jueves, 22 de mayo de 2025

Más kilómetros, más risas, más vida

 

Dicen que la ciencia tiene respuestas para todo, pero en AlfonsoyAmigos no necesitamos un estudio de Harvard para saberlo: las relaciones humanas son el truco infalible para envejecer con alegría


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Lo hemos aprendido en cada pedalada y en cada carcajada compartida. Subir una cuesta solo no es lo mismo que sentir el ánimo de los amigos a tu lado, sobre todo en las “marmotadas”.

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Son esos lazos que cultivamos en cada ruta, los abrazos al final del recorrido y ese compañero que siempre tiene un chiste malo, sí, malo, para hacer más llevadera la subida. No solo nos hacen felices, también son el motor de nuestra salud y bienestar.

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La oxitocina, esa hormona mágica que se activa cuando nos sentimos conectados y cuidados, es el aliado secreto para sumar años con una sonrisa.

Por el contrario, la soledad es como un pinchazo inesperado en plena ruta: nos frena, desgasta nuestra energía y convierte cada kilómetro en un desafío mayor. Rodearnos de quienes nos quieren y comparten nuestras aventuras es lo mejor que podemos hacer por nuestra salud y felicidad.

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En AlfonsoyAmigos lo tenemos claro: la vida y el ciclismo siempre son mejores en buena compañía. Así que sigamos pedaleando juntos, afrontando subidas, disfrutando bajadas y coleccionando momentos inolvidables.

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¡
Vamos, amigos! Más kilómetros, más risas y más abrazos. 

El eterno dilema: ¿amor platónico, idílico o simple querencia?

Dicen que el amor verdadero siempre vuelve a su origen… y los segovianos de nuestro grupo son la prueba viviente.

Esta semana, nos llevan de nuevo a recorrer sus tierras.


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¿Es amor platónico, el de quien idealiza su patria desde la distancia?

¿Es amor idílico, el de quien encuentra en cada piedra y cada sendero de su tierra la perfección absoluta?

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¿O simplemente es querencia, esa poderosa fuerza que los hace girar como brújula hacia su lado de la Sierra?

Sea como sea, esta vez les toca sentirse anfitriones en su paraíso particular


Domingo, 25 de Mayo de 2025


Hora de encuentro: 8,45

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domingo, 18 de mayo de 2025

Más allá del esfuerzo: entre el calor y los toboganes

 

Después de semanas de frío y lluvia, cuando parecía que la primavera no terminaba de asentarse, el calor irrumpe... y no sabemos por cuánto tiempo

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En Valdemorillo, esa localidad que tantas veces nos ha acogido, hoy nos reencontramos con la misma ilusión de siempre: Andrés, Ángel, Barri, Enrique, Fer, Gonzalo, Juan, Pawel, Pedro, Rafa, Raúl, Santi y Alfonso, listos para la ruta.

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Hasta ayer, la ropa de abrigo era una segunda piel. Hoy, el sol nos obliga a mostrarnos sin artificios: piel pálida, piernas sin el color curtido de rutas pasadas. Una sensación de estreno que nos hace vernos diferentes. Sin embargo, algunos compañeros segovianos aparecen más abrigados de lo recomendable: ¿por frío, por costumbre, por timidez?

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Las miradas se cruzan, los saludos se suceden. Desde el primer minuto, el sol impone su presencia recordándonos que hoy el reto será distinto, sin tregua.

Ya no es el frío quien marca el ritmo, sino el calor que aprieta y nos obliga a adaptarnos. La ruta nos espera y solo queda echar a rodar. Barri aún no ha llegado; confiamos en su fuerza para alcanzarnos, pero sin el track, algunos compañeros decidimos esperarlo.

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Dejamos atrás la Cruz del Cristo de la Sangre, un crucero de granito a la salida de Valdemorillo, en el cruce donde antaño se alzaba la ermita del mismo nombre. La ruta nos lleva por la Vereda del Camino de Robledo de Chavela, un sendero que pondrá a prueba nuestras piernas con más de un repecho, aunque por ahora la energía no escasea.

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Vadeamos el arroyo de Valquemado, en una finca privada con paso permitido, y más adelante cruzamos el arroyo de Fuentevieja por su viejo puente de piedra. El rincón invita a la pausa: el murmullo del agua, las sombras generosas y la vegetación en mil tonos de verde lo convierten en un refugio tentador. Pero la ruta sigue, y nosotros con ella.

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Tomamos el Cordel del Puente de San Juan, rumbo a Fresnedillas de la Oliva, donde el Camino de la Mata se presenta como nueva ruta. El paisaje cambia: los toboganes quedan desnudos, sin árboles que atenúen el sol. Justo al afrontar un repecho, el aviso de avería detiene al grupo. 

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Pawel ha roto el cable del cambio, un percance que a algunos se nos antoja como el fin de ruta… pero el “Equipo AyA” entra en acción: Enrique lleva cable de repuesto, lo esencial, y las manos hábiles no faltan para la reparación.

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Mientras trabajan, un paisano en quad se detiene para ofrecer ayuda. Sorprende su atuendo impecable, camisa planchada, pantalón de vestir y zapatos, pero aún más al explicar que tiene 90 años y que va de camino a su huerto para otra jornada de trabajo.  

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La avería queda resuelta, ¡bravo! La marcha se reanuda en un constante sube y baja que empieza a sentirse en las piernas. Cruzamos el arroyo de La Moraleja sobre un puente de piedra, testigo de incontables pasos y pedaleos. A su alrededor, el paisaje estalla en verdes profundos, una tregua fugaz antes de que el camino vuelva a exigirnos.

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El Camino de la Cruz Verde y la Cañada Real Leonesa nos regalan pista rápida a pesar del desnivel, perfecta para avanzar con buen ritmo hasta desviarnos por la Colada de Fuentevieja. Son caminos familiares, incluso acogedores, flanqueados por hierba alta que, a veces, esconde sorpresas…

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Un tronco de vieja madera ha quedado oculto al borde del camino hasta que mi pedal derecho lo encuentra. En un instante, la bicicleta gira bruscamente y me escupe de costado. Por suerte, el lecho de arena y la hierba alta amortiguan el golpe, dejando solo secuelas en rodilla y codo, como las de un niño travieso después de su última aventura.

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La caída parecía inofensiva en el instante, apenas un sobresalto para los compañeros que me vieron caer. Pero ahora, mientras escribo estas líneas, descubro que el cuerpo tiene su propia manera de recordar lo vivido.

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Sin detenernos en esta ocasión en la ermita de Valmayor, enlazamos con la Vereda de los Vaqueros, avanzando hacia el Mirador y el Camping de Valdemorillo. La ruta nos lleva hasta los pinares sobre Navarredonda, donde el paisaje vuelve a transformarse.

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Nos lanzamos por un largo tramo de senderos single en descenso, serpenteando entre jaras que intentan cerrar el paso. La vegetación abraza el camino, obligándonos a esquivar y sortear su presencia mientras la bicicleta fluye entre las curvas, atentos a las zonas de piedras o escalones.

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Dejamos atrás Navarredonda y el aeródromo de Valdemorillo, bajando con decisión hasta el arroyo de La Parrilla y, poco después, el de las Almagreras. Pero lo peor está más adelante, una “marmotada” en toda regla: El camino, destrozado y convertido en un lodazal, extiende su trampa de barro y agua, intimidando a los compañeros que marchan en cabeza.

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Un sendero alternativo parece ofrecer una salida fácil… pero es solo un espejismo. La trampa está tendida y no hay escapatoria. Uno tras otro, todos caemos en la emboscada del terreno. 

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Lo increíble se vuelve real. Son apenas unos cientos de metros, anuncia Enrique, pero ante nosotros se alza una pared casi vertical, con escalones traicioneros y zanjas profundas. No queda más remedio que trepar, empujando las bicis y hundiéndonos en el desafío. El esfuerzo llega a su punto máximo. Sin fotos ni testigos, solo la fortaleza del grupo. Empujar las e-bikes es terrible, y cargar las musculares, más ligeras, se hace casi igual de duro con las piernas ya castigadas por la fatiga.

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Goteo de compañeros llegando al alto. Las caras reflejan el desgaste tras el duro esfuerzo, tras el desafío superado. Unos buscan dónde sentarse, otros se dejan caer sobre el manillar de sus bicis, tratando de recuperar la respiración.

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El cansancio y la satisfacción conviven en el aire, en cada gesto y mirada. Hemos vencido al terreno y seguido adelante cuando todo conspiraba para frenarnos la marcha. Ahora, hasta moverse para la foto de grupo parece una hazaña más.

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Unos minutos de respiro, lo justo para recuperar fuerzas. Alguna barrita tardía, agua que ya no es tan fresca como nos gustaría, pero suficiente para seguir adelante.

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Tras lo vivido, apenas restan seis kilómetros para cerrar la ruta. El esfuerzo queda atrás, y ahora el olfato y el paladar ya casi saborean lo que nos espera: la cerveza fría, una tortilla de patatas, el descanso compartido, el placer de haber conquistado un día más sobre la bicicleta.

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Gracias por la invitación, Ángel.





viernes, 16 de mayo de 2025

69 años: ¿Final de ruta o nuevo comienzo?

 

Hace unos meses, cuando cumplí 69 años, me detuve a reflexionar sobre cómo la vida es una danza constante de luces y sombras, de momentos duros y alegrías inesperadas


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Ese equilibrio del Yin y el Yang, ¿lo recordáis?, nos acompaña siempre, aunque no nos percatamos de ello.

Siempre he creído que los años no son una línea de meta, sino distintas fases del camino que podemos recorrer con una mirada diferente.

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El nuevo Papa, León XIV, comienza su pontificado a los 69 años, justo la misma edad que tengo yo.

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Para él, lejos de ser un respiro, un merecido descanso, es el arranque de una gran responsabilidad, un reto que marcará el futuro de la Iglesia. Como un ciclista que inicia una ruta desconocida, no sabe con certeza qué obstáculos encontrará, pero sí que cada curva y cada ascenso requerirán fuerza y determinación.

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Y eso me hace pensar sobre cómo cada quien vive este momento con una mirada propia: algunos ven el paso de los años como una cuesta difícil de superar, mientras que otros lo toman como un impulso para seguir avanzando

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En mi caso, sigo disfrutando de las rutas en bicicleta con los amigos, de las crónicas que publico en el blog y de esas charlas que surgen entre el pedaleo o frente a una buena taza de café. Porque al final, no se trata de cerrar un capítulo, sino de seguir avanzando.

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Tal vez la clave esté ahí: en seguir pedaleando, escribiendo, compartiendo. En encontrar, cada día, razones para seguir adelante. Porque las rutas terminan, pero la vida sigue. 

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Domingo, 18 de Mayo de 2025

Y con este espíritu de seguir adelante, os invito a uniros a nuestra próxima ruta. Me encantaría veros a todos de nuevo.

Después de la exigente ruta anterior, nos tomamos un respiro y nos dirigimos a punto de encuentro conocido. Recorreremos caminos familiares y, quizá, descubramos algún tramo nuevo que nos sorprenda, pero ¡ojo!

El sol nos acompañará, así que será recomendable vestir de corto y llevar agua suficiente.

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Al final, llegaremos a tiempo para disfrutar de unas cervezas bien merecidas.

Hora de encuentro: 8,45

Lugar de encuentro: Calle Eras Cerradas - Valdemorillo

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domingo, 11 de mayo de 2025

Entre Jaras y Senderos: el placer de desafiar el terreno

 

Un recorrido exigente, pero inolvidable. Aquí está la crónica


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Cada ruta es más que un recorrido: es el encuentro con el esfuerzo, la camaradería y la satisfacción de pedalear sin prisas… ¿he dicho “sin prisas”?... La adrenalina de todos y cada uno de nosotros también ha acudido a la cita.

Hemos cambiado el punto habitual de encuentro para darle un aire renovado a unos trazados que nos son familiares. No sé si lo hemos conseguido.

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Con curiosidad, ganas de desafiar el terreno y un entusiasmo difícil de disimular, acudimos a la cita en Los Peñascales: Andrés, Ángel, Enrique, Fer, Jesús, Juan, Luis Ángel, Patrick, Pawel, Pedro, Rafa, Raúl, Santi y Alfonso

Los abrazos del reencuentro dan paso a las palabras de ánimo, a los avisos y advertencias al comenzar a rodar: Ojo, que ante nosotros se entrecruzarán sendas en las que es fácil extraviarse, y perder de vista el camino para consultar el GPS podría acabar en una caída.

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La Presa de Los Peñascales ha retenido gran parte del caudal del arroyo de Trofas, que nos acompaña en nuestras primeras pedaladas. Al seguir su curso, el arroyo decide continuar su camino hacia el río Manzanares, mientras nosotros nos desviamos.

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Terreno roto que ya hay que sortear con esfuerzo y un desnivel que pronto se hará sentir, pero por ahora seguimos agrupados y frescos de piernas. Sin pausas, iremos ascendiendo entre los límites del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares y de la zona urbana de Los Peñascales.

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Podríamos optar por una pista más limpia, seguro, pero nuestro trazado nos guía por senderos que, por momentos, parecen estrecharse y poner a prueba nuestro avance. El grupo se estira, casi desapareciendo entre la vegetación, mientras el cordel de Cerrastrillero, que iremos cogiendo a tramos, nos eleva hasta los Altos de la Solana.

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Desde aquí, en el horizonte, las Cuatro Torres de Madrid se alzan como centinelas de la ciudad, imponiendo su presencia sobre el paisaje y haciendo que todo a su alrededor parezca llano.

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Es momento de tomarnos un descanso y hacernos unas fotos de recuerdo. El sol, fiel compañero desde el primer minuto, no nos abandonará, pero ahí, en lo alto, el aire fresco sigue imponiendo su criterio: no es momento de quitarse ropa y mejor ponernos de nuevo en marcha.

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El camino del Prado nos abre paso por tierras de Hoyo de Manzanares hacia El Mirador del Monte Egido, pedaleando por la ladera del Cerro Almorchón y pasando muy cerca de una cantera de granito rosa, que yo no alcancé a ver.

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Solo de pasada, saludaremos a unas antiguas minas de wolframio que, al igual que las que conocemos en las cercanías de San Rafael, proveían de este codiciado mineral para su uso en blindajes y armamento. Hemos tomado el punto más alto de nuestra ruta.

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El descenso por el camino de Villalba, salpicado de zonas muy complicadas, lo cogemos con ganas, pero nos obliga a todos a poner pie en tierra en los primeros tramos. Después, sin dejar de avanzar por caminos pedregosos y escalonados el ritmo se acelera, pero los kilómetros transcurren muy lentos.

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A la vez, debemos estar atentos a los grupos de caminantes, algunos con perros sueltos, y a los ciclistas que han preferido rodar en sentido contrario. Dejamos atrás, acaso para otra ocasión, el desvío hacia la Cascada del Covacho, sobre la que una pareja de caminantes me pregunta.

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Junto al arroyo de los Peregrinos y cerca de la senda de los Elefantes (al parecer por algunas rocas con la forma de este animal) nos detenemos para reagrupar y descansar. Un rincón precioso, lleno de encanto, protegido del viento, donde el murmullo del agua y el canto de algún pájaro lejano invitan a una pausa prolongada y tranquila...

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Nuestros walkies, que cada vez llevamos más compañeros, difunden un continuo “pitorreo” incordiante. ¿Qué pasa…? Fer, travieso como siempre, juguetea con el suyo, provocando risas y bromas que estallan con ganas.

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Enrique tiene compromisos y necesita volver pronto. Con el track en mano, y en contra del gusto de todos, se despide de nosotros. Ha decidido aumentar el ritmo y avanzar en solitario. Es posible que ya haya calculado la forma de recortar algún kilómetro.

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Los nuevos tramos añaden dificultad, pero también diversión, y me hacen notar cuánto ha mejorado la destreza de todos. La técnica, la confianza y la fluidez en el pedaleo son evidentes en cada maniobra.

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Dejamos atrás el arroyo de las Lanchas de Castilla y bordeamos La Berzosa por el Camino de Galapagar, pasando junto al parking donde hemos aparcado en otras ocasiones. Tenemos un tramo de 800 metros por carretera antes de coger desvío nuevo hacia Las Machorras.

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Ya lo dijimos, volvemos a discurrir por tramos del Cordel de Cerrastrilleros, pero con un par de cruces de la M-618 que, como siempre, imponen respeto por la alta densidad de tráfico.

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A petición del distinguido público”, toca recorte… Con precisión de cirujanos, Patrick y Raúl, conocedores de cada rincón de la zona, se encargarán de extirpar un par de verrugas del trazado. Menos kilómetros, sí, pero que al final todos agradeceremos.

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El Berzalejo, Los Robles, Torrelodones, sorteando caminos y comiendo kilómetros de pura diversión sobre las bicis. Sigo al compañero que va delante, pero jugando con él a una especie de “Cucú tras” … Ahora te veo, ahora no, serpenteando por sendas que se pierden entre jaras en flor, que por momentos nos envuelven y nos superan en altura.

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Desde Torrelodones retomamos el track inicial, navegando por senderos single que despiertan la emoción de unos y ponen a prueba las reservas de fuerzas de otros. Cada curva, cada tramo técnico, cada pequeño repecho, es una mezcla de disfrute y exigencia.

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Fin de ruta y de una jornada exigente, sin tregua, donde cada kilómetro ha sido un reto y cada repecho una prueba superada. No hubo más descanso que las paradas pues, incluso en los descensos, la tensión fue máxima.

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Según mi GPS: 33,06 kilómetros, con 731 metros de desnivel acumulado en 4 horas 44 minutos, con paradas. Alguna caída, algunos rasguños, algún extravío, pero al final, el orgullo y la satisfacción pesan más que el cansancio.

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¡Enhorabuena a mis compañeros, qué lujo compartir rutas así!