La vida, en su constante danza entre intensidad y contemplación, nos propone un nuevo desafío sobre dos ruedas
Bajo
un cielo que titubea entre la clemencia y la lluvia, partimos hacia Pelayos
de la Presa, un rincón que no deja de sorprendernos. Allí
nos reunimos bien temprano, el frío húmedo impregnando el aire, en el
aparcamiento del Mesón El Puerto.
Entre
saludos cargados de complicidad y preparativos, nos reunimos: Ángel,
Enrique, Fer, Juan, Luis Ángel, Pawel, Pedro, Raúl y Alfonso, un grupo unido y
animoso, listo para la aventura.
Primeros trazos del camino
La
mañana comienza bajo un cielo incierto, donde el sol lucha por abrirse paso
entre las nubes. Sobre el majestuoso embalse
de San Juan, serpentea la pista que seguimos, disfrutando de la calma del
paisaje y de instantes memorables que las cámaras no dejan de registrar.
Subidas con carácter
Sin detenernos
demasiado, nuestras bicicletas comienzan a ganar altura, enfrentándose a rampas
exigentes que nos calientan los músculos. Custodiados
por el Cerro del Yelmo, el Cerro del Valle Lorenzo y el Cerro Esteban,
avanzamos con determinación, dejando huella en cada metro del camino.
Ritmos del camino
Largos ascensos desafiantes, por terrenos caprichosos, ponen a prueba nuestras fuerzas, mientras los descensos, como alivios inesperados, nos devuelven algunos minutos de libertad. El ánimo del grupo permanece intacto.
Entre conversaciones animadas y bromas que
llenan el aire, también se comparten silencios profundos en los tramos más
exigentes, donde cada pedalada se convierte en un pacto silencioso con uno
mismo y con los compañeros de ruta.
Naturaleza en su máxima expresión
Los
paisajes, teñidos de un verde radiante, parecen haber despertado con nueva
vida, mientras pequeños regueros de agua serpentean por los márgenes del
camino, como si la tierra se hubiera decidido a contar sus propias historias.
En
cada rincón, lagunas improvisadas emergen como espejos naturales, atrayendo la
curiosa mirada del ganado que, con tranquila dignidad, se convierte en parte
esencial de este escenario de belleza inesperada.
Un paréntesis sobre asfalto
El
recorrido nos lleva por unos kilómetros de carretera en la M-501. Un
contraste inevitable que a los ciclistas de montaña nos resulta menos grato,
pero que asumimos como parte del trayecto.
Preparándonos para el ascenso
Hacemos
una breve parada, la justa para reagruparnos y cargar energías con algún gel. El
ambiente se mezcla con una expectante combinación de entusiasmo y reverencia,
mientras los ojos se dirigen hacia el próximo desafío: el ascenso hacia el Alto
de Navahonda, que con sus 1035 metros nos aguarda impaciente por nuestra
visita.
El desafío comienza
Poco
tarda el grupo en estirarse, cada uno buscando su propio ritmo ante la dureza
del tramo que sabemos nos aguarda. En
este terreno, hacer alardes no tiene cabida; la clave está en la constancia y
la inteligencia en cada pedalada.
Por
mi parte, decido pegarme a la mejor rueda posible: la de Enrique, quien semana
tras semana demuestra una forma envidiable, pletórico de fuerzas. Enrique,
con su bicicleta muscular, controla su esfuerzo con precisión y habilidad,
observando sus pulsaciones que fluctúan al compás de cada golpe de pedal. Yo,
con mi e-bike, intento seguirle el trazado en asistencia eco, marcándome este
desafío como mi propio reto, un esfuerzo que combina respeto y estrategia.
Un ascenso de carácter
Un tramo largo, exigente, con pendientes que no dan tregua y un terreno pedregoso que, por momentos, se muestra roto, muy roto, empeñado en ponernos a prueba en cada metro. Este ascenso, con su dureza innegable, se traduce en una mayor sensación de triunfo al ser superado. Las fotos en pleno esfuerzo quedarán para otra ocasión.
Sin
detenernos en el alto, algunos prefieren bajar pulsaciones continuando la
marcha, y otros se lanzan con ansias hacia el esperado descenso que conduce a
la Ermita de la Virgen de Navahonda, un verdadero regalo para los
sentidos. No puedo dar referencias de mis compañeros pues no los vi en acción.
Son
dos kilómetros y medio en los que el paisaje, aunque espectacular, cede
protagonismo a la destreza requerida para disfrutar sin percances. Cada
ciclista elige su trazado: unos optan por seguir las líneas visibles, tal vez
marcadas por el agua en su descenso; otros, más atrevidos, se lanzan por rectas
directas, guiados por pura intuición.
Al llegar, un descanso merecido
Al
llegar, nos tomamos un descanso más que merecido: para reagrupar, beber agua y
dejar que los rayos de sol, que han conquistado finalmente a las nubes, nos
envuelvan con su calidez. Momento de especial relajo,
que bien podría dar término a la jornada… pero todavía nos queda recorrido.
Un paisaje de contrastes: la naturaleza y el cosmos
La
ruta nos lleva junto a las enormes parabólicas de INTA y NASA, erguidas hacia
el cielo como guardianas del cosmos y ventanas hacia secretos de otros mundos.
Es
imposible no sentir cierto asombro al imaginar cómo esas estructuras rastrean
las profundidades del espacio mientras nosotros, con nuestras bicicletas,
exploramos las maravillas de la Tierra.
Aquí
las cámaras tienen especial trabajo. Con
un simple clic, capturan la dualidad entre la inmensidad del cosmos y la
humildad de nuestro recorrido.
Avanzamos escoltados por el Arroyo de Valdezate
El
arroyo nos acompaña en su recorrido, hasta que más adelante nos reta a cruzarlo
en una zona especialmente complicada. A
pesar de la dificultad del terreno, las sonrisas del grupo no desaparecen,
reflejando el espíritu de aventura y camaradería que hoy marca especialmente la
jornada.
Cruzamos
con máxima precaución la M-501, conocida como la carretera de los Pantanos,
siempre con mucho tráfico. Poco después, nos desviamos
por sendero en la zona de Las Carboneras, un cambio de escenario que trae
consigo nuevos desafíos. Los repechos, aunque no
demasiado largos, comienzan a hacerse sentir en las piernas ya fatigadas a
estas alturas de la ruta.
El legado de Navas del Rey y el Embalse de Picadas
El
camino nos lleva a la localidad de Navas del Rey, un lugar cargado de
historia que nos conecta con los bosques y montes de la época del rey Alfonso
XI. A
cada pedalada, la naturaleza nos invita a reflexionar sobre la grandeza de los
senderos que unen lugares y entrelazan historias a lo largo de los siglos.
Dejamos
atrás los senderos pedregosos y continuamos hacia la urbanización El Morro,
desde donde nos encaminamos al embalse de Picadas, construido en 1952. Las
vistas desde aquí son un auténtico espectáculo, con el paisaje ofreciendo un
mosaico de colores y formas que nos recuerda por qué cada ruta merece ser
recorrida con gratitud y asombro.
El último esfuerzo
Los
kilómetros finales transcurren por la vía verde, junto al sereno río
Alberche. Este tramo tiene algo especial, casi mágico,
que siempre nos deja grata impresión. La
tranquilidad nos envuelve mientras rodamos muy despacio los últimos kilómetros.
Aquí
las ruedas parecen deslizarse con suavidad, y el cansancio da paso a la
satisfacción de una jornada bien vivida.
Cierre y despedida
Cada ruta nos enseña que el verdadero encanto reside en el trayecto y en quienes lo comparten. Entre abrazos y risas, palabras de felicitación y la satisfacción colectiva, celebramos el logro de otra aventura para recordar.
¡Es un placer leer crónicas tan bien escritas y llenas de pasión por el ciclismo! Sigue disfrutando de esas rutas y compartiéndolas en tu blog. ¡Un saludo! Arancha
ResponderEliminarEnhorabuena por la publicación. Me tienes pillado. Canito
ResponderEliminarRutón de los históricos. Conocido recorrido pero no por ello menos impresionante. La primera parte de la ruta es un martirio de subidas para desembocar en esa trialera mágica hasta la ermita. El ambiente y compañerismo de ruta aún siendo también conocido no deja de ser inmejorable. Nos vemos en la siguiente...............cada vez mas cerca.
ResponderEliminarY llegamos a ese mirador, en el que nos fotografiamos hace años con la bandera de Ucrania para ver como nunca de lleno el Pantano de San Juan, soltando agua por una de sus compuertas, que desde hace muchos años no había vuelto a ver.
ResponderEliminarComo dice Luis Ángel 3/4 del desnivel en los primeros 20 km para luego rematar con la trialera a la ermita, con mucho barro en la curva mas difícil que nos descabalgó a algunos.
Otra ruta clásica repetida. Se os hecha de menos a los ausentes, espero que no hayáis arrinconado la bici y recordad que el tubeless se seca si no se rueda.
Un saludo.