Si haces lo que siempre has
hecho, sólo llegarás donde siempre has llegado
Madrugón
del bueno y en cuanto te sientas en el coche es prioritario poner la
calefacción. Al
final de la jornada, este acto volverá a ser instintivo. Pero lo que seguro ninguno esperábamos era que
una niebla densa nos envolviera durante todo el camino. Bueno, te dices, seguro que después despeja…
Nuestra ruta comenzó el pasado día 13
Más a
oscuras que Jonás en el interior de la
ballena vamos llegando a la pequeña localidad de El Atazar, tierras madrileñas que antes lo fueron de Guadalajara. Obligado ha sido cruzar con los coches la
presa del Atazar que, aun no viéndola, no se dudó de que estar estaba.
La
mañana está muy fresca y húmeda por la niebla baja pero el encuentro es cálido
entre los asistentes que no nos hemos dejado intimidar por las previsiones: Andrés, Enrique, Ernesto, Fer, Jesús, Juan, Luis
Ángel, Pawel, Rafa, Santi y Alfonso, que además dejaremos calentitas las orejas
del amigo que ha cumplido años esta semana.
Nos
afanamos en poner a punto nuestros pertrechos y bicicletas para la marcha, en
los mismos terrenos que hace ná, allá
en el siglo XII, ya fueron conocidos asentamientos árabes pero ahora, el
ayuntamiento te invita a aparcar a las afueras.
El embalse del Atazar no nos resulta
desconocido, pues ya fue visitado por AlfonsoyAmigos en otras ocasiones, pero
la ruta de hoy es novedosa en todo su trazado y ya contamos con la probabilidad
de que nos llueva durante la mañana. No
problem, we’re here.
Con
cierta parsimonia comenzamos a dar pedales, atravesando el pueblo para tomar la
primera pista, el GR-300, que se recorre en paralelo a un ramal del embalse que
cruzaremos más adelante, para superar una suave cuesta y adentrarnos en un
bosque de pinos.
En
cruce de caminos, en el Collado Fragüela, no hay duda, siempre la más dura y
poco más adelante descartamos por la derecha la M-130. Nos vamos a mantener en nuestra pista, el
camino de los Lonchares, la misma que ya no abandonaremos hasta izarnos al
punto más alto de la ruta, a 1668 m. Parece
que cuesta entrar en calor ¿o no?
Como
el valor en “la mili”, las espléndidas vistas se suponen, pues la niebla apenas
nos deja ver nada. No queda
otra que seguir dando pedales en un trepa que trepa “Trepa Car”, que puede que ya sea un juguete tan vintage como alguno de nosotros. ¡Calla
y sigue dando pedales!
Zona
de pinares, que ofrece cierto aspecto de abandono en algunas zonas tras poda más o menos
reciente, para dejar atrás el Cerrillo
de Culipuerco y Las Zorreras y los
miradores naturales de Hoyo la Sala, Peña Aljibe y el del valle del río del Riato para, sin cesar en
nuestro empeño, acabar cruzando el río por puente. ¿Ya hemos llegado? – sigue pedaleando.
No
hay derrapajes, descensos peligrosos, trialeras, sólo una pista que se presenta
desafiante delante de nosotros con desniveles hasta del 16% y que parece
susurrar: “Sigue,
sigue… no pares”, pero ponte el chubasquero que te va a hacer falta.
Casi
22 kms y tras superar los tramos con mayor desnivel ya estamos en lo más alto,
en el cerro de La Tiesa. Muy cerca un punto geodésico con unas
espléndidas vistas hacia el valle del Lozoya que no podemos disfrutar. Un pequeño esfuerzo más ¡vamos! y podemos
plantar nuestra bandera en Peña Cuervo.
Estamos
en plena Sierra del Rincón, acaso
del rincón del mapa madrileño. Las
gráficas ¡¡mentirosas!! indican que ahora ya es todo prácticamente en bajada… A ver si nos vamos a quedar sin pastillas de
frenos y ojo que es fácil pasarse el desvío. A
nuestra derecha hemos dejado el puerto
de La Puebla.
Pista
engañosa por la cresta que nos acerca hasta el Collado Salinero (1575 m) y continuo rodar por la Cuerda de la Astilla, pasando por la Fuente
de la Astilla pero el agua ya se queda prácticamente helada en nuestras
botijas. Hemos
bordeado la ladera del Alto del Porrejón
(1823 m)
¿He dicho que hacía frío, mucho frío? Sí, durante todo nuestro recorrido y más
cuando te detienes en un alto donde parece juguetear con nosotros un viento
gélido, para después encontrar sensación de fría humedad al paso entre pinares.
Un halo de esperanza nos
embarga cada vez que entre la niebla surge algún rayo de sol, pero es efímero.
¡¡Abrígate!!
Sin
incidencias hacia la Garganta del
Portillo, manteniéndonos en ladera madrileña y muy cerca de la cotera que
nos limita con Guadalajara pero que no rozaremos, pasando de largo el collado de las Portilladas. A nuestra izquierda impresiona la Peña Centenera, con sus 1809 m de altitud.
Continua
progresión de toboganes que alegran con el descenso y parecen agarrarte del
sillín en los ascensos. Saltando
de una ladera a otra sin parar de ascender, mostrándose a la vista lo que queda
por superar tal vez con ánimo de desalentar. Es
muy difícil mantenernos agrupados, las fuerzas van abandonando a más de uno y atrás
se avanza con mayor calma.
El Cerro de la Torrecilla nos indica que,
ahora sí, ya sólo tenemos que “dejarnos caer” en rápido descenso y retornar al
punto de partida, con cuidado en algunos tramos por la pizarra suelta. Con mucha atención, pero es muy fácil dejar
que las bicicletas rueden libres, sin apenas tener que tocar los frenos salvo
en alguna curva cerrada. Del
viento frío no digo nada.
La
verdad es que la última subida dura de casi un kilómetro ya hace muy poca
gracia al final de ruta. ¿Y la niebla...? A quién le importa ya.
Abrazos
y felicitaciones, cambiar ropa húmeda por alguna otra de abrigo y ¡¡Todos a la mesa!! Que ya Luis Ángel nos ha preparado con cariño el
ágape por su reciente cumpleaños. No
falta de nada, aunque sobra hielo. Imposible no sucumbir a tomar dos raciones de tarta, o tres.
¡¡Gracias Luis Ángel, que te veamos cumplir
muchos más!!
Ya de
regreso y para gozo de la vista, no me resisto a detener el coche y hacer unas
fotos de la impresionante presa del
Atazar que esta mañana no quiso dejarse ver.
Formidable
jornada -pensamos ya calentitos en el interior de los coches- ¡¡Volveremos, pero en primavera!!