El coronavirus y la orden de confinamiento me han cogido sin un perro que llevarme… a la calle
No sé si
es que antes no me había fijado o si es que en el barrio hay censados más
perros de los que yo pensaba
A través
de la literatura clásica y de autores como Quevedo, Calderón y otros que así lo
reflejaron en sus novelas, aprendí que en una España que en los siglos XVI y
XVII vivía de rentas y despreciaba el trabajo manual medraron pícaros y
delincuentes.
En mis años
de vida, que ya no son pocos, he tenido tiempo de constatar que la picaresca
sigue viva y no siempre bien empleada.
No, tranquilos,
no voy a hablar de política o de políticos y de aquellos a los que no les
interesa debatir sobre la verdad o la falsedad, la justicia o la injusticia,
salvo para conseguir su propia supervivencia.
Me refiero
a aquellos “pícaros”, por no llamarles de otra forma, que en el día a día y en
las cosas más cotidianas son capaces de sentirse "los más listos del barrio", dar la vuelta a las normas, a los
consejos y a las prohibiciones para encontrar el resquicio que les favorezca
como si no fuera con ellos.
El día que
nos acerquemos a lo más parecido a la “normalidad” y podamos no solo salir a
las calles sino además poder marchar de vacaciones, no me gustaría encontrarme
con las perreras y refugios solicitando ayuda por encontrarse desbordadas y sin
medios para poder atender a tanto perro abandonado.
Echemos la vista atrás a otros meses de Abril
La Fuenfría, Peguerinos y Casa de la Cueva en 2014, ruta demoledora por Valdemorillo en 2017 y el Valle del Jerte en 2018.