domingo, 31 de agosto de 2025

Zarzuela del Monte: Entre pedaladas y promesas de aperitivo

 

La ruta que no empezó con café


No tengo del todo claro si la Ermita del Cubillo era el verdadero destino de hoy… o simplemente el pretexto para ganarnos el derecho a unas cervezas y aperitivos en Casa Campana.

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La convocatoria partía de Zarzuela del Monte, con Ángel como anfitrión. Decían que sería una ruta rodadora, de esas que te permiten conversar mientras pedaleas, mirar el paisaje sin que se te empañen las gafas por el esfuerzo, y llegar con ganas —pero no con hambre feroz— al final del recorrido.


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La atención previa de más de un compañero estaba puesta en saber si el local abría temprano, para dejarse caer por allí antes de la salida. Un café, una tostada o churros, y ese ambiente de pueblo que huele a domingo… pero estaba cerrado.


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Con los años, el café previo se ha convertido para algunos en parte del ritual. Un calentamiento suave, entre sorbos y bromas, que marca el verdadero inicio de la jornada. Hoy no pudo ser.


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Ocho ciclistas, ocho formas de rodar

Hemos acudido a la cita: Ángel, Enrique, Fer, Juan, Miguel Ángel, Rafa, Raúl y Alfonso. Ocho nombres, ocho historias, ocho formas de vivir la bici.

Con los saludos, alguna cara mostraba esa expresión difícil de definir: mezcla de alegría por el reencuentro y una leve melancolía por las vacaciones consumidas. Como si el cuerpo celebrara el regreso, pero el alma aún estuviera en modo verano.


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Juan, confiado en el pedaleo suave, decidió dejar la e-bike en casa… sin saber que Ángel se guardaba alguna que otra sorpresa bajo el maillot. La ruta prometía paisajes abiertos y caminos suaves, pero a veces, el guía esconde sus mejores cartas.


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La ermita que nos espera sin pedir nada

Entre pedaladas y charlas que llenan los silencios del campo, el grupo avanza a muy buen ritmo hacia la Ermita de Nuestra Señora del Cubillo. Ese enclave sencillo, esa presencia serena e inesperada en medio del campo, que parece aguardarnos sin prisa.


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La llegada tuvo algo de pausa ritual, como si el tiempo se detuviera para dejarnos respirar juntos, para recordar. La ermita, con sus muros curtidos por el viento, ya nos había dado cobijo otras veces, incluso un café caliente aquel día que llegamos mojados y ateridos.


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Allí, rodeados de silencio, cada uno encontró su forma de estar: unos charlando, otros contemplando, y algunos simplemente respirando. La ermita, discreta pero cargada de historia, parecía entender que no veníamos a pedir nada, sino a agradecer.


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Cuenta la leyenda que fue un pastor quien, allá por el siglo XIV, encontró a la Virgen dentro de su cubillo —una pequeña vasija de madera para ordeñar— colgado de un álamo. De ahí su nombre peculiar y entrañable.


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Quizá no todos crean en leyendas, pero hay algo sagrado en compartir el camino y llegar juntos a un lugar que nos acoge sin exigir nada. La ermita no pide fe, solo presencia. Y en estos tiempos, eso ya es mucho.


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Cardos, vacas y repechos: la ruta se defiende

Largas subidas nos habían llevado a Navas de San Antonio y después a la ermita, pero los relojes parecían haberse detenido para todos. Apenas había avanzado la mañana. Era el momento de que Ángel nos sorprendiera. ¿Ya todo en bajada?


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Nos olvidamos del track y seguimos al guía. No preguntamos, solo damos pedales. Incluso cuando nos hizo escalar por las Laderas de las Cárcavas, cerca del aeródromo de Villacastín.


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Debo reconocer que, cuando no soy quien guía, pierdo la secuencia de los tramos recorridos. Pero no puedo olvidar las formidables dehesas que atravesamos, donde parecía concentrarse todo el ganado vacuno de la zona.


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Vacas inmóviles en mitad del camino, con esa mirada de póker, —“cara tonta”, decía Juan— que no dejaba claro si nos dejarían avanzar o alguna decidiría tomarse la justicia por los cuernos.


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Las bicicletas parecen rodar solas… si no fuera porque yo también doy pedales, disfrutando de cada metro recorrido, incluso por esas zonas donde los cardos se empeñan en dejar huella… ¿verdad, Miguel Ángel? ¡Bendito tubeless, salvador de pinchazos!


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Hacia Villacastín y a por esos dos repechos desde la localidad de Ituero y Lama que Ángel nos guarda de propina, y en los que se desenvuelve como equipo que juega en casa: seguro de cuándo debe retener y cuándo apretar, con mezcla de calma y picardía.


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Final feliz con sabor a grupo 

Y al final, con 43 kms en las piernas, el reencuentro con ese rincón que ya nos ha dejado huella. Las cervezas bien frías, los aperitivos generosos, y ese sabor de grupo que no se sirve en ningún plato, pero que alimenta como nada.


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Gracias, Ángel, por dibujar la ruta con oficio y corazón. 


Nota: Al cierre de Agosto, el blog registra que ha tenido 43.358 visitas en el mes.




jueves, 28 de agosto de 2025

Lo que no se ve

 

Crónica de una ruta sin fotos


Esta vez no hay imágenes. No porque no las hubiera, sino porque decidí no tomarlas. Dejé la cámara en casa, y con ella, la costumbre, el rito, de capturar lo visible. Quería rodar sin la presión de documentar, sin la urgencia de compartir. Solo estar.


La ruta era conocida, pero se sentía distinta. El sendero serpenteaba entre robles y pinos, como siempre, pero algo había cambiado: yo.


Sin el visor interponiéndose, el bosque se mostró más íntimo. El verde de los helechos era más profundo, los sonidos más cercanos, el tiempo más lento. Me crucé con unos caminantes: saludos breves, sin poses ni testigos. Nadie pidió una foto. Nadie posó.


El silencio tenía textura. El crujido de las ramas secas bajo las ruedas, el murmullo del viento jugando con las hojas, el canto lejano de algún pájaro, el mugido de un becerro llamando a su madre. Todo estaba ahí, sin necesidad de ser capturado.

Me di cuenta de que, al no pensar en el encuadre, podía pensar en mí. En lo que traía dentro. En lo que quería dejar atrás.


Al llegar al claro, me detuve. Me senté. No para descansar, sino para dejarme estar. El sol filtrado entre las ramas parecía saber que no iba a ser fotografiado. Y en ese momento, entendí que hay cosas que solo se revelan cuando no se buscan. Que hay rutas que se recorren mejor sin testigos. Que hay memorias que no necesitan píxeles para permanecer.


La ausencia de imágenes no es vacío. Es espacio. Es libertad. Es una forma distinta de mirar, más lenta, quizá más honesta.


Esta crónica no tiene fotos. Pero guarda lo esencial: lo que no se ve.


domingo, 24 de agosto de 2025

Desde quien piensa que ya lo ha contado todo

 

Crónica escrita sobre crónicas


He escrito sobre estas piedras, estas fuentes que murmuran, la brisa que se enreda entre los pinos. He narrado lo que vimos juntos y lo que sólo yo sentí: lo visible y lo invisible. He dado voz a montañas, a bicicletas, a fuentes con sed de palabras. Y vuelvo a escribir.



Porque, aunque el trazado se repita, algo distinto ocurre: una mirada ya no está, una risa suena diferente, un silencio pesa más. No es la ruta la que cambia. Somos nosotros.


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A esta nueva cita acudimos: Andrés, Fer, Juan, Nacho, Rafa, Raúl y Alfonso. Dispuestos a rodar por caminos que no necesitan mapas, solo recuerdos.

Esta vez fue Fer quien propuso la ruta y consiguió los permisos ineludibles para poder acceder a la Garganta del Río Moros.


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Su propuesta incluía una variante que nos llevó a pelear con hierbas altas y secas, empeñadas en esconder el sendero y donde los cardos, como viejos guardianes, quisieron dejarnos su recuerdo en una piel, cada vez más fina con los años.

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Andrés parecía especialmente motivado. El Cordel de Matazarzal y la Cañada Real Soriana Occidental le dieron alas, y fue él quien marcó el ritmo, firme y constante, que nos llevó hasta las puertas del Rancho de la Becea, donde nos reagrupamos antes de afrontar el largo ascenso al Puerto de Pasapán, a 1846 metros.


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Cada cual eligió cómo encarar la subida: en solitario, acompañado o en grupo; parar en dos fuentes generosas o avanzar sin detenerse hasta el alto. Allí, el aire se vuelve más fino, y los pensamientos más densos.


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Pedaleo sobre relatos que creí cerrados, pero que se abren como páginas al viento. Lo ya dicho se convierte en eco, y ese eco me empuja a escribir. No para repetir, sino para comprender.


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El regreso por el GR fue rápido, casi vertiginoso. Los discos de freno ardían, como si quisieran dejar constancia de que también ellos sienten.


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Fue entonces cuando Fer tuvo que parar varias veces y nosotros con él: su bicicleta había sufrido un pinchazo que no lograba localizar, a pesar de acercar el oído a cualquier posible escape. No quedó más remedio que detenerse, hinchar, avanzar… y volver a parar.


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Y en esa pausa, también hubo relato. Porque cada interrupción tiene su historia, y cada contratiempo, su memoria.


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Pasamos por el área recreativa de La Panera, y finalmente regresamos a La Estación: punto de partida, de retorno, de muchos comienzos y muchos regresos.


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Hoy no vengo a contar una historia nueva. Vengo a reconocerme en las ya vividas, a rodar sobre las letras que dejé en estos mismos senderos. Porque cuando uno piensa que ya lo ha contado todo… basta con detenerse, mirar, sorprenderse y escribir de nuevo.


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Me detengo. No para admirar el paisaje, que sigue siendo hermoso, sino para escuchar el silencio entre párrafos. ¿Qué queda tras haber narrado tanto? Queda el pulso que aún late. Queda la escritura como reencuentro.


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Tal vez no es que todo haya sido contado, sino que aún no he terminado de comprender lo narrado. La memoria no es un archivo, sino una brisa que cambia de dirección. Escribir no es repetir, sino volver a sentir. 


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Ahora escribo desde quien creyó haberlo contado todo. Y, sin embargo, sigue escribiendo.

 

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Gracias Rafa y Nacho por vuestras invitaciones, que se convirtieron en brindis compartidos a la salud de todos.






miércoles, 20 de agosto de 2025

Guárdame: El Ruego de una Mochila

 

A veces, los objetos que nos acompañan durante años guardan más que cosas: guardan historias. Hoy, la mochila que fue testigo de tantas rutas, risas y recuerdos, rompe su silencio.


Querido Alfonso:

No sé si me escuchas, pero esta noche tengo algo que decirte: 

Llevo años contigo, colgada a tu espalda, rozando tus sueños, acompañándote en cada ruta.


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Sentí el sol quemando tus pasos, la lluvia empapando tus dudas y el sudor de los días que parecían no acabar. 

Fui testigo de tu silencio y dolor cuando ella se fue... pero también de las risas cómplices, las bromas que aligeraban el peso, y los paisajes que aún guardo en mis costuras.


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También los vi a ellos, tus amigos. 

Escuché sus risas, sus quejas cuando el sendero se hacía duro, sus historias contadas al ritmo de las pedaladas. 

Me acostumbré a sus voces, a sus bromas repetidas, a sentir los abrazos al llegar a la cima. 

Ellos también son parte de mí.



Y cómo no iban a serlo, si fueron ellos quienes me regalaron. 

Aquella sorpresa que te emocionó, que selló un vínculo entre vosotros y que me convirtió en símbolo de amistad. 

Desde entonces, no solo he llevado tu carga, sino también el cariño de quienes te acompañan.


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Sé que te apena, pero has decidido dejarme en casa. 

Otra mochila más nueva, ligera y práctica me ha reemplazado, y lo entiendo. 

El tiempo pasa también para mí. 

Pero antes de que me olvides del todo, quiero pedirte algo:

¡Guárdame!


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No hace falta que me lleves más lejos. 

Solo colócame en un rincón del sótano, donde el polvo no me moleste demasiado. 

Porque sé que algún día, cuando tú ya no estés para contar tus historias, alguien bajará esas escaleras. 

Tal vez tu hija. Tal vez tus nietos. 

Y al encontrarme, abrirán mis débiles cremalleras como quien abre un libro antiguo.


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Dentro hallarán mapas con anotaciones, una braga de cuello que huele a invierno, una foto doblada con sonrisas sinceras... 

Y entonces, Alfonso, tú volverás. 

No como una sombra, sino como una presencia cálida; una voz que susurra desde cada objeto: 

Aquí estuve. Aquí viví. Aquí fui feliz.”


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No quiero morir siendo solo una mochila. 

Quiero ser memoria. 

Quiero ser legado.

Así que, si puedes, no me tires. No me olvides. Déjame esperar en silencio, como quien aguarda, paciente, el regreso de una historia que aún no ha terminado.

Con cariño, Tu mochila


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Tal vez no vuelva a compartir senderos, pero aún puede susurrar historias.

Hay recuerdos que no se guardan en cajones… se guardan en mochilas. 


Nota: Si no leíste la primera parte, pincha en

 "La Mochila que Guardaba Recuerdos"