viernes, 19 de diciembre de 2025

La Navidad, la luz que ilumina nuestros caminos

La Navidad llega cada año como una brasa antigua que vuelve a encenderse, suave pero insistente, en el rincón más íntimo de nuestra memoria

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No importa el frío de fuera ni las ausencias que en estas fechas duelen un poco más: siempre queda una chispa. Un destello que nos recuerda quiénes fuimos, quiénes somos y hacia dónde seguimos caminando.

Es una luz que no deslumbra ni exige; simplemente acompaña. A veces basta con detenerse un instante, respirar hondo y dejar que esa tibieza atraviese las sombras que vamos acumulando.

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Porque la luz de la Navidad no siempre es un resplandor festivo. En ocasiones es apenas un hilo tembloroso que se cuela entre los días, pero suficiente para guiarnos cuando el camino se estrecha.

Quizá por eso la esperamos: porque en su claridad hay un refugio humilde, una tregua con el tiempo, un lugar donde lo vivido encuentra su sitio sin herir.

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Este año la siento distinta. Más suave, más lenta. La contemplo y regresan reflejos de otros inviernos: risas que hoy solo resuenan en el corazón, gestos que ya no puedo repetir, silencios que se han vuelto compañeros fieles.

Y, aun así, esa misma luz sigue abriéndose paso. Me recuerda que todavía hay calor en las manos que me acompañan, en los senderos que pedaleo, en los amigos que siguen siendo hogar.

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Quizá la Navidad sea justamente eso: un destello que nos permite abrazar lo que fuimos sin dejar de avanzar. Una claridad serena que reconcilia lo que permanece con lo que aún podemos construir.

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Mientras esa luz se acerca, también lo hace el deseo de seguir compartiendo pedaladas. No importa el calendario; importa la ilusión de volver a encontrarnos y rodar un poco más ligeros, guiados por esa calma que, cada diciembre, ilumina nuestras vidas y nuestros caminos.

Que esa luz serena nos siga reuniendo, nos invite a celebrar cada día lo vivido y lo que aún está por llegar, y nos recuerde que el camino, cuando se comparte, siempre pesa un poco menos. 

Domingo, 21 de Diciembre de 2025

Esta vez la montaña pide calma. Las previsiones anuncian frío intenso, lluvias persistentes y la posibilidad de nieve en cotas que solemos transitar. No es una queja ni una renuncia: es simplemente escuchar lo que el cielo y la tierra nos están diciendo.

Por eso, esta semana no habrá cita ni punto de encuentro. Quizá también sea tiempo de recogimiento, de esos días en los que el calendario invita a bajar el ritmo y cuidar lo cercano.

Habrá otros domingos; la sierra seguirá ahí, esperándonos, y volveremos a mirarnos a los ojos junto a las bicis cuando el tiempo afloje y la montaña recupere su tono habitual.


domingo, 14 de diciembre de 2025

Pedaladas de diciembre: Un brindis sobre ruedas

El Valor de los Abrazos

Hay rutas que se miden en kilómetros y desniveles, y otras —las verdaderamente importantes— que se miden en abrazos. La salida de este domingo no quiso coronar ninguna cima, sino celebrar una certeza: seguimos aquí, rodando unidos un año más.

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Antes de encarar las últimas curvas del calendario, nos regalamos este paréntesis de senderos, risas y mantel compartido. Así vivimos nuestra gran reunión navideña sobre ruedas, una tradición donde el sendero es, por una vez, solo un hermoso pretexto.

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El Murmullo de la Estación

En los instantes previos al arranque, me gusta observar ese pequeño ritual que se repite cada domingo: un casco que se ajusta, una rueda que se comprueba, un GPS que se despierta, la última gota de aceite a la cadena.

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No es un gesto mecánico, sino una forma de reconocernos. Miradas que se cruzan, palmadas en el hombro, bromas que rompen el frío de la mañana. Es ahí donde el grupo se recompone y vuelve a ser el mismo de siempre, aunque haya caras nuevas o ausencias que todavía pesan.

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Muy cerca de que el año cierre sus puertas, la convocatoria fue un éxito rotundo: Andrés, Ángel, Chupo, Ernesto, Enrique, Eva, Fer, Fernando, Juan, Luis Ángel, Miguel Ángel, Nacho, Patrick, Pawel, Pedro, Raúl, Santi y yo mismo, Alfonso.

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No los contéis: éramos dieciocho. Estas fechas tienen un magnetismo especial que atrae incluso a quienes no suelen acompañarnos con frecuencia, pero sienten que este encuentro es imprescindible. Y como siempre ocurre en diciembre, algunos compromisos ineludibles marcaron ausencias.

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Cada uno llegó con sus historias y su invierno a cuestas, pero con la misma voluntad de sumar en una de las pedaladas más especiales de la temporada.

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No hubo nieve cubriendo los caminos, ni siquiera en los altos, pero diciembre siempre trae algo distinto en el aire. Tal vez fuera ese leve temblor de la estación que nos animaba a pedalear más cerca el uno del otro. O quizá el año, sabiendo que pronto se despide, trataba de dejar su huella en nuestros senderos.

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La ruta navideña no es solo una salida más: es una celebración sobre ruedas. Un gesto repetido cada diciembre, tan arraigado como el frío en las mejillas o ese café humeante que algunos sostienen antes de empezar.

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La Chispa del Encuentro

La bicicleta no entiende de calendarios, pero nosotros sí. Estas fechas nos permiten mirar atrás y decir, sin necesidad de muchas palabras: El pulso no se detiene. Juntos. Con barro en las ruedas y sonrisas en la cara.

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Desde el primer kilómetro se percibía esa electricidad que solo aparece en días especiales. Quizá era el aire fresco —muy frío, diría yo— el que nos obligaba a compactar el grupo, o las risas, deslizándose entre los árboles como villancicos improvisados. O, sencillamente, era la alegría de volver a estar ahí, uno al lado del otro.

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Algunos llevamos años compartiendo estas pedaladas; otros os habéis sumado hace poco. Pero todos formamos parte del mismo pulso.

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A medida que avanzábamos, el ritmo se acomodó a las conversaciones. No importaba si el terreno pedía un poco más de entrega: siempre había alguien que aflojaba para esperar, o que aceleraba para alcanzar una rueda amiga. Las bicicletas querían volar, pero nosotros pedaleábamos para llegar en compañía.

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Un Brindis sin Copas

Mientras el camino nos aguardaba, la Garganta del Río Moros nos cobijó con su silencio de invierno, ese que huele a fin de año. Cada pedalada fue un brindis por el tiempo compartido, por los que estuvieron y por los que vendrán.

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Y tras el esfuerzo, la recompensa. Las bicicletas quedaron mudas, lamiéndose sus heridas, mientras nosotros seguíamos la ruta con las palabras: las anécdotas de hoy y de tantas rutas pasadas. Los cascos se transformaron en copas, y el sudor del esfuerzo, en el calor de la sobremesa.

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En cada plato y en cada historia compartida, se hizo evidente: este grupo no es solo un grupo de ciclistas. Es una familia elegida, un espacio donde cada uno aporta su presencia y recibe la de los demás.

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Las copas ya están vacías y las bicicletas descansan, pero el espíritu del grupo sigue rodando. Nos llevamos el eco de las risas y la energía necesaria para afrontar lo que resta del año.

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Seguiremos rodando mientras existan senderos que nos llamen y abrazos que nos aguarden en cada curva, unidos por la misma pasión. El camino nos invita y la amistad nos sostiene.

Compartimos algo más que senderos

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Dejad vuestro brindis aquí abajo, en los comentarios. Nos vemos en el camino.



jueves, 11 de diciembre de 2025

El Riesgo de la Otra Mano

La Verdad Detrás del Objetivo


La Apuesta por la Memoria

En cada ruta llevo conmigo no solo la bicicleta, sino un dilema constante: capturar el instante o mantener el equilibrio.


Este dilema se disfraza a veces de queja: están quienes dicen "pasar de las fotos" y, sin embargo, buscan su sitio en el retrato de grupo. Es la prueba estática de que estuvimos allí. Pero esa imagen, planificada y segura, solo cuenta la mitad de la historia.

La verdad se revela en otra imagen, la del esfuerzo. Sí, a menudo de espaldas, porque el esfuerzo nunca mira a la cámara, solo al camino.

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El Precio de la Autenticidad

Ahí reside el riesgo: soltar el manillar, tomar la cámara a una sola mano, y apostar. En ese medio segundo de desequilibrio, cuando la rueda baila y el sendero exige toda tu atención, asumo la apuesta por la memoria. Es un acto de fe contra la gravedad: mi seguridad se entrega al servicio de la crónica.

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Lo hago no por el quién, sino por el cómo. Por ese gesto no impostado, por esa mirada perdida en el monte que nadie sabría que existió sin un testigo. Busco devolverles el movimiento, el pulso real de la fatiga. Marchan sin darse cuenta de que la cámara rueda entre ellos.

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La Revelación

El verdadero placer no llega al hacer el clic, sino al publicar la carpeta. Conozco la búsqueda impaciente en la galería, y la emoción de encontrarse a uno mismo en plena entrega es la validación del empeño.

Mi cámara no busca la pose heroica, sino la realidad cruda: la mueca de fatiga, la mano que agarra con rabia el manillar, la luz. Les devuelvo el regalo de un recuerdo que ni siquiera sabían que tenían.

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Y, sin embargo, cuesta apreciar lo especial de ese momento y reconocer el valor de la apuesta: el equilibrio perdido por regalar esa memoria. La gesta no se confirma solo al verse, sino al comprender el coste real de su creación.

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El ciclismo no es solo kilómetro y desnivel; es el arte de revivir las historias. Mi fotografía es ese arte en movimiento, la forma más pura de robarle la verdad al instante para entregársela al recuerdo.

Así la ruta no se pierde en el olvido: queda escrita en palabras y en imágenes.



Domingo, 14 de Diciembre de 2025

Este domingo nos espera una ruta distinta, no por el recorrido, sino por el ánimo que la envuelve. Pedalearemos juntos por la Garganta del Río Moros, compartiendo camino y compañía, y al final nos aguardará ese momento de celebración que dará verdadero sentido a la jornada.

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Un domingo para pedalear sin prisas, sin hitos que superar. Para crear nuevos recuerdos y brindar por lo que nos une. 

Hora de encuentro: 🕣 8,45

Lugar de encuentro: 📍 Calle Clavel, semiesquina calle Rosa, El Espinar

 


domingo, 7 de diciembre de 2025

El Despertar de la Memoria

Una ruta olvidada es un verso incompleto, y este domingo acudimos a la llamada silenciosa del calendario para terminar de escribirlo.

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El trazado, dormido en dulce letargo desde aquel lluvioso junio de 2021, nos convocó de nuevo en Collado Villalba. No solo para pedalear, sino para confrontar un recuerdo.

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En el punto de encuentro, envueltos en una ligera niebla, el aire se muestra menos frío de lo esperado, aunque con rastros evidentes de la lluvia reciente. El fantasma de aquella tormenta de hace tres años, esta vez, no tuvo intención de acompañarnos.

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Quienes acudimos, fieles a la cita, fuimos muchos: Andrés, Enrique, Fer, Jesús, José María, Juan, Luis Ángel, Miguel Ángel, Nacho, Pedro, Rafa, Raúl, Samuel y yo mismo, Alfonso.

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Diciembre avanza y nosotros con él, dando las primeras pedaladas. Los Negrales, Alpedrete, Guadarrama… nombres propios que hoy no exigen, solo nos observan cruzar sus calles como testigos mudos.

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Atravesar la Cañada Real de las Merinas hacia Guadarrama fue un acto de pura nostalgia, un calentamiento para el alma antes que para las piernas. Pero el corazón de la ruta no tardó en cobrar su tributo: el duro cordel de la Calleja de los Poyales, elevándonos hacia Los Molinos.

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Cinco kilómetros de ascenso continuo, un viejo reproche que pica y escuece. Cada metro superado es una conversación íntima con uno mismo: esa duda eterna entre apretar, porque todavía hay fuerzas, o reservarlas. Por suerte, esta vez la montaña nos encuentra dispuestos.

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Los prados lucen un verdor recuperado que suaviza la mirada, y los senderos, cubiertos de vegetación, nos guían entre cazadores que no agradecen nuestra presencia. El sentimiento, huelga decirlo, es recíproco.

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La zona de la Hípica de Prados Monteros es un auténtico barrizal que atravesamos con cautela para no resbalar, dejando hoy sin visitar el entrañable embalse de los Irrios.

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El grupo se estira buscando emoción con la velocidad, pero pronto el monte vuelve a reclamarnos, levantando nuevos repechos. Algunas piernas protestan y alguien exclama, alarmado, al ver la dirección hacia el Camino de la Solana y de los Lomitos.

Como haya que subir, me doy la vuelta.

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Tras la intensidad, una senda y la calle del Faro nos acercan al pulso de Cercedilla. Hoy, sin embargo, buscamos tregua: ni Camino Puricelli, ni ascenso por la Carretera de las Dehesas al encuentro del Puerto de la Fuenfría. En su lugar, transitamos lo conocido: Calle Mayor y calle del Carmen, antes de tomar largo tramo por la Avenida Sierra de Guadarrama.

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Son kilómetros urbanos y por carretera, en ascenso, que no suelen agradar, pero son el peaje necesario. Algunos senderos paralelos nos permiten esquivar tramos de tráfico.

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Después, nos adentramos en ladera de la Dehesa de la Golondrina, que enseguida nos muestra su primer repecho serio. ¡Hoy sí!, toca rodearlo, al menos en parte, privando a mis compañeros del “divertido” ascenso hasta el Cerro de la Golondrina. Una omisión calculada que ahorra esfuerzo en las piernas, aunque nos robe la amplia panorámica hacia el embalse de Navacerrada.

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Superado el Collado del Buey (1308 m), punto más alto del día, la montaña nos concede su recompensa. La fuente de los Rasos se muestra seca, pero el camino se quiebra justo después y nos regala un tramo perfecto para soltar los frenos y dejar que la inercia hable por nosotros.

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Es un descenso vibrante, una bocanada de aire fresco que nos lleva directos a la calma de la Fuente de los Cabreros. La foto de grupo es obligada, y somos hoy tan numerosos que la propia fuente desaparece tras nuestras sonrisas.

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La Sierra del Castillo nos abre su manto verde hacia Collado Mediano, guiándonos por pistas de grava. Las viejas lagunas, testigos de barro y risas pasadas, hoy solo nos admiten un zigzagueo divertido.

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En una encrucijada de caminos, el nuestro comienza amable y ancho, pero poco a poco se estrecha hasta convertirse en un sendero técnico en descenso donde mirar el GPS es un riesgo. Es un punto crítico y el laberinto cobra su precio en forma de extravíos.

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Tras reunirme con Fer, seguimos el track, pero un error en el cruce con la calle de las Camelias nos separa definitivamente del grupo. Las emisoras enmudecen y un paisano, bien intencionado pero confuso, terminó de desviarnos.

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Ya no conseguiremos unirnos al resto, pero el extravió nos regaló recorridos nuevos. El último tramo desde Alpedrete nos toca hacerlo por carretera, sin encontrar senderos que atajen.

Pero todos los caminos conducen… ¿a Roma? Sí, y también al punto de encuentro.

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Al margen de los despistes, el olvido de esta ruta fue un capricho del azar, pero su regreso ha sido un acto de voluntad. Hemos despertado una magia dormida, rellenando el verso incompleto con nuevas risas y nuevos pasos de rueda.

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Al final, como siempre, quedan los distintos ecos del camino: unos comentan el exceso de asfalto; otros celebran las trialeras; y hay quien afirma, con respeto, que la ruta es más engañosa y dura de lo recordado. Todos tienen razón, porque la montaña se muestra distinta según la mirada de cada uno. 

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¡Hasta el próximo domingo, amigos, cuando la montaña nos regale un nuevo verso que completaremos juntos!

si quieres ver el final de ruta que "nos inventamos" Fer y yo, pincha en la foto de abajo.