La muralla del magerit musulmán se construyó con grandes bloques de brillante pedernal, tenía torres cuadradas y tres puertas de acceso: la de la Vega, Arco Santa María y la de La Sagra y varios portillos.
Hubo muchos intentos por conquistar Madrid, la primera vez fue en 924 al mando del conde Fernán González. Más tarde, en 968 Ramiro II de León dejó bastante dañada la fortaleza y el califa Abderramán ordenó fortificar Madrid.
Un día de mayo de 1085, las tropas del rey Alfonso VI se acercaron a Magerit. Al amanecer llegaron las tropas a la Puerta de la Vega, (donde actualmente se encuentra el Palacio Real), iban cautelosos para sorprender al enemigo. De repente, uno de los soldados se separa del pelotón y comienza a trepar por la muralla hincando la daga por las juntas de la piedra. Subió tan ágilmente que todos empezaron a decir que parecía un gato. Cuando comenzó la lucha el hombre ya había subido arriba, corrió al torreón de la fortaleza y cambió la bandera mora por la enseña cristiana.
En memoria de esta hazaña, el Rey le concedió desde ese momento que él y todos sus sucesores cambiarían su apellido por el de gato. Desde entonces a todos los nacidos en Madrid se les llama “gatos”...
En memoria de esta hazaña, el Rey le concedió desde ese momento que él y todos sus sucesores cambiarían su apellido por el de gato. Desde entonces a todos los nacidos en Madrid se les llama “gatos”...
...y conservan en sus genes esa agilidad felina.
Observad la fluidez de movimientos de nuestro compañero Carlos.
Observad la fluidez de movimientos de nuestro compañero Carlos.
Otras fuentes consultadas, nos dicen que las gentes de los barrios castizos de Madrid, se autodenominaban gatos en los ambientes más chulescos, debido a la vida nocturna de la capital famosa por sus tabernas, a las cuales llegaban los mejores vinos de la comarca, así como los mejores nombres de la literatura, como Lope de Vega, Quevedo, Góngora, etc., que tenían fama de juerguistas y pendencieros.
También, Madrid ha sido tierra de estos felinos, por toda la zona de los Austrias, con tejados a más de 20 metros de altura, donde campaban a sus anchas. Se decía: En Madrid las ratas no entran, los gatos las matan.
Yo prefiero la primera historia.