La montaña no solo es un desafío físico, sino un escenario de historias que se entrelazan con cada pedalada
Semana Santa, un tiempo de reflexión, de descanso
para muchos, de trabajo para algunos, y de ruta MTB para los que decidimos que
ni el clima caprichoso ni la distancia desde Madrid serían excusa suficiente
para quedarnos en casa. Sin confirmaciones previas,
sin certezas, pero con el firme propósito de pedalear.
El cielo ya brilla sobre Revenga mientras
nos reunimos con decisión y entusiasmo: Andrés,
Ángel, Asanta, Enrique, Paco, Pawel, Raúl y Alfonso, cada uno portando su
propia historia y motivación para afrontar la jornada. Sin
importar cuántos fuéramos, ya habíamos ganado algo: la satisfacción de estar
allí, listos para la aventura.
Después de un tiempo de ausencia, celebramos
la reincorporación de Andrés, quien, con la fortaleza de un titán, afrontará la
ruta con la misma determinación de siempre.
No tenemos muy claro si debemos abrigarnos
bien; es posible que la niebla se disipe con el paso de las horas, pero el
chubasquero va en la mochila. El amanecer muestra un
horizonte incierto, con las cimas envueltas en un velo gris que aún duda si
retirarse, pero nosotros ya lo hemos decidido: hoy se pedalea.
Con ánimo y el corazón abierto a la aventura,
nos lanzamos a conquistar los senderos que, desde los primeros metros, se
empinan como un desafío inevitable. Tras
unos kilómetros, hacemos una breve parada dejando a nuestras espaldas el embalse
de Puente Alta, que sorprende y agrada ver al máximo de su capacidad.
¿Pawel? ¿Alguien
ha visto a Pawel? En un abrir y cerrar de ojos ha
salido disparado cuesta arriba como pájaro enjaulado puesto en libertad y Paco,
con su pequeño truco bajo la manga, no dudará en convertirse en fiel escudero. No le
van a faltar ocasiones de demostrar que está sobrado de fuerzas.
El esfuerzo nos lleva hasta el Collado Cruz
de la Gallega, donde la panorámica nos recompensa con un espectáculo
fascinante: la niebla se aferra al paisaje, contrastando con la blancura de las
cimas nevadas.
Una foto junto a la “Puerta de Santillana”,
fiel testigo silencioso de nuestras aventuras en la Sierra de Guadarrama
y de la pasión que nos impulsa.
En el veloz descenso a Valsaín y la Pradera
de Navalhorno, pasamos junto al imponente Cerro de Matabueyes, cuya
presencia, como guardián silencioso, invita a ser explorado en otra ocasión.
No podemos evitar detenernos para reagrupar y
hacernos unas fotos junto al Monumento a Los Carreteros, mientras las
cercanas ruinas del Palacio de Valsaín nos susurran relatos de un pasado
cargado de historia.
El corazón de la ruta nos guía hacia la Cueva del Monje, donde el eco del pasado se entremezcla con la magia del bosque. A lo largo de los años, lo hemos visitado en innumerables ocasiones.
La historia del avaro hidalgo Segura, que engañó al mismísimo diablo ofreciendo su alma a cambio de poder y riquezas, se entremezcla con nuestras propias historias y la de los compañeros que han ido convirtiendo cada visita en única y memorable.
La travesía continua entre fuentes que parecen dialogar con el viento: la Cruz de Abastas, el Zorrillo, Majarrompe y la Peseta, todas ellas recordándonos que el agua es el alma de esta tierra.
Mientras enfrentamos repechos exigentes, los
descensos nos ofrecen alegría y libertad, con el calor y el frescor alternándose
juguetones con cada pedalada.
Superamos el Puente de los Quebrados, que
desafía el tiempo, mientras continuamos avanzando por el GR 10.4 El Camino
Viejo del Paular, con implacable ascenso al Puerto de Cotos, nos
llama desde el comienzo de su senda, pero preferimos no mirar demasiado,
recordando la dureza que hemos enfrentado allí en otras ocasiones.
En una pradera soleada recuperamos fuerzas con
una barrita o gel, antes de recorrer un kilómetro por la Vereda de la
Canaleja, ya conocida de rutas previas. Al llegar
al Puente Arroyo del Cancho dejamos que este rincón nos ofrezca un
momento de calma que relaja la adrenalina.
Hoy exploramos la segunda parte de la
Canaleja, hasta la fuente del Puente de la Cantina. Las recientes
lluvias y nevadas han transformado el sendero con caprichosos charcos, barro, raíces,
ramas y árboles caídos que desafían a quien se atreva a recorrerlo sin
precaución. Sin embargo, durante el descenso, las
exclamaciones de sorpresa y emoción de mis compañeros reflejan el asombro que
nos envuelve en cada tramo.
Con mucha precaución cruzamos la Carretera de
Madrid y rápidamente enlazamos con la carretera forestal de La Fuente de la
Reina. Al
llegar al Puente del Telégrafo, donde confluyen el arroyo Minguete y el
arroyo del Telégrafo, el lugar nos recuerda que en este punto comienza un nuevo
desafío, que pondrá a prueba nuestras fuerzas.
Nos enfrentamos a un ascenso de algo más de
cuatro kilómetros, donde los fuertes desniveles nos desafían desde el primer
instante. Cada pedalada es un esfuerzo continuo, como si
la pendiente no estuviera dispuesta a conceder ni un segundo de tregua. Algunos
compañeros han buscado aliados, mientras otros han optado por enfrentarlo en
solitario. ¿Y Pawel? Su
ausencia nos deja pensando si ya se estará refrescando en la fuente, acompañado
por Paco.
La Fuente de la Reina nos recibe con la
serenidad de quien nos conoce bien: cansados, unos más que otros, pero
satisfechos. Podría llamarnos a cada uno por nuestro
nombre, pues hemos sido sus fieles visitantes durante años. Nos
ofrece su agua y accede a ser fotografiada en nuestra compañía, antes de
despedirnos con una melancólica tristeza.
Con la acumulación de barro en la zona, no solo por las lluvias recientes, sino también por el arrastre de pinos cortados, decidimos abandonar la idea de alcanzar el Cerro de la Camorquilla y continuamos por el Cordel de Santillana. Las ruedas trazaron su historia en el sendero, dejando huellas sobre el barro y la nieve. Surfearon con destreza sobre las abundantes piedras, avanzando con firmeza con los frenos como meros espectadores de la audacia.
El refugio y la fuente de los Pastores señalan
el punto donde tomamos el desvío hacia el comedero de buitres. Al
llegar, descubrimos la mesa preparada con los manjares dispuestos, aunque los
comensales aún no han acudido a su cita, dejando el banquete en espera mientras
las vistas espectaculares nos envuelven.
El descenso discurre por un entorno magnífico,
una maravilla que invita a ser explorada de nuevo. Al
llegar al camino forestal del Río Peces, nuestra marcha se detiene. Recorremos
un kilómetro que nos ayuda a relajarnos y asimilar todo lo vivido.
Ya no hay pérdida. El
camino retoma el primer tramo del día, ahora convertido en un descenso que recompensa
cada esfuerzo. Las ruedas giran con soltura
mientras la pendiente nos guía de regreso, dejando que disfrutemos de cada
curva y de un paisaje que se despide con elegancia.
Finalmente, al llegar de nuevo a Revenga, una sensación de plenitud nos envolvió. Más que una ruta, había sido una conexión profunda con la montaña y una celebración del espíritu de equipo.
Basta con observar las miradas de los compañeros para entender que, en cada sendero y en cada desafío, descubrimos un pedazo de nosotros mismos.
Gracias por las fotos y el relato, la ruta y el grupo insuperable, nos vemos pedaleando
ResponderEliminarGracias, Paco.
EliminarOtro domingo de ruta con un trazado genial, divertido y muy bien escogido para la climatología actual. Me encantan eso contrastes de las verdes praderas con la nieve blanca del las montañas del fondo . Gracias a todos por esos domingos tan chulos .
ResponderEliminarUn abrazo a todos y buena semana!!!
Pawel
Lo que escribes es como abrir una ventana y mirar lo increíble que puede ser la vida, ya seas ciclista o no. Siempre transmites ánimo, ¡bravo! Lidia
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