miércoles, 6 de diciembre de 2023

La Importancia de la Soledad en el Ciclismo de Montaña

 

El ciclismo de montaña, esa danza entre la naturaleza y nuestras ruedas, es tradicionalmente un baile grupal. La camaradería, seguridad y motivación que nos brinda el grupo son pilares de nuestras salidas.


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Pero, ¿Q sucede  cuando esos senderos los recorremos solos? Ahí, en esa soledad, descubrimos un tesoro diferente, un valor incalculable que merece ser contado.

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La soledad del ciclista

Pedro Delgado, en su libro “La soledad de Perico”, habla de la soledad del deportista:

Por mucho que jaleen a un deportista, siempre está solo. Por muy rodeado de gente que se encuentre mientras sube un puerto, con la pasión desatada a su paso, el ciclista está solo frente al esfuerzo, el dolor y la gloria. Y solo también frente a la derrota

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Pero yo me refiero a algo diferente, a la soledad como elección… aunque solamente sea de vez en cuando:

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Conexión Personal con la Naturaleza 

Rodar solo es abrir un diálogo íntimo con el bosque. Los sonidos de la vida silvestre, el crujir de las hojas y el chirrido de los frenos se convierten en la banda sonora de mi viaje. Es una experiencia pura, sin filtros, donde cada respiración se sincroniza con el latido del monte.

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Autodescubrimiento y Resiliencia 

En la soledad, me enfrento a mis propios límites. Cada subida empinada y descenso técnico, los obstáculos casi insalvables, las averías, se convierten en maestros silenciosos que me enseñan sobre la confianza y la habilidad, y me enfrentan a mis propios límites físicos y mentales. En esos momentos de desafío, me descubro, aprendo quién soy.

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Meditación en Movimiento 

El ciclismo en solitario se transforma en una meditación activa. La concentración para navegar por el terreno me ancla al presente, me regala claridad mental y espacio para la introspección. Es mi forma de buscar la paz interior y la serenidad.

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Libertad y Flexibilidad 

Solo en la montaña, decido mi destino. Elijo mi ruta, mi ritmo y mis descansos. Esta libertad es un bálsamo para el alma, me permite escuchar a mi cuerpo y mente, y ajustar mi camino a mis necesidades y deseos.

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Conclusión 

He compartido innumerables rutas y experiencias con amigos y atesoro esos momentos. Pero también sé que la soledad en la montaña es una experiencia profundamente personal y enriquecedora. Es un aspecto del ciclismo que invito a explorar.



domingo, 3 de diciembre de 2023

Montejo de la Sierra, Sierra del Rincón, AlfonsoyAmigos en 2023

 

Nunca 33 kilómetros fueron tan bien aprovechados



Pronto, muy pronto, estoy en mi coche, todavía de noche, dirigiéndome hacia el punto de encuentro. La mañana es fría y oscura. Mientras callejeo, antes de salir a carretera, apenas unas parpadeantes luces de colores en un par de balcones, preludio de las fechas que se avecinan.

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Todavía no ha amanecido y la luna se resiste a delatar su presencia. Voy con tiempo de sobra así que, de manera no habitual, me sitúo en el carril derecho y dejo que, aquellos que tienen más prisa que yo, me adelanten sin pudor.

Escuchando música, relajado, veo a mi izquierda, iluminado, el Puente Dunlop sobre la rampa Pegaso del Circuito del Jarama.

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Ya en Montejo de la Sierra, el termómetro exterior del coche ha marcado -4º. Permanezco en el interior, en espera de que lleguen los compañeros: Ángel, Enrique, Ernesto, Luis Ángel, Pawel, Alfonso, además de Javier y Marino (que anunciaron su asistencia con anticipación y ganas).

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Tras no haber logrado completar la ruta en dos ocasiones anteriores por culpa de averías, hoy, los presentes, estamos dispuestos a llevarla a término… y sin recortes (apunta Pawel).

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En marcha, hacia la ermita de Nazaret (1218 m), por laderas que ocultan su verdor y que crujen bajo nuestras ruedas por la escarcha que las cubre, afrontando un primer repecho a modo de calentamiento que no parece haberse ganado una parada grupal.

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Sí pararemos poco más adelante, pues la tija de Javier ha entrado en rebeldía y habrá que darle solución con abrazadera que portaba Luis Ángel. ¡Vamos, que nos quedamos fríos!

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Buena parte del tramo siguiente está marcado y roto por huellas profundas de las ruedas encadenadas de grandes máquinas, aunque, afortunadamente, el barro que han provocado se encuentra congelado y podemos avanzar sobre él.

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Y enseguida, tras giro a la izquierda, tenemos por delante el fuerte repecho que nos iza hasta cruce con carretera, pero superando desniveles del 17 al 23%. ¿Pero no lo íbamos a hacer por carretera? La pregunta se diluye en el aire, como en nuestras bocas las delicias turcas con las que nos ha obsequiado Enrique, recuerdo de su último viaje.

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Breve parada en el collado Salinero (1515 m), para reagrupar y disfrutar de un paisaje que va perdiendo su capa blanca gracias a un sol que ahora es más generoso y que no nos abandonará en el resto de la ruta. Desde aquí podemos divisar los próximos puntos de destino, pero no será fácil llegar hasta ellos.

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Duele comprobar que los piornos y retamas se han comido gran parte del sendero que ya de por si es complicado recorrer, pero aun así allá vamos, montados en la bici o andando, el caso es avanzar, hasta tomar el collado Llera (1505 m) y algo más allá, pero tampoco fácil, el cerro el Morro (1524 m).

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Tremendo el descenso que tenemos por delante, flanqueados por increíble paisaje, es verdad, pero que pronto nos hará percibir un reconocible olor a frenos quemados, llegando alguno a pensar que ha fundido las pastillas y está bajando sin control. Ya lo he dicho: ¡Tremendo!

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El siguiente tramo, más llevadero y por pista forestal en su mayor parte. Primero hacia el Collado Hondo (1363 m) y después, ya en descenso y más rápido, hacia el Collado del Espino (1276 m), circunvalando el Cerro de la Morra y pasando por la zona de las Carboneras, donde hasta 1950 se producía carbón vegetal de roble para venderlo a otros pueblos y a Madrid capital.

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Nos acercamos a la localidad de La Hiruela y, junto a su iglesia de San Miguel Arcángel, tendremos nueva avería o no tan nueva. Ahora es Marino el que tiene problemas con su tija. Si la de Javier no bajaba, la suya no sube… 😃 En esta ocasión soy yo el que proveo de abrazadera que será laborioso dejar instalada.

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Precioso el recorrido que nos aguarda por el GR-88. Primero por zona de piedras cerca de Peña Tejerones y después, con más velocidad, para recorrer a todo su largo una especie de tubería zigzagueante, plagado el suelo con manto de hojas que ya se rindieron y que nos llevará, disfrutando mucho, hasta el puente sobre el río Jarama, donde las fotos serán inevitables.

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Abandonamos Madrid y entramos casi a hurtadillas en la provincia de Guadalajara, ascendiendo por praderas húmedas hacia la localidad de El Cardoso de la Sierra y, a su salida, por el camino de Montejo, encontrar los repechos duros que la mayoría recordamos de veces anteriores.


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Seguimos rodando por el GR-88, por algunas zonas de piedras y escalones que superamos con sorprendente habilidad, para seguir rápidos hasta cruce con la carretera GU-187, muy cerca de la entrada al Hayedo de Montejo, de acceso muy restringido. Acabamos de entrar de nuevo en Madrid.

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Nos resulta obligado seguir un tramo por carretera para tomar el puerto del Cardoso (1348 m), pero enseguida nos desviamos junto a la fuente del Collado para tomar, ahora sí en descenso, caminos rurales bastante enfangados.

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La misma Fuente del Collado
18 años atrás


Algún pequeño tobogán, pero, en general, descenso muy rápido, con los arroyos del Zarcillo, del Palancar, de la Mata, seguro que alguno más… dejándose oír con fuerza a nuestro paso.

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De nuevo en Montejo, ya junto a los coches, cruce de abrazos más largos de lo habitual y amplias sonrisas en las caras de los que HOY SÍ, hemos completado y disfrutado esta preciosa ruta.