Estamos esperando con ansia que nos dejen salir a la calle y cuando por fin llega el día…
La aventura ha comenzado
Fotografías enviadas por los compañeros tras su primera salida.
Afortunados
aquellos que durante el confinamiento han podido mantener parte de su excelente
forma física o puede que incluso la hayan mejorado por haber recurrido a
rodillos, estáticas, máquinas de spinning, cintas de correr o de step y otros
artilugios varios.
Para estos, los afortunados que digo, el primer día de libertad imagino que se ha convertido en el examen práctico, en la prueba de reválida para comprobar si de verdad han sido deportistas aplicados… aunque no todos conseguirán sacar sobresaliente.
Me
incluyo en el resto de los mortales y nada más conocerse la noticia con sus limitaciones
y franjas horarias, me faltó tiempo para improvisar en casa un pequeño altar y poner
una velita a San Judas Tadeo (santo de
las causas imposibles), a fin de que de forma milagrosa me infundiera el
aliento y las fuerzas precisas para, al menos, no hacer el ridículo con la
bicicleta entre las piernas en la primera escapada.
Los
más precavidos, supongo que días antes realizarían una puesta a punto mínima de
su bici: Pastillas de frenos, inflado de ruedas, engrasado de cadena y
rodamientos… O
puede que pensaran que su compañera no les podía fallar en esta primera cita.
Hay
que recuperar las rutinas de antaño, recordar dónde dejaste tu equipación, de
invierno o ¿ya de verano?, las gafas, el casco… ¿cargaste la batería del GPS o
mejor dejarlo en casa para que no quede constancia de tu bajo estado de forma?
Y
volver a poner el despertador a una hora que ya dejó de ser habitual, pero hoy
la ilusión te puede, no hay pega con el madrugón.
Nada más abandonar mi recinto de confinamiento y a pesar de ser hora temprana, me sorprende comprobar la cantidad de movimiento que observo en las calles.
Nada más abandonar mi recinto de confinamiento y a pesar de ser hora temprana, me sorprende comprobar la cantidad de movimiento que observo en las calles.
Los
grandes parques, que podrían servir de alivio, se encuentran cerrados y la
opción es coger algún carril bici o callejear por calles emblemáticas que aún
no han recuperado el tráfico habitual.
Me decido por lo primero, un carril bici que me va a dar oportunidad de coger toboganes con desniveles asequibles y rodar, rodar, rodar…
Tras recorrer los dos primeros kilómetros ya se puede apreciar que estoy rodeado de “afortunados” que han tomado el carril por un velódromo.
¿Qué ha pasado? ¿Se ha acabado ya la epidemia y yo no me he enterado?
Mi
bicicleta no rueda con la soltura que a mí me gustaría, pero es cierto que
supero a algunos ciclistas que han tenido que poner pie en tierra ante el
primer tobogán, lo que me alienta a seguir.
Procuro
no forzar, me conformo con ir avanzando. Más
adelante, grupo arremolinado… en el suelo un par de ciclistas, creo que son
chicas, pero ya hay bastante gente prestando ayuda, incluso alguno con móvil en
mano captando todo.
Durante
el recorrido de regreso a casa me cruzaré con 2 ó 3 ciclistas que marchan a pie
empujando bicicletas con alguna rueda sin aire. Ya lo
dije, revisión rápida antes de salir.
¡Qué barbaridad! Desconocía
que hubiera tanto deportista en Madrid o es que estaban metidos en la Casa de Campo.
Qué envidia de los compañeros y amigos que han tenido oportunidad de rodar por el monte, por los campos rebosantes de color… Y sin franjas horarias. Creo que a más de uno no le han vuelto a ver por casa desde el desayuno del sábado pero, tranquilos, les siguen por Strava.
Qué envidia de los compañeros y amigos que han tenido oportunidad de rodar por el monte, por los campos rebosantes de color… Y sin franjas horarias. Creo que a más de uno no le han vuelto a ver por casa desde el desayuno del sábado pero, tranquilos, les siguen por Strava.
Demos
gracias en cualquier caso de haber podido llegar hasta aquí y estar contándolo.
Paciencia, que vamos por buen
camino a pesar de los “pícaros” y de los “frescos del barrio”.