Arrastraba el virus de la gripe, pero las ganas de pedalear pudieron conmigo. A la hora de siempre salía a rodar con Fernando, el resto lo harían más tarde o se tomarían descanso.
Efectivamente, la temperatura era baja, el cuerpo no estaba en condiciones y solamente un loco del pedalier hubiera salido en esas condiciones. Las mujeres en estos casos son más sabias y la mía me lo advirtió. Pensé “de esta me curo o caigo del todo” y acabó siendo lo segundo... “tenía el 50% de probabilidades”, digo yo.
El regreso, peor. Intentaba descender despacio para no quedarme aún más helado con el aire, pero a la vez, estaba deseando llegar a casa cuanto antes a sentir la ducha caliente en el cuerpo.
¡A que ciclista que se precie de serlo no le ha ocurrido lo mismo!
En la puerta de “Campanillas” nos encontramos con Jesús, Carlos y otros amigos. A Jesús le cuesta reconocerme, no sé si porque me tapo la boca con una pañuelo o por mi mala cara, pero allí están, animosos para emprender el camino que hemos dejado nosotros atrás.
Por supuesto, el domingo nada de nada. Nota en el cuaderno de bitácora: "La próxima vez nada de valentías". Siento haberte fastidiado la salida, Fernando.