Ruta por la Cuerda de los Altos del Hontanar
Quien lea el título, que no espere el relato de una ruta por polvorientos caminos como los del desierto mejicano ni leer las aventuras de un grupo de pistoleros dando tiros a diestro y siniestro
Crónica: Chicho
Fotos: Los 7 magníficos
Pero, ¿cómo llamar a los aventureros de AlfonsoyAmigos que han disfrutado de una MAGNÍFICA RUTA en una magnífica
mañana de primavera? Muy fácil, LOS SIETE MAGNÍFICOS.
Tras una noche en la que
ninguno se atrevió a consultar el móvil por si empeoraban las previsiones meteorológicas
que auguraban tormentas a partir de media mañana, han acudido a lomos de sus caballos
de acero bien engrasados, siete
pistoleros del MTB que lo único que dispararán hoy serán sus cámaras y
teléfonos móviles para hacer fotos y más fotos:
El “sheriff” Alfonso, Fernando
“Blue Eyes”, Jesús “Wilkinson afeitado suave” (nada de encenderse cerillas en las mejillas), JuanPa “Broken
Chains”, Rafa “Electric Horse”, Santi “Medicine Doctor” y el cronista, Chicho
“Searcher”.
Partimos del área
recreativa del Puerto de Canencia,
que a primera hora de la mañana está prácticamente desierta (algo poco habitual). Con las
cantimploras llenas de agua no hace falta abrevar agua en ninguna de las
fuentes de las inmediaciones.
A un trote ligero y alegre nos desviamos hacia la
senda que baja hasta el mirador de la Chorrera
de Mojonavalle. Las calas de las zapatillas, cual espuelas de botas de
montar, hacen difícil cruzar el arroyo por las piedras sin dar con los huesos
en suelo.
La chorrera ha estado
totalmente congelada este invierno pasado y los que la han visto aseguran que
ha sido un espectáculo digno de presenciar. Desde luego que en primavera y aunque el
caudal va amainando ya, también merece la pena el desvío para contemplarla.
Tras disparar fotos y más
fotos como si no hubiese mañana, volvemos a la pista que discurre en dirección
al Puerto de La Morcuera y que nos
va dejando ver todo el valle de Canencia en una mañana clara y con apenas
alguna nube alta sobre las cumbres lejanas.
Se intuye que los malos augurios no
van a cumplirse y que disfrutaremos de una mañana estupenda para cabalgar sobre
las bicis.
La pista va ganando
altura de forma suave pero continua, cruzando arroyos que aún corren alegres, pero
no desbocados y entre los claros de los árboles vamos vislumbrando la Cuerda de los Altos del Hontanar que
pretendemos recorrer casi en su totalidad.
Antes de afrontar la
escalada a la cuerda, desmontamos en el Collado
del Hontanar para mascar algún higo seco, dar un sorbo a las cantimploras y
despojarnos de algo de ropa antes de iniciar el ascenso por el cortafuegos de
las Peñas Viborizas. Aunque el
nombre de miedo, los pistoleros del MTB contamos con botas altas que impiden
cualquier mordisco de mala víbora.
Aunque las lluvias estos
días han sido copiosas, apenas han dejado rastro sobre el terreno. El barro es
inexistente y la subida por el corta fuegos se hace a buen ritmo.
Las cabezas
no dejan de girar a un lado y al contrario para no dejar de contemplar la
estupenda panorámica conformada por La
Najarra, el Montón de Trigo, Peñalara, el embalse de Pinilla, el de Riosequillo
al frente y todo el valle de Canencia a nuestra derecha.
En continua sucesión a lo largo del P.R. 28 y en continuo sube y
baja, vamos pasando aunque sin reparar exactamente en cuál es cada una, por el Cancho de los Altares, la Peña Mingomolinera, la Fuente Perrera y finalmente el Espartal, donde no dejamos pasar la
oportunidad de trepar al vértice geodésico para seguir contemplando las
magníficas vistas que nos ofrece tan privilegiado mirador.
Los piornos en flor
acaban de completar unas vistas que difícilmente se nos olvidarán a todos en
una buena temporada. Para poder seguir disfrutando de los toboganes de la
cuerda, hay que pasar al otro lado de una alambrera metálica, que unos
atravesamos cuerpo a tierra cual marines americanos y otros a través de
empalizada que los primeros no hemos visto a tiempo.
El descenso desde el
Espartal hasta el Collado de las Fuentes
es muy empinado y roto al principio, pero tanto Jesús como Rafa logran bajarlo
sin echar un pie a tierra. El resto, descabalgamos para superar el pequeño tramo
accidentado y pronto volvemos a lomos de nuestras queridas bicicletas para
hundir hasta el fondo las suspensiones delanteras, traseras y tijas
telescópicas. Y digo queridas bicicletas, porque sin ellas sería imposible que
se nos dibujasen esas sonrisas bobaliconas que se nos dibujan a todos al
reagruparnos en el collado.
Algún tobogán más camino
del Cerro del Águila donde avistamos
una pareja de águilas, aunque alguno se empeñe en decir que son buitres para
restar encanto y épica al momento.
Otra bajada igual o más
rápida que las anteriores y antes de iniciar el ascenso al Portachuelo nos
desviamos a la izquierda para atravesar de nuevo una alambrera metálica y
buscar la traza casi perdida del P.R. 28 que venimos recorriendo. A Juan
Patricio, su bici, harta de tanto bache le pega una pequeña voltereta sin
consecuencias.
Tras unas pequeñas zetas
trialeras que ponen de nuevo a prueba nuestra habilidad, desembocamos en una
pista ancha y rápida que nos permitirá disfrutar de una bajada larga, muy larga y rápida
en la que más de uno sacará rodilla y codo para negociar las curvas. Algún
charco infestado de mosquitos hace que caiga en la cuenta de que me he olvidado
las gafas de sol en el coche.
Más de uno empieza a ser
consciente de que hemos perdido mucha altura y de que tarde o temprano habrá
que recuperarla si queremos volver a casa. Pero de momento el disfrute continúa
y a la entrada de Pinilla del Valle
hacemos un avituallamiento tranquilo y largo donde no faltan las bromas y los
comentarios sobre el buen rato que estamos pasando.
Sin ninguna prisa por
reemprender la ruta, los siete magníficos vuelven a cabalgar juntos, esta vez a
lo largo del Camino Natural del Lozoya,
que bordea el embalse de Pinilla en
un cómodo paseo que nos hace recordar la ruta anterior que hicimos camino de Garganta de los Montes hace un par de
años.
Rodeado el embalse,
ponemos rumbo al Puente del Congosto,
que actualmente está en proceso de restauración y con el paso prohibido. Hemos
tenido que buscar camino alternativo para poder continuar camino hacia el
pueblo de Canencia.
A la entrada del pueblo,
otro puente medieval, el Puente del Canto donde de nuevo desenfundamos las
cámaras para inmortalizar el momento. Antes de salir del pueblo, la última
parada del día frente al grupo escolar para acabar con las reservas de las mochilas antes de empezar el duro ascenso
al puerto donde tenemos estacionados los coches.
En las primeras rampas,
la bicicleta de Juan, harta de los esfuerzos de las últimas jornadas (se tragó
la Madrid-Segovia sin rechistar la semana pasada), dice basta por rotura de
cadena. Mientras Juan se maneja con el troncha cadenas y los eslabones rápidos,
unos cuantos le ofrecemos apoyo moral y poco más.
Cuando la avería parece
reparada, caemos en la cuenta de que la cadena no está en su sitio y que es
necesario volver a abrirla para llevarla por el “buen camino”. Juan tira de su
mejor repertorio de mecánica “bicicletera” para hacer filigranas y reaprovechar
un bulón de cadena de los que en teoría son de un solo uso.
Además, se
compromete con su maltrecha compañera en no exprimirla de más en la exigente
subida que nos acecha y le promete que la tratará como si fuese una bicicleta
de paseo, con tal de que no le deje en la estacada.
El incidente de Juan
impide que los siete magníficos cabalguen juntos durante la subida al Puerto de Canencia, pero cada uno se
defiende como puede en la larga y exigente subida por el pinar. Cerca del
final, el grupo casi logra reagruparse, pero un chaparrón que al llegar a los
coches se convertirá en el diluvio universal, impide que alcancemos la cima
todos juntos.
Puente del Canto |
Las últimas cuatro gotas
no enturbian la sensación de que hemos disfrutado de una magnífica ruta una vez
más.
De los “Tres Mosqueteros
de Riaza” (Patrick, Eva y Ferluy) recibimos noticias de que han salido airosos
del duelo.
Del “Trío Calavera de
Francia” (Andrés, Luis Ángel y Toño) sabemos que consiguieron coronar con éxito los puertos míticos del Tour de Francia que se habían propuesto.