estaban ellos, los que convierten cada salida en algo único, con alma propia. Cada uno con su forma de pedalear, su ritmo, su historia… pero todos con ese gesto cómplice que no necesita palabras y que dice, sin decir: “Ya estamos aquí”.


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Al verlos a todos reunidos —Andrés, Ángel, Enrique, Ernesto, Eva, Fer, Gonzalo, Jesús, Luis Ángel, Miguel Ángel, Nacho, Patrick, Pawel, Rafa, Santi... y más tarde Chupo— se me iluminó el rostro, como cuando uno regresa a casa.


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Faltaron algunos, por vacaciones, compromisos… o por esos enfados de la vida, pequeños o grandes, que a veces nos alejan. Pero sabemos que volverán, como vuelve siempre el sol tras la niebla. Y cuando estemos todos, el camino será aún más completo.


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Senderos que nos esperaban

Los caminos nos recibieron con esa quietud de quien espera sin prisa, sabiendo que volveríamos. Nos invitaron a redescubrir cada curva, cada desnivel, la sombra larga de los árboles. Y a despejarlos, con mimo a nuestro paso, de las ramas secas que el tiempo dejó caer, como si también ellos quisieran renovarse con nosotros.


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Avanzábamos sin urgencia, dejando que el entorno nos hablara en susurros, que el aire templado nos envolviera como un recuerdo que vuelve sin avisar. Con compañeros que deseaban, como yo, que no se perdiera la magia, mientras la adrenalina, en algunos tramos, se abría paso libremente entre risas, esfuerzo y confianza ciega en quien guiaba el camino.


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La ruta, que diseñé para que no fuera larga ni exigente, nos regaló diversión en cada tramo. Hubo momentos para charlar, otros para jadear por el esfuerzo, y muchos en los que solo veíamos la espalda del compañero de delante, confiando en su destreza para no acabar por los suelos, extraviados en algún cruce... o atrapados por zarzas y piornos asesinos.


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Compartimos conversaciones, pero también esos silencios cómplices que lo dicen todo: llenos de compañerismo, de historias aún por contar, de la sencilla alegría de estar juntos. Estábamos donde queríamos estar.


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Ya de regreso, una avería inoportuna en el último tramo nos obligó a parar. Pero también nos regaló unos minutos de charla inesperada, de bromas, de manos voluntariosas y de esa camaradería que solo surge cuando el camino se toma un respiro.


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La fiesta que aguardaba desde enero


Luis Ángel ya nos había anunciado su celebración, esa tradicional "fiesta del capó" que una inoportuna caída y una clavícula rota habían postergado desde enero. Todos pedaleábamos con la ilusión de ese encuentro final.


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La espera valió la pena, y lo supimos al ver a Luis Ángel preparar el encuentro de final de ruta con esa alegría que le conocemos sobre la bici: serena, contagiosa, auténtica.


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Alrededor de una inmensa mesa de granito (1), junto a la fuente, nos sentamos todos: animados, expectantes. Pronto se llenó de viandas y de bebidas frías al gusto de cada uno. Las tortillas y empanadas, fieles a la tradición, no faltaron… pero fue una hermosa tarta la que logró sorprendernos —no quedaron ni las migas—. Un regalo sabroso, como la amistad que nos une.


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Un cumpleaños celebrado así, entre árboles y pedaladas, tiene un sabor distinto —más auténtico, más nuestro—. Solo faltaban unos globos colgando de las ramas para sentirnos como en los cumpleaños de mis nietos: sin formalidades, pero rodeados de risas y amigos.


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La montaña, discreta y cómplice, parecía sumarse a la celebración con su mejor silencio. Los globos imaginarios se mecían entre las ramas. La verdadera fiesta fue pedalear juntos, reír sin prisa y celebrar la vida con la bici como testigo.


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Epílogo en movimiento

Los pedales descansan y la bici de Luis Ángel va camino del taller, pero la memoria se llena de kilómetros y del reencuentro que nos ha devuelto la mejor de las energías.


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La bici, con su cadena, sus piñones… sus averías, no es solo un medio para recorrer senderos, sino también el camino de regreso a casa: el lugar donde las amistades y las historias se encuentran.


Gracias Luis Ángel. Gracias a tod@s.


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(1) Mensaje de Fernando


Hola a todos!

Tras las bromas del domingo, acerca del peso que pudiera tener la mesa de granito de la fuente de Las Nieves, he hablado con mi amigo Roberto para salir de dudas. Esta es la información que me ha dado:

  • La pieza se cortó en sus canteras de El Prado de los Reyes, Villacastín en diciembre de 2003,
  • Al salir del corte pesaba unos 3.114 kilos. Después del pulido, perdió unos 300 kilos.
  • Las bancadas, ya pulidas, pesan aproximadamente 800 kilos cada una.

Además, Roberto me contó la historia tras la mesa:

Se donó a Julián Marquina en abril de 2004. Julián fue un gran cliente y amigo de su padre, y su familia de canteros se merecía ese gesto. La pieza se donó para que se usara en una fuente, que quedó para el disfrute de todos. Como bien sabéis, en esa misma fuente y mesa se celebra en su honor el concurso de tortillas."

…y la “fiesta del capó” de AlfonsoyAmigos