sábado, 16 de agosto de 2025

La Mochila que Guardaba Recuerdos

 

Hace unos días, con un dolor sordo en el corazón, tuve que aceptar lo inevitable: mi vieja mochila de MTB había llegado al final de su ruta


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Aguantó todo lo que pudo, fiel y resistente, pero las cremalleras empezaron a fallar, y la tela, tras tantos años de aventuras, se deshacía entre mis dedos.

Finalmente, acabó cediendo… sin rendirse.


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Su despedida me llevó a un viaje en el tiempo, doce años atrás. Un 9 de febrero de 2014 compartíamos una escapada que fue titulada:

Una Ruta en la Mochila

Recuerdo al Alfonso de entonces: más joven, siempre sonriente, con el ánimo encendido y las ganas intactas de descubrir caminos, de hacer amistades, de explorar lo desconocido. Ese día, cuando muchos de los compañeros que hoy siguen pedaleando conmigo ya formaban parte del grupo habitual, decidieron entre todos darme una sorpresa que aún me emociona.


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Como muestra de amistad y agradecimiento por haber creado el grupo y el blog, me obsequiaron una magnífica mochila de montaña. No una cualquiera: en ella, grabadas con cariño, las iniciales de nuestro grupo, A&A, como un sello de identidad compartida. La emoción fue tan intensa que apenas pude articular palabra. 

Las letras bordadas eran pequeñas, pero el gesto... inmenso.


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Desde entonces, esa mochila fue mi compañera fiel. Me acompañó en cada salida, en cada ruta. Fue testigo silencioso de nuestras pedaladas, de las risas, de las decisiones tomadas al borde de un sendero. Estuvo conmigo en días de nieve y frío, de lluvia, de sol abrasador. 

Pegada siempre a mí, sintió cada uno de mis latidos. Y en su interior no solo guardaba herramientas o agua: guardaba historias. Guardaba vida.


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Hoy, la mochila ya no está. Su tela se ha deshilachado y su uso es imposible. Pero el significado de aquel gesto y la amistad que simbolizaba, ese que me dejó sin palabras, sigue intacto. 


A veces, las cosas más valiosas no son eternas, pero las emociones que nos dejan… esas sí lo son y me hacen sentir que están presentes en cada nueva historia que escribo. 


miércoles, 13 de agosto de 2025

Guiños Desde la Montaña

 

La ruta del domingo aún resonaba en nuestras piernas, pero hoy la montaña volvió a llamarnos. Y Ángel, como buen compañero, respondió sin dudar.


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Madrugamos de nuevo, como dos cómplices que saben que el calor no perdona y que la mejor luz es la que se cuela entre los árboles en las primeras horas.


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Con un borrador de trazado en la cabeza, salimos sin prisas, pero con propósito. La ruta se fue dibujando sola, como si la sierra nos susurrara el camino entre ramas rotas y piedras que aún guardaban el frescor de tormentas recientes.


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El Camino del Agua, desde la puerta de Campanillas hasta las ruinas de la Casilla del Peón Caminero, nos sorprendió. Tras los trabajos forestales y con la reciente lluvia, se ha convertido en una pista amplia y lisa, más que digna incluso para bicicletas de carretera, aunque ha perdido gran parte de su encanto. Un cambio inesperado, pero interesante.


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Cerca del Alto del León, propuse un desvío hacia el Cerro de la Sevillana (1564 m). Quería mostrarle a Ángel los bunkers y trincheras que aún resisten el paso del tiempo, testigos mudos de otras batallas. Caminamos un buen rato, sin que nos importara. En cada piedra, en cada hueco, se intuye una historia que pocos cuentan, pero que la montaña conserva con respeto.


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Desde el Collado de la Sevillana (1498 m), los senderos nos guiaron con facilidad hasta el Alto del León. Allí, el León, desde su pedestal, pareció guiñarnos un ojo. Quizás fue un guiño de complicidad, como si supiera que hoy no veníamos a conquistar cumbres, sino a compartir silencios.


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Tomamos los toboganes en descenso, cada vez más rotos, pero aún familiares. Y tras ellos, nuevos toboganes, esta vez de duros ascensos. Ángel los subió con esfuerzo, pero sin queja, como quien conoce el terreno y lo respeta. Nos llevaron hacia la pista del Mirador de Peña del Águila (1469 m), donde la tierra aún mostraba las huellas de la tormenta de granizo de hace un par de días.


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Y entonces, el Collado Hornillo (1637 m). ¡Ay, Collado Hornillo! Cuánto te queremos, por abrirnos las puertas a mil rutas, por ser punto de encuentro y de partida. El Hornillo, viejo amigo, nos recibe como siempre: sin palabras, pero con mil senderos abiertos como brazos.


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Ascendimos al Collado de la Mina (1709 m), y aunque aún era temprano, el sol empezó a picar en los brazos, como si se vengara de nuestra huida matinal. Pero no nos detuvo.


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El descenso hasta el Collado Lagasca o de la Gasca (1601 m) fue rápido, casi juguetón. Nos entretuvimos recorriendo senderos que siempre son una maravilla, más aún cuando la vista se recrea en ellos. Un tramo trialero, con algún roto, pero noble. De vuelta al Collado, nuevas sendas se abrieron ante nosotros, más limpias de lo esperado, como si se alegraran de vernos.


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Y así, con tranquilidad, fuimos regresando. En busca de unas merecidas cervezas, como manda la tradición. Y al final, como siempre, la cerveza no fue solo recompensa: fue brindis por la amistad, por la ruta, y por seguir pedaleando entre sombras y palabras.`


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Pedalear es recordar que el tiempo no se mide en horas, sino en momentos que nos hacen sentir vivos. — Alfonso



domingo, 10 de agosto de 2025

Pedaleando entre sombras y palabras

 

AlfonsoyAmigos sigue de vacaciones… esa es la intención. Pero hay rutas que no entienden de calendarios, y amistades que merecen su propio espacio en el camino.


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Hoy tocaba madrugar. A las ocho de la mañana, mi amigo Ángel y yo ya estábamos pedaleando, huyendo de un calor que se anunciaba sin piedad. La estrategia era clara: buscar las zonas altas, los senderos con sombra y la promesa de algunas fuentes…, por si acaso. Y así lo hicimos.


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Encontramos una ruta que nos pareció perfecta. Las fuentes, que prometían ser oasis, no fueron una necesidad, pues íbamos bien preparados, pero las disfrutamos en el simple gesto de refrescarnos las manos. 

En los tramos protegidos por los árboles, el aire pareció conservar con generosidad el frescor de la mañana, un alivio que contrastaba con los pocos kilómetros que tuvimos que recorrer bajo el sol, donde el calor no pasaba desapercibido.


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Aunque teníamos prisa por regresar pronto, el ritmo que llevamos fue mucho más tranquilo que en otras ocasiones, y nos regaló algo inesperado: una ruta de confidencias. 

Los kilómetros pasaban y, con ellos, las charlas profundas, las reflexiones sinceras. Fue un día para conocernos mejor, en el que el esfuerzo físico quedó en segundo plano frente a la conversación.


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La ruta, por ideal que fuera, terminó. Pero la alegría de la gran cerveza bien merecida nos dio el tiempo para celebrar no solo el logro de haber vencido al sol, sino la complicidad de las confidencias; porque las mejores rutas, al final del día, son aquellas que, más allá de las sombras del camino, te obsequian las palabras sinceras de la amistad.




miércoles, 6 de agosto de 2025

Donde el corazón decide, la rueda gira

 

Hay pausas que no interrumpen el recorrido

 

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Este texto nace de una entrega total a la emoción. Las palabras surgen como intuiciones escritas, sin pretensión de ser respuesta ni sentencia: solo el reflejo de un andar interior.

Ojalá te acompañe.


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Rodar sin brújula, pero con alma 

Hay momentos en que el camino no se dibuja en un mapa, sino que se revela a cada pedalada. Aunque AlfonsoyAmigos esté oficialmente de vacaciones, los trayectos inesperados surgen… y te encuentran sin buscarlos.


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Me permito elegir: estar o no, contar o callar. No hay presión. Hay cámara, sí, siempre la hay, pero no hay deberes en la mochila. Solo el placer de saber que puedo si quiero… y que no hacerlo también tiene su belleza.


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A veces, la montaña responde mejor al silencio, al descanso, o a la compañía que no necesita ser registrada. Hay días en que el grupo se reúne sin que yo lo convoque, y eso también es hermoso. Ver cómo la semilla germinó y el espíritu de aventura late por sí solo.


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La verdadera libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en elegir cuándo hacerlo… y cuándo callar. Es pasar de timonel a navegante sin coordenadas, confiando en el viento, en la amistad y en el propio instinto.


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Y al regresar sin que una hoja en blanco me espere, descubrir que eso también es narrar: desde la pausa, desde la ausencia, desde ese suspiro que no se escribe, pero forma parte del viaje. Porque a veces, la mejor historia no se cuenta… se vive.


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A todos los que entienden que rodar sin rumbo también puede llevarnos lejos 

No siempre hace falta un destino para sentirse en ruta. Hay días en que la bicicleta se rinde al corazón, no al mapa, y el cuerpo escucha su voz interior.


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Dejarse llevar no es resignarse, sino abrazar la intuición con confianza. La montaña no exige trazado: se deja descubrir en cada paso. En lo improvisado habita una belleza que no requiere explicación.


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Pienso en quienes entienden esta forma de rodar. Los que no cuentan kilómetros ni desniveles, sino emociones al llegar. Los que aceptan que un camino puede cambiar de ritmo, de voz, de sentido… y seguir siendo inolvidable.


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Rodar sin reloj ni compromisos me ha revelado algo: pertenecer sin liderar, estar sin justificar. En esa ligereza descubro que puedo llegar más lejos: ya no guía la meta, sino el momento.


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A quienes saben que avanzar es elegir cada pedalada con autenticidad, va mi gratitud. Porque estar libre no es alejarse, ni desaparecer, sino habitar con verdad, incluso en la ausencia.


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A veces, el rumbo más certero no se escribe en un mapa, sino en el alma de quien decide seguir rodando.


viernes, 1 de agosto de 2025

Gracias por estar ahí… ¡21.000 veces!

 

Julio ha sido especial. Tal vez no por la cantidad de entradas publicadas, sino por lo que late detrás de cada palabra, cada imagen, cada ruta compartida. Hoy miro las estadísticas y me sorprendo: 21.976 visitas este mes.

No entiendo muy bien cómo ni por qué, pero sí sé algo… gracias.


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Una cifra que crece mientras escribo estas líneas, haciendo que este rincón respire, incluso cuando hay más silencio que palabras.

Gracias a quienes pasáis por aquí buscando una ruta, una crónica, una emoción. A quienes leéis sin pedalear, pero os dejáis llevar por el ritmo de las palabras. A quienes sentís que este blog es más que ciclismo: es compañía, es aire puro, es memoria compartida.



Este rincón nació como punto de encuentro entre amigos, y hoy sigue siéndolo… solo que somos más. Y cada visita es una señal de que seguimos conectando. Sin prisas, sin pretensiones.

Gracias por cada visita, por cada silencio compartido.

¿Seguimos compartiendo ruta?

 


miércoles, 23 de julio de 2025

Alegría Imprevista sobre Dos Ruedas

 

Llamémoslo fortuna

A última hora del martes, mi agenda se despeja nuevamente de las obligaciones de abuelo y el termómetro me sonríe amablemente. La montaña, entonces, me grita con fuerza: ¡Eh, que estoy aquí!


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Un par de segundos bastaron para localizar el teléfono y llamar a mi amigo Juan: “¿Tienes compromiso para mañana?”. Fue suficiente. No hubo más convocatoria ni track preestablecido; a él no pareció importarle. Solo la idea clara en mi mente del objetivo que quería lograr y la compañía de un buen amigo. A veces, los mejores planes son los que, precisamente, no se planean.


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Nuestras e-bikes nos esperaban, y con ellas, la promesa de explorar sin límites. San Rafael y El Espinar nos vieron partir, para saltar, sin complejos, a la vertiente madrileña. Sabíamos que no nos perderíamos, porque la montaña es un viejo conocido, y sus senderos, un mapa grabado en el alma.


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Apenas iniciábamos la marcha, Germán y José se unieron a nuestra aventura. Llegaron listos para pedalear a nuestro ritmo, y así fue hasta el Embalse de Cañada Mojada. Allí, sus baterías bajas les hicieron dudar. Con un saludo y la promesa de futuras rutas, nuestros compañeros se desviaron, y Juan y yo continuamos, saboreando el resto del camino.


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Y aunque íbamos con el "extra" de las bicis eléctricas, la exigencia no faltó, al contrario. Nos apretamos, buscamos los límites y encontramos esa fatiga dulce que solo el esfuerzo sincero puede dar. Volvimos cansados, sí, pero, sobre todo, satisfechos. O, quizás, satisfechos pero cansados, porque la dicha de la ruta superaba cualquier agotamiento.


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Hemos devorado los mejores senderos y trialeras de la zona, dejando que cada curva y cada piedra nos contaran su historia. Mi gozo resultaba aún mayor viendo disfrutar a Juan como un niño en cada tramo, por muy complicado que fuera y yo… pegado a su rueda, que no paraba de ser exigida.


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Y como broche de oro, esas cervezas al final, frías y reparadoras, que han sabido a gloria misma. Días como hoy nos recuerdan que la bici es más que pedales y caminos; es libertad, conexión y la confirmación de que la vida, incluso en sus pausas, sigue siendo una aventura que merece ser contada.