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martes, 30 de septiembre de 2025

Cuando los oídos leen

 

El eco de lo que escribimos


Tenía preparada otra entrada, una crónica distinta, con otro tono, quizá más ligera. Pero a veces ocurre que una reflexión ajena se cruza en tu camino y te invita a detenerte, a mirar hacia dentro, a escribir desde otro lugar.

Alguien que sigue este rincón compartió hace poco una idea: que los gestos y la mirada son insustituibles, que los sentimientos verdaderos deberían expresarse cara a cara. Y tiene razón.

Hay una verdad que solo se revela en el temblor de una voz, en el brillo de una pupila, en el silencio que se comparte sin necesidad de palabras.

Pero también creo en la magia de lo escrito.


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En este mundo de distancias, donde el abrazo no siempre es posible, cada palabra se convierte en un sendero, en un puente que exige esfuerzo y cuidado. Es la forma en que nos asomamos sin tener que mostrar el rostro.

A veces, en la inmediatez de lo escrito sin pensar, se cuelan palabras que hieren. Mensajes lanzados al vuelo, sin filtro ni pausa, que olvidan que al otro lado hay alguien que siente. Por eso, creo en el valor de escribir con intención, con respeto, con esa delicadeza que exige mirar hacia dentro antes de dirigirte a los demás.


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En mi caso, lo que escribo en el blog no nace de la improvisación. Cada texto es el resultado de releerme a mí mismo, de buscar las palabras que más se acercan a lo que siento, a lo que quiero compartir. Es un proceso íntimo, casi ritual, donde cada frase debe resonar con autenticidad.

Porque cuando esa intención es sincera, cuando lo que se escribe nace de lo más profundo, entonces los oídos también leen. Y entienden. Y sienten.

Este blog, que empezó como crónica de rutas, se ha convertido en una vía donde las palabras se encuentran, abrazan y ruedan juntas. Aquí, cada comentario y cada mensaje es una prueba de que, aunque estemos lejos, el camino lo construimos entre todos.


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Es una forma de decir: “Estoy aquí, contigo, aunque no me veas”.

Así que gracias.

A quienes escriben.

A quienes leen.

A quienes sienten.

Porque entre todos, seguimos pedaleando juntos, con palabras que abrazan, aunque sea en silencio. 


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miércoles, 24 de septiembre de 2025

Miércoles de reencuentro en la Sierra de Guadarrama

 

La Naranjera nos sigue llamando


Los miércoles se han convertido en un pequeño lujo desde que me jubilé. Son días de pedaleo sin prisas, de explorar y redescubrir rincones de nuestra Sierra. Ayer fue uno de esos días especiales, de reencuentro con un amigo y, sobre todo, con un recuerdo.


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Mi amigo Juan no pudo en esta ocasión, pero por suerte para mí, Asanta —que tiene libres algunos miércoles—se apuntó sin dudar a la aventura. La idea era simple y a la vez emocionante: volver a recorrer una de esas rutas "clásicas" que, con el paso del tiempo y el deterioro del camino, habíamos dejado en el olvido.


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La mañana nos recibió con un frío que se metía en los huesos, a pesar de estar el día muy claro. Desde el parking de El Tomillar, el sol pugnaba por hacerse notar. Pero ya sabemos cómo es la montaña: el ascenso te devuelve el calor. Antes de llegar al Mirador de la Penosilla, la ropa ya nos estorbaba y el cuerpo pedía una respiración más libre.


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Alcanzamos el Puerto de Malagón (1536 m) a muy buen ritmo. Aunque yo intenté recortar, Asanta insistió en poner rumbo a la Cruz de Abantos (1753 m). La pista, en su mayor parte, estaba en buen estado, invitando a rodar con fuerza.


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Sin embargo, los últimos tramos antes de coronar nos recordaron el reto que siempre ha sido, con esos pedregales que ponen a prueba la técnica y la paciencia.


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Una vez arriba, las vistas eran la recompensa perfecta al esfuerzo realizado. Desde allí, el pedregoso GR-10, muy roto en grandes tramos y desniveles importantes, nos recuerda que el MTB no es comodidad, es aventura.


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En el recorrido, pasamos junto a un conocido portillo metálico, siempre con candado, que da acceso a las antiguas instalaciones de un “pozo de nieve”. Al encontrar la puerta sin candado, no nos pudimos resistir: nos acercamos a curiosear ese rincón de historia. 


Pincha para ver: Pozos de Nieve en la Sierra de Guadarrama


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Nuestro principal objetivo era el viejo refugio de La Naranjera (1610 m), o lo que queda de él. Siempre le he tenido un cariño especial a este lugar, un rincón con un encanto único, testigo de tantas historias de AlfonsoyAmigos


Pincha para ver: El adiós de los refugios de montaña en Madrid


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Verlo de nuevo era como abrir un álbum de fotos. Aunque el tiempo haya hecho mella en él, la sensación de volver a estar allí es lo que realmente importaba. Lo recordaba de anteriores ocasiones, con el sol siempre presente y así fue también esta vez: un sol que terminó ganando la partida.


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Algún tramo de pateo, menos que años atrás, prueba de que he ganado habilidad y confianza para dejar que las ruedas de mi bicicleta encuentren el trazado correcto. Parajes que te acogen e invitan a permanecer allí por más tiempo.


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La fuente de La Naranjera, hoy sin agua, nos dice que estamos en la Cañada Real Leonesa y que emprendemos la vuelta. Ahora sí, por pista, a buena velocidad a pesar de los repechos que nos llevan hasta el Alto de Abantos (1621 m), para abandonar Ávila y regresar de nuevo a Madrid, sin olvidar las fotos de recuerdo.


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Nos despedimos de Malagón y tomamos el descenso por un sendero de piedra suelta, que superamos dejando que la adrenalina nos empujara. Más abajo nos aguardaban “las zetas”. Yo conté 16 —lo olvido en cada ocasión—. Asanta marcaba el ritmo y el trazado, y me dejé llevar. Fue la vez que mejor he descendido: sin apoyar un solo pie en tierra.


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La euforia nos empujó a los últimos kilómetros de nuestra escapada, con el sol regalándonos un día magnífico. Un recuerdo inolvidable de una ruta “sin edad”, de un miércoles con encanto que nos recuerda que, a veces, volver al pasado ayuda a valorar el presente.

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Para este domingo no hay propuesta de ruta por mi parte


Tengo un compromiso familiar que me mantendrá alejado de los senderos, aunque no del espíritu de la montaña. Algunos compañeros tienen previsto marchar a Asturias el siguiente fin de semana, y este domingo aprovecharán para realizar alguna ruta de preparación.

domingo, 21 de septiembre de 2025

A lo inesperado, en buena compañía

 

La niebla, el silencio y una decisión compartida bastan para convertir una ruta en un descubrimiento

¿Qué es lo que realmente buscamos cuando nos subimos a la bici un domingo por la mañana? En la ruta de hoy, con un grupo reducido, estaba la respuesta.


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Pasamos de las asistencias numerosas de las últimas semanas al encuentro íntimo de un puñado de compañeros. Pero no por ello faltaron las ganas ni la ilusión.


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Algunos están de vacaciones, rodando por otros lares. Otros disfrutan de fiestas locales sin horas de cierre, o atienden compromisos familiares ineludibles.

En el punto de encuentro, pasar lista fue fácil: Andrés, Enrique, Juan, Pedro, Rafa y Alfonso.


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Me tocó arengar al quinteto que me acompañaba. La mañana estaba fría y la ruta —por de sobra conocida— no prometía, en principio, muchas sorpresas. Como ya se avisó en la convocatoria, el recorrido incluía el obligado paso por la Cañada Leonesa y el ascenso hasta el Collado Hornillo.


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La niebla baja nos envolvía, y algunas gotas de lluvia, seguramente arrastradas por el viento, nos acariciaron la cara. Pero igual que llegó, se fue disipando.


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El desvío a lo inesperado


Sin embargo, el tamaño del grupo nos concedía un lujo poco común: la libertad de improvisar.


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Parece ser se trata de un Milano

Con una mirada cómplice, propuse un cambio de planes. —Hoy no seguiremos todo el track marcado —les dije—. Vamos a testear un sendero nuevo y algunos caminos forestales que descubrí esta semana en una de mis salidas en solitario.


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Mosquitero Común

La sorpresa fue la primera reacción. El "adelante" vino después.


Y en ese instante, sentí una alegría serena, casi infantil, al ver cómo la curiosidad se encendía en los ojos de mis compañeros. Nada me gusta más que regalarles un tramo nuevo, una emoción distinta.


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Nos desviamos de la ruta conocida, adentrándonos en un camino estrecho, a tramos casi cubierto por la vegetación. En algunos mapas de Wikiloc aparece como Senda Joker”, seguramente bautizado por andarines que también se dejaron sorprender por su trazado.


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Sin repechos duros, cada curva era un descubrimiento. Cada piedra o raíz, una nueva anécdota. Un nombre curioso, que parecía anticipar lo que vendría: giros inesperados, vegetación juguetona y ese aire de travesura que solo se encuentra en los senderos menos transitados.


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Yo, al frente, guiaba al grupo por un sendero tan evidente que apenas daba opción a extravíos. Mis compañeros, en fila india, seguían mi estela. Se formó una energía distinta. Una que no se encuentra cuando se sigue un track al pie de la letra.

En esos momentos, la meta no era llegar, sino estar.


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Descubrimos macizos de piedra de formas desconocidas, vegetación con alma propia y un refugio de troncos —discreto y silencioso—, Refugio Al Filo”, seguramente poco visitado, tal vez por observadores de aves, que parecía implorar una fotografía.


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Hubo fotografía, sí, pero se nota la ausencia de Juan que, emocionado con el trazado, siguió adelante sin detenerse.


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Retomamos el trazado propuesto, para hacernos nueva foto, que siempre tiene un “algo especial” en el embalse de Cañada Mojada. El nivel de agua ha descendido de forma notoria en apenas un mes desde nuestra última visita.


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Enfilamos hacia el Collado Gargantilla, pero nos desviamos antes para tomar un trazado, siempre espectacular, junto al arroyo Chuvieco. Más adelante, pude mostrar a mis compañeros una nueva pista forestal que ya había explorado con Juan y que nos conduciría hasta una nueva parada.


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El refugio de Las Esquinillas, más robusto y menos improvisado que el anterior. Una construcción de piedra y techo abovedado que, según algunos, ya sirvió de refugio y fortificación durante la guerra.


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Estamos muy cerca del enclave madrileño que AlfonsoyAmigos conoce bien, pero de momento, nos mantenemos en tierras abulenses.


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Avanzábamos tan bien de hora que se disipó cualquier idea de recortar la ruta. Se me regaló la oportunidad de mostrar otra pista forestal, sí, una más fuera de los trazados habituales.


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Me alegra ver que el ánimo de mis compañeros se mantiene, pues creo que están disfrutando de la aventura tanto como yo.


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Ahora sí, llegamos a la cotera que nos abre las puertas a tierra segoviana y un descenso que cada vez nos parece más amigo nos sitúa en el Camino del Ingeniero. Giramos a la izquierda, hacia el arroyo del Boquerón para continuar por su margen derecho.


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Nos alegramos con el largo descenso que teníamos por delante. Y quizás las bicicletas se alegraban más, pues no se quejaban ni cuando teníamos que recurrir con intensidad a esos frenos que nos impedían salir volando en cada curva.


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El regreso a la zona de robledales y fuentes espléndidas apenas necesita comentarios, porque la sonrisa en la boca de todos lo decía todo.


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La ruta de hoy, lejos de ser solo un recorrido, fue una confirmación: el camino no es solo el que está marcado en un mapa, sino también el que construimos juntos, con confianza, en el mismo instante.

Sigo pensando que: el verdadero placer está en lo inesperado.