El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en explorar nuevos territorios sino en explorarlos con nuevos ojos
Tras
la súper escapada a Huesca de la última semana, se sabía que la de hoy no sería
una ruta para explorar, pero una ruta ya conocida se ha convertido en otra diferente
gracias a los que hoy han asistido a la cita: Ángel,
Juan, Luis Ángel, Nacho, Rafa, Rafael, Sergio y Alfonso
Siempre
con ganas y animosos, tal vez pensando en que la semana próxima habrá cambio de
hora, acampamos en nuestro rincón favorito del Paseo Rivera de San Rafael, del que
nos hemos alejado las últimas semanas con cierta nostalgia.
Envueltos en una mañana bastante más fresca de lo habitual, pero sin la lluvia que nos obligó a cambiar de planes el pasado día 3 de octubre, iniciamos marcha hacia Gudillos, con su estación de tren cuasi fantasma y ese pequeño puente de piedra sobre las vías del tren que dejamos a nuestra izquierda donde, pequeños y mayores, se detienen en ocasiones con infantil ilusión a ver pasar los escasos convoyes que aún circulan.
El Grupo pedalea y avanza, como siempre, pertrechado con móviles, walkies, GPSs, cámaras fotográficas… de tal guisa que solamente nos falta algún cuchillo entre los dientes para afrontar una nueva ruta.
La “alfonsina” se alegra de nuestra llegada, pero no tanto como para haberse tomado la molestia de retirar algunas piedras que parecen sobrar en el camino. No importa, seguimos adelante con el ascenso que nos llevará hasta el camino del agua, calentando las piernas de unos que aún lucen pelo y las de otros, que han decidido esconderse bajo las primeras perneras del otoño.
Antes de llegar a la Casilla de Peón Caminero el duro y habilidoso trepar hasta el mismísimo Puerto de Guadarrama, a espaldas de Casa Hilario y frente al león, aparentemente cansado, que permanece tumbado sobre pedestal de granito desde 1749. Allí, en el Alto del León, a estas horas tempranas, el asador aún no ha puesto a funcionar sus fogones, los bunkers siguen donde siempre y las antenas parabólicas de enclave militar vigilan el espacio ajenas a nuestro rodar.
Un
paso canadiense, que nos permite cambiar de provincia en un plis plas abre las
puertas hacia tierras madrileñas para coger la Pista de la Mina pero, ¡quietos!
No os vayáis más allá, que
giramos a nuestra izquierda para coger pequeño sendero.
De a
uno, con precaución, porque ante el primer obstáculo de piedra hay que rodearlo
sin que ninguno nos atrevemos a saltar. Avanzamos
casi en horizontal, encontrando monumento de recuerdo o de homenaje que no sabemos
identificar y a partir de ahora toca más o menos descender.
A tramos por zona horizontal algo trabada y en muchas ocasiones por zona trialera y de grandes pedrolos, quizá más propia para cabras, pero que vamos solventando con mayor o menor habilidad, con mayor precaución o con vivo desparpajo, montados o a pie, hasta reunirnos todos en puerta con paso a la calle Tablada, justo a espaldas de Casa Tere. En breve parada aprovechamos para quitarnos ya algo de ropa de abrigo y comentamos que el descenso no ha sido de los más divertidos y disfrutones.
Ascenso
en dirección a la fuente de las
Hondillas que conocemos de otras ocasiones pero que no impide que se escape
algún “uf” que no será el único de la jornada. Alivio
al ver que tomamos pronto variante por la izquierda, porque nuestra intención
es bajar y seguir bajando. ¿Hasta
el cruce “de los plátanos” ?... y más allá.
De nuevo muchos tramos rotos de pista, que obligan a prestar atención en el rápido descenso y a no distraerse con las estupendas vistas a nuestra izquierda. Paradita habitual en cruce ya conocido, donde nos cruzaremos con quienes van a intentar ascenso por donde acabamos de descender… ¡tela!
Cogemos pista hacia la fuente del Arroyo de las Chorreras, pero enseguida nos desviamos por la izquierda para coger el disfrutón Camino de las Trincheras hacia el Cruce de las Conejeras, donde nos desviamos de nuevo a la derecha para rodear el Cerro de la Viña.
Superamos
el arroyo de la Jarosa y más adelante el arroyo del Picazuelo y ya tenemos a la
vista el pequeño embalse madrileño de La
Jarosa (de 1968) y se podrían ver si te fijas los restos de la ermita de
San Macario, testigo de La Herrería, el pueblo de origen medieval que quedó
inundado por las aguas.
Giramos por la derecha hacia el Bosque Plateado, siguiendo el curso del arroyo de los Álamos hacia el barranco de los Lobos, dejando sin visitar algún antiguo búnker de los que no faltan por la zona. Aquí podíamos elegir entre dos pistas a seguir y optamos por inercia por la de la izquierda. En la ocasión anterior, fuimos por la derecha, para alcanzar la misma altura. ¿La diferencia? En esta ocasión,
menos recorrido = mayor porcentaje de desnivel
Cuentan
los que entienden más que yo, que rodamos entre pinos laricios de tiempos de
los Reyes Católicos (500 años atrás), pinos albares y resineros, robles, jaras
y zarzamoras. ¡Pues
me alegro de saberlo!
Tras duro ascenso, nos introducimos ya en zonas conocidas, entre el cerro del Cebo de los Lobos (1395 m) y el cerro de los Álamos Blancos (1511 m) hacia el mirador de La Gamonosa, para acabar cogiendo cruce con la Pista de la Mina. Una pista con curva cerrada que encierra la cruz más grande y última de las que componían antiguo viacrucis, ahora derribada. El firme muy roto y molesto para rodar pero en poco más de un kilómetro alcanzamos el Collado de La Gasca (1601 m).
El día está claro y agradable para rodar sin llegar a hacer calor, pero el esfuerzo acumulado ya se ha ganado el sudor de la mayoría, que ahora piensan en que ha llegado la recompensa del descenso.
Hace ya un buen rato que Rafa ha avisado de que se ha quedado sin pastillas de freno y nadie tiene repuesto de las que necesita pero, hasta ahora, prácticamente no hemos dejado de subir y subir. Todo cambia desde aquí, cualquier opción que tomemos supone descender por zonas complicadas, por senderos pedroleros o por trialeras de distintas categorías. Mala ocasión para quedarse sin frenos.
Lo
siento Rafa, pues ante varias opciones malas opto por una más, dirigiendo al
grupo hacia un descenso que no conocen. Adentrándonos
en los pinares, siguiendo sendero bien marcado y divertido, para plantarnos
justo a la boca de trialera que invita a lanzarnos cuesta abajo.
Ojo, aviso, que hay tramos malos y regueros que habrá que salvar… pero la adrenalina de todos ya ha empezado a bullir por las venas. Allá vamos. Y a pesar de que resulta ser trazado novedoso para todos, veo a los compañeros negociando perfectamente las curvas y los pasos complicados y sí, se escuchan los frenos de Rafa quejándose con silbidos agudos al rozar metal contra metal.
Junto
al puente del Umbrión giramos a la
izquierda hacia los depósitos de agua y nos dejamos caer hacia San Rafael por
senderos que nos ayudan a recuperar el ritmo cardiaco y normalizar el flujo de
adrenalina. Las
caras de satisfacción a la llegada lo dicen todo…